Huir de la codicia
Bienaventurado el que coma en el reino de Dios! (Lc 14,15)
En aquel tiempo, uno de los comensales dijo a Jesús:
«Bienaventurado el que coma en el reino de Dios!».
Jesús le contestó:
«Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha gente; a la hora del banquete mandó a su criado a avisar a los convidados:
“Venid, que ya está preparado”.
Pero todos a una empezaron a excusarse.
El primero le dijo:
“He comprado un campo y necesito ir a verlo. Dispénsame, por favor”.
Otro dijo:
“He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor”.
Otro dijo:
“Me acabo de casar y, por ello, no puedo ir”.
El criado volvió a contárselo a su señor. Entonces el dueño de casa, indignado, dijo a su criado:
“Sal aprisa a las plazas y calles de la ciudad y tráete aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos”.
El criado dijo:
“Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía queda sitio”.
Entonces el señor dijo al criado:
“Sal por los caminos y senderos, e insísteles hasta que entren y se llene mi casa.
Y os digo que ninguno de aquellos convidados probará mi banquete”».
(San Lucas 14,15-24)
 
La parábola del banquete nupcial también nos enseña algo hoy en día. A diferencia de lo que hacen los invitados, es fundamental poner a Jesús en lo más alto de los deseos de nuestro corazón, tanto en lo que respecta a los bienes materiales como, sobre todo, a los espirituales. De hecho, no es la falta de necesidad lo que empuja a los invitados a rechazar la invitación, ya que todos eran ricos. La rechazan por su codicia. La avaricia hace que se anhelan los bienes terrenales no por una necesidad real, sino para obtener cada vez más y, sobre todo, la consideración y la aprobación de los demás. En el plano espiritual, esta sed de reconocimiento se manifiesta también en el intento de adaptar el Evangelio a la mentalidad de la época. El cristiano, en cambio, está llamado a razonar de manera opuesta: los pobres acogidos en la parábola no representan tanto a quienes carecen de bienes materiales, sino a los pobres de espíritu que han elegido confiar plenamente en Dios. Y tú, ¿buscas excusas cuando tu conciencia te reprende o estás abierto a las llamadas de la Gracia de Dios?
