La alegría ilimitada
La gente comió hasta quedar saciada y de los trozos que sobraron llenaron siete canastas. (Mc 8,8)
Por aquellos días, como de nuevo se había reunido mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer, y si los despido a sus casas en ayunas, van a desfallecer por el camino. Además, algunos han venido desde lejos». Le replicaron sus discípulos: «¿Y de dónde se puede sacar pan, aquí, en despoblado, para saciar a tantos?». Él les preguntó: «¿Cuántos panes tenéis?». Ellos contestaron: «Siete». Mandó que la gente se sentara en el suelo y tomando los siete panes, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran. Ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos cuantos peces; y Jesús pronunció sobre ellos la bendición, y mandó que los sirvieran también. La gente comió hasta quedar saciada y de los trozos que sobraron llenaron siete canastas; eran unos cuatro mil y los despidió; y enseguida montó en la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta. (Mc 8,1-10)
El hombre es una criatura espiritual. Cuando sus necesidades materiales ya están satisfechas, sigue estando lejos de conseguir la meta de la felicidad, porque esta sed no puede ser colmada por una alegría limitada en el tiempo. Nosotros deseamos una alegría ilimitada. Jesús, mediante la eficacia de su Palabra, multiplica los pocos panes y peces puestos a disposición por la caridad de alguien y se hace cargo de los cuerpos, como antes su Palabra había nutrido las almas. Intentemos, por tanto, no ocuparnos solo de nuestro bienestar material, sino que demos prioridad al espiritual no dejando nunca de lado los sacramentos, signos eficaces de la Gracia de Dios.