Guinea: La carta del cardenal Sarah a los golpistas
Esperar y desear que un golpe militar traiga paz, justicia y prosperidad puede parecer increíble. Pero no en Guinea, después de más de medio siglo de decepción, miseria, corrupción y otros dos golpes de Estado en el pasado. El cardenal Robert Sarah, antiguo arzobispo de Conakry, escribe a la junta militar rogándole que tenga respeto por el país.
Esperar y desear que un golpe militar traiga paz, justicia y prosperidad. Escenas de multitudes saliendo a las calles con júbilo cuando se anuncia que los militares han depuesto al presidente en funciones. Parece absurdo que esto ocurra; estamos acostumbrados a que, por el contrario, al suspender las instituciones democráticas, un golpe de Estado trastorne la vida social y económica de un país y entregue a su población a la arbitrariedad de la junta militar que asume el poder, ciertamente no animada por ideales de justicia y paz. Tendemos a imaginar que los ciudadanos contentos son unos fanáticos, partidarios de los golpistas, pero que el resto de la población, en cambio, está encerrada en sus casas por miedo.
Pero en Guinea Conakry esto ha sucedido. Cuando los militares de las Fuerzas Especiales, un grupo de élite, depusieron el gobierno del presidente Alpha Condé el 5 de septiembre y tomaron el control del país, explicaron que actuaban por desesperación ante la corrupción desenfrenada, el desgobierno y la manipulación de la justicia, en defensa de las instituciones democráticas reducidas a un simulacro y de los derechos del pueblo violados. En ese momento la gente se echó a la calle para celebrar el fin del gobierno insoportablemente corrupto y sin escrúpulos que había soportado durante diez años, y los partidos de la oposición aprobaron inmediatamente el golpe y expresaron su confianza en los militares.
El cardenal guineano Robert Sarah, antiguo arzobispo de la diócesis de la capital, Conakry, y actual prefecto emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, se congratuló también del cambio producido, con confianza, aunque consciente de las dificultades que se avecinan, ha aceptado el cambio que se ha producido en su país y lo ha demostrado el 13 de septiembre con una carta dirigida al coronel Mamady Doumbouya, líder del golpe militar y del recién formado Comité Nacional para la Reconciliación y el Desarrollo (CNRS), en la que le instaba con paternal preocupación a ocuparse del país cuyo destino está ahora en sus manos.
“La historia se repite” -advierte Su Eminencia en la carta de cuatro páginas, recordando los dos golpes militares anteriores y las ilusiones de un giro benéfico que habían suscitado-, “al igual que en 1984 y 2008, el pueblo guineano ha salido a la calle para expresar su alegría porque el acto que ustedes han realizado hace que renazca la esperanza: esperanza de justicia, de paz, de recuperación y de desarrollo real, esperanza de vivir simplemente en un país normal, una nación unida y próspera”. Desde hace más de 50 años, Guinea desciende inexorablemente al abismo del subdesarrollo y la miseria endémica, y el pueblo sufre una decepción tras otra.
Pero ahora, una vez más, es posible empezar de cero e intentar por fin reconstruir el país. “La página vuelve a estar en blanco”, escribe el cardenal Sarah, “y los guineanos ya no tienen derecho a equivocarse. Guinea necesita una nueva generación de líderes políticos que amen a su país y a sus conciudadanos”. Por ello, el cardenal Sarah pide a Mamady Doumbouya que aleje de las instancias institucionales a “todos los depredadores empedernidos de nuestro país, corruptos e incompetentes que formaron parte de los gobiernos de Sékou Touré, Lansana Contè, Moussa Dadis Camara y Alpha Condé y que se consideran elementos indispensables e inamovibles”.
La lista es de los cuatro jefes de Estado que gobernaron la Guinea independiente, culpables de haber desperdiciado innumerables vidas humanas e inmensos recursos naturales, empezando por el primero, el célebre padre fundador del país, Sèkou Touré, que –y ésta fue la primera gran ilusión traicionada- había prometido a sus compatriotas el desarrollo, la seguridad, la paz, la dignidad, la plena realización del gran potencial del país, que en cambio, con la independencia, iniciaba su “descenso al abismo del subdesarrollo y la miseria”. Robert Sarah era un niño de 13 años en 1958, el año de la independencia, y quizás, como muchos de sus compatriotas, escuchó con sentimientos de confianza y orgullo la famosa frase pronunciada por Sèkou Touré durante una visita a Conakry del presidente francés, el general Charles De Gaulle: “No hay dignidad sin libertad. Preferimos la libertad en la pobreza a la riqueza en la esclavitud”.
Pero era la pobreza sin ser libre. Su Eminencia, además de pedir la liquidación de los que hasta ahora se han aprovechado de los cargos institucionales que ocupan, dirige otra recomendación a la junta en el poder: rodearse de personas competentes y bien intencionadas y ser “extremadamente severos con los militares que quieran aprovechar el acceso del ejército al poder para enriquecerse a costa de la población”. Pide a todos los ciudadanos guineanos que sean responsables a su vez, que resistan la tentación de que la oposición política degenere en violencia: “Ningún gobierno, ningún jefe de Estado, ningún dirigente político –escribe- os traerá la felicidad en bandeja de oro, sin vuestro verdadero trabajo y vuestra firme determinación de salir de la miseria material y moral”.
La carta concluye con un pensamiento también para el depuesto jefe de Estado. “No puedo terminar este mensaje sin pedirle respetuosamente, señor presidente del CNRS, que trate al presidente Alpha Condé con dignidad y lo libere lo antes posible”. Escribir una carta al golpista llamándole “señor presidente” puede parecer un acto de legitimación cuestionable. No lo es. El cardenal Sarah nos muestra un camino. Tenemos que tomar nota de los hechos, intentar sacar lo mejor de ellos o al menos contener los daños, con el bien común como objetivo.