Belén

Hacer sitio a Jesús, hacer sitio a todos los hombres

Navidad es decir “sí” a Dios para que Jesús nazca en nuestros corazones. Sólo de aquí puede nacer un camino de Justicia y de Paz. Presentamos la homilía de la noche de Navidad en Belén pronunciada por el Patriarca latino de Jerusalén, cardenal Pierbattista Pizzaballa

Ecclesia 25_12_2023 Italiano English
El cardenal Pizzaballa entra en la Basílica de la Natividad de Belén

Queridos hermanos,

¡que el Señor os dé la paz!

Esta noche querría dar voz a un sentimiento profundo que creo que todos experimentamos, y del que se hace eco el Evangelio que acabamos de proclamar: “Porque no había lugar para ellos” (Lc 2,7). Como en el caso de María y José, para nosotros hoy tampoco parece haber lugar para la Navidad. A todos nos atenaza, desde hace demasiados días, el sentimiento doloroso y triste de que no hay lugar, este año, para esa alegría y esa paz que en esta noche santa, a pocos metros de aquí, anunciaron los ángeles a los pastores de Belén.

En este momento no podemos dejar de pensar en todos aquellos que en esta guerra se han quedado sin nada, desplazados, solos, afectados en sus afectos más queridos, paralizados por su dolor. Mi pensamiento va a todos, sin distinción, palestinos e israelíes, a todos los afectados por esta guerra, a todos los que viven el luto y el dolor y esperan una señal de cercanía y calor. Mis pensamientos, en particular, se dirigen a Gaza y a sus dos millones de habitantes. Verdaderamente, ese “no había lugar para ellos” expresa bien su situación, conocida hoy por todos y cuyo sufrimiento no cesa de gritar al mundo entero. Ya no tienen un lugar seguro, un hogar, un techo, privados de lo esencial para vivir, hambrientos, y aún más expuestos a una violencia incomprensible. No parece haber lugar para ellos no sólo físicamente, sino tampoco en la mente de quienes deciden el destino de los pueblos.
Ésta es la situación en la que vive desde hace demasiado tiempo el pueblo palestino, al que, a pesar de vivir en su propia tierra, se le dice constantemente que “no hay lugar para ellos”, y lleva décadas esperando que la comunidad internacional encuentre soluciones para poner fin a la ocupación bajo la que se ve obligado a vivir, y a sus consecuencias. Me parece que hoy todo el mundo está encerrado en su propio dolor. El odio, el resentimiento y el espíritu de venganza ocupan todo el espacio del corazón, y no dejan lugar a la presencia del otro. Sin embargo, el otro nos es necesario. Porque la Navidad es precisamente eso, es Dios haciéndose humanamente presente, y abriendo nuestros corazones a una nueva forma de ver el mundo.

Y no es que el mundo haya sido siempre acogedor con Cristo: no es nueva la constatación de que de la fe cristiana, y de la Navidad cristiana en particular, quedan pocas huellas en nuestra cultura secularizada y consumista. Sin embargo, este año, sobre todo aquí, pero también en el resto del mundo, el estruendo de las armas, el llanto de los niños, el sufrimiento de los refugiados, el lamento de los pobres, las lágrimas de tantos dolientes en tantas familias parecen hacer desafinar nuestros cantos, dificultar nuestra alegría y vaciar de retórica nuestras palabras.

Que quede claro: la venida de Cristo a nuestro mundo ha abierto para nosotros y para todos “el camino de la salvación eterna” que nada ni nadie podrá jamás cerrar. La fe, la esperanza y el amor de la Iglesia de Dios son indefectibles y descansan en la Promesa fiel del Señor, y no dependen de los tiempos cambiantes y de las circunstancias más o menos adversas que nos rodean.

Es igualmente evidente, sin embargo, que luchamos, especialmente hoy aquí, por encontrar un lugar para la Navidad en nuestra tierra, en nuestras vidas, en nuestros corazones. Corremos el riesgo de perder ese camino abierto por Cristo entre las calles destruidas, entre los escombros de la guerra, entre las casas abandonadas. Nuestros sobrecargados corazones pueden no sentirse tocados por el anuncio de la Navidad. Demasiado dolor, demasiadas decepciones, demasiadas promesas rotas abarrotan ese espacio interior donde el Evangelio de la Navidad resuena e inspira acciones y comportamientos de paz y de vida.

Preguntémonos entonces: ¿dónde está la Navidad este año? ¿Dónde debemos buscar al Salvador? ¿Dónde puede nacer el Niño cuando parece que no hay lugar para Él en este mundo nuestro?

Era la misma pregunta que se hicieron María y José ante la dificultad de encontrar alojamiento aquella noche, como acabamos de escuchar. Era la pregunta de los pastores que buscaban al Niño. Era la pregunta de los Magos cuando seguían la estrella. Es la pregunta de la Iglesia cada vez que se pierde por el camino. Es nuestra pregunta esta noche: ¿cuál es el lugar de la Navidad hoy?

Y la respuesta nos la ofrecen los Ángeles. Porque en aquella noche, y en todas las noches, Dios siempre encuentra un lugar para su Navidad, incluso para nosotros, aquí, hoy, a pesar de todo, incluso en estas circunstancias dramáticas, y así lo creemos: Dios puede hacerse sitio incluso en el corazón más duro.

El lugar para la Navidad es ante todo Dios. Al principio la Navidad de Cristo tiene lugar en el Corazón misericordioso del Padre. Su amor infinito e inagotable engendra eternamente a su Hijo y nos lo dona en el tiempo, también en este tiempo. En su amorosa y santa voluntad se decidió la salvación del hombre. “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Dios no envió al Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3,16-17). En las circunstancias actuales, nosotros, toda la Iglesia, tenemos que volver a Dios y a su amor si queremos redescubrir la verdadera alegría de la Navidad y encontrar al Salvador. Antes y más allá de todas las explicaciones sociales y políticas, la violencia y el avasallamiento del otro encuentran su raíz última en haber olvidado a Dios, falsificado su Rostro, utilizado la relación religiosa con Él de manera instrumental y falsa, como sucede con demasiada frecuencia en esta Tierra Santa nuestra. No puede llamar “Padre” a Dios quien no sabe llamar “hermano” a su prójimo. Pero es aún más cierto que no podemos reconocernos hermanos si no nos dirigimos al Dios verdadero reconociéndole como Padre que ama a todos. Si no redescubrimos a Dios en nuestras vidas, perderemos inevitablemente el rumbo de la Navidad y nos encontraremos vagando solos en la noche sin rumbo, prisioneros de nuestros instintos violentos y egoístas.

El “sí” de María y José también es el lugar de la Navidad. Su obediencia y su fidelidad son la casa en la que vino a habitar el Hijo. La voluntad de Dios no es un poder que somete y doblega, sino un Amor que despliega toda su fuerza sólo cuando se acoge dentro de una libertad fiel y generosa, la verdadera libertad, que no es arbitrariedad, sino responsabilidad amorosa por nuestra vida y la de los demás. El Hijo de Dios, engendrado del Padre, entra en el tiempo por la puerta abierta de la libertad humana. Allí donde un hombre y una mujer dicen “sí” a Dios, ¡allí es Navidad! Allí donde alguien está dispuesto a poner su vida al servicio de la Paz que viene de lo Alto, y no sólo a velar por sus propios intereses, allí nace y renace el Hijo. Por eso, si queremos que sea Navidad, incluso en tiempos de guerra, todos debemos multiplicar los gestos de fraternidad, de paz, de acogida, de perdón, de reconciliación. Diré más: todos tenemos que comprometernos, empezando por mí y por quienes, como yo, tienen responsabilidades de liderazgo y de orientación social, política y religiosa, a crear una “mentalidad del sí” frente a la “estrategia del no”. Decir sí al bien, sí a la paz, sí al diálogo, sí al otro, no debe ser sólo retórica, sino un compromiso responsable dispuesto a hacer espacio, no a ocuparlo, a encontrar un lugar para el otro y no a negarlo. La Navidad fue posible gracias al espacio que María y José ofrecieron a Dios y al Niño que venía de Él. No será diferente para la Justicia y la Paz: no habrá justicia ni paz sin el espacio abierto por nuestro “sí” dispuesto y generoso.

No sería Navidad sin los pastores. Incluso su vigilia en la noche pertenece al Evangelio. Y son precisamente ellos los primeros que encuentran al Niño. El evangelista Lucas no se detiene tanto en su condición social como en su interioridad. Aquella noche los pastores eran gente despierta, acostumbrada a lo esencial, capaz de actuar, abierta a lo nuevo, sin demasiados cálculos ni razonamientos y, por tanto, preparada para la Navidad. En un tiempo inevitablemente marcado por la resignación, el odio, la ira, la depresión, ¡necesitamos cristianos así para que todavía haya lugar para la Navidad! A esta querida Diócesis mía, a sus sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas, laicos y laicas comprometidos, a todas las comunidades parroquiales con sus grupos y asociaciones, siento el deber de recordarles que somos herederos de aquellos pastores. Sé bien lo difícil que es permanecer despiertos, disponibles para acoger y dar, dispuestos a ponerse en marcha una y otra vez, a reemprender el camino aunque todavía sea de noche. Sólo así encontraremos al Niño. Sólo un testimonio así puede garantizar que la Navidad siga teniendo un lugar en este tiempo y en esta tierra, que irradie desde aquí al mundo entero. Estamos aquí y pretendemos seguir siendo los pastores de la Navidad. Es decir, aquellos que, incluso en condiciones pobres y frágiles, encontraron al Niño, experimentaron su gracia y su consuelo, y desean proclamar a todos que la Navidad es, hoy como ayer, real y verdadera.

Queridos hermanos, tengo en el corazón un deseo que se convierte en oración: ¡Que nuestra voluntad de hacer el bien, concretada por nuestro “sí” responsable y generoso, por nuestro compromiso de amar y servir, sea el espacio en el que Cristo pueda nacer una y otra vez!

Lo pido para mí y para mi Iglesia en Tierra Santa y para todas las Iglesias: ¡que sea un hogar para todos, un espacio de reconciliación y de perdón para todos los que buscan la alegría y la paz! Pido a todas las Iglesias del mundo, que en este momento nos miran no sólo para contemplar el misterio de Belén, sino también para sostenernos en esta trágica guerra: sed portadores ante vuestros pueblos y sus gobernantes del “sí” a Dios, del deseo de bien para estos nuestros pueblos, del cese de las hostilidades, para que todos encuentren verdaderamente hogar y paz.

Rezo para que Cristo renazca en el corazón de los gobernantes y dirigentes de las naciones, y les ofrezca el ejemplo de su propio “Sí”, que le llevó a convertirse en amigo y hermano nuestro y de todos, para que trabajen seriamente para detener esta guerra, pero sobre todo para que reanuden un diálogo que conduzca finalmente a encontrar soluciones justas, dignas y definitivas para nuestros pueblos. La tragedia de este momento, en efecto, nos dice que ya no es tiempo de tácticas a corto plazo, de referencias a un futuro teórico, sino que es tiempo de decir, aquí y ahora, una palabra clara, definitiva y de verdad que resuelva de raíz el conflicto actual, elimine sus causas profundas y abra nuevos horizontes de serenidad y de justicia para todos, para la Tierra Santa, pero también para toda nuestra región marcada por este conflicto. Palabras como ocupación y seguridad, y otras muchas similares que han dominado nuestros respectivos discursos durante demasiado tiempo, deben ser reforzadas por la confianza y el respeto, porque así queremos que sea el futuro de esta tierra, y sólo así se garantizará la verdadera estabilidad y la paz.

Que Cristo renazca en esta tierra, la suya y la nuestra, y que el camino del Evangelio de la paz para el mundo entero comience de nuevo desde aquí. Que renazca en el corazón de los que creen en Él, impulsándoles al testimonio y a la misión, ¡sin miedo a la noche y a la muerte! Y que renazca también en el corazón de los que aún no creen, como deseo de paz y de bien, de verdad y de justicia.

Que Cristo nazca también en nuestra pequeña comunidad de Gaza. Solía pasar unos días con vosotros, queridos, antes de Navidad. Este año no ha sido posible, pero no os abandonamos. Estáis en nuestros corazones, y toda la comunidad cristiana de Tierra Santa y de todo el mundo se agrupa en torno a vosotros para que sintáis todo lo posible el calor de nuestra cercanía y de nuestro afecto.

Por último, ¡que Cristo renazca en los corazones de todos, para que para todos siga siendo Navidad! ¡Feliz Navidad!

* Cardenal Patriarca latino de Jerusalén