San Pedro Canisio por Ermes Dovico
ORIENTE MEDIO

Guerra Israel-Irán: sólo la oración puede evitar lo peor

Se espera con expectación la dura respuesta de Israel al lanzamiento de misiles desde Irán (con anunciada contrarrespuesta). Pero no será la guerra, con su carga de muerte y sufrimiento, la que restaure la paz y la seguridad. Por todo ellos es bueno que hagamos nuestro el llamamiento del Patriarca de Jerusalén a una jornada de oración y ayuno el 7 de octubre.

Internacional 03_10_2024 Italiano English

¿Qué hará Israel ahora? ¿Y cuándo lo hará? Y si, tal y como se ha anunciado, habrá una dura respuesta a la lluvia de misiles que Irán ha lanzado el 1 de octubre sobre todo Israel, ¿qué respuesta podemos esperar de Teherán? ¿Y cómo se detendrá esta “espiral de violencia del ojo por ojo”, como la calificó ayer el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres? Estas son las preguntas que analistas, diplomáticos y gobernantes se hacen en estos momentos entre la preocupación y la impotencia.

Está claro que con la invasión israelí de Líbano en la mañana del 1 de octubre -por limitada que sea- la guerra se ha recrudecido y el ataque iraní realizado por la tarde lo ha transformado todo en un conflicto regional de consecuencias imprevisibles. Aunque el presidente iraní, Masoud Pezeshkian, ha reiterado ayer que Irán “no busca la guerra con Israel” y que “no quiere intensificar el conflicto”, nadie cree que el gobierno israelí se deje convencer por estas palabras que intentaban evitar la dura respuesta ya prometida y que a su vez supondrá “una respuesta más contundente” anunciada por Pezeshkian.

Por su parte, ayer en una declaración en vídeo, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu intentó unir a la población israelí explicando que “estamos en medio de una dura guerra contra el eje del mal de Irán, que pretende destruirnos”, preparándola para probables sacrificios. La respuesta de Israel, sin embargo, no se espera hasta que haya habido coordinación con Estados Unidos, al menos eso es lo que ha asegurado el canal de televisión Channel 12 sobre las decisiones del gabinete de seguridad. La cuestión es determinar los objetivos a atacar en Irán, que serán sin duda emplazamientos militares estratégicos. Sin embargo, el presidente estadounidense, Joe Biden, según el informe de Bloomberg, ha dejado claro de inmediato que no apoyará un posible ataque contra los emplazamientos nucleares iraníes, un viejo deseo de Netanyahu, para quien supondría la posibilidad de acabar definitivamente el juego con Irán y su amenaza a la existencia de Israel.

Los recientes éxitos militares y de los servicios de inteligencia contra Hezbolá -que han diezmado sus cuadros con el bombardeo del localizador, han asesinado al líder Hassan Nasrallah y han destruido la mitad de su arsenal- han galvanizado a Netanyahu, cuyo consenso entre los ciudadanos israelíes está de nuevo en alza, y parecen empujarle a pisar el acelerador para eliminar todas las amenazas contra Israel: ese “eje del mal” del que habló ayer a la nación y que está formado por las milicias proiraníes que se encuentran en Líbano, Yemen, Irak y Siria, Gaza, Cisjordania y, por supuesto, el propio Irán.

Hay, sin embargo, dos elementos que deben tenerse en cuenta y que deberían inducir a Netanyahu a consejos más moderados. Además de la dificultad objetiva de mantener abiertos siete frentes de guerra al mismo tiempo a pesar de la superioridad militar y tecnológica, no se puede subestimar el hecho de que en el ataque iraní del 1 de octubre varios misiles perforaron el escudo antiaéreo israelí. Y todo ello a pesar de que la inteligencia israelí conocía con mucha antelación los objetivos elegidos por Irán, tal y como ha demostrado el periodista Thomas Friedman en el New York Times. Según un análisis de la BBC, que estudió todas las imágenes disponibles y lo verificó sobre el terreno, los misiles iraníes alcanzaron o rozaron tres emplazamientos militares: la sede del Mossad al norte de Tel Aviv y las bases aéreas de Tel Nof y Nevatim (esta última, según Hizbulá, es la base desde la que partió el ataque contra Nasralá).

Aunque Israel niegue que entre los misiles utilizados por Irán haya algunos hipersónicos (cosa que Teherán, en cambio, afirma), se trata sin duda de misiles capaces de burlar la defensa israelí. ¿Qué podría ocurrir si, en respuesta al ataque israelí, Irán comenzara a hacer llover misiles sobre Israel de forma continuada y no sólo en un ataque aislado de unas horas? Más allá de las rimbombantes declaraciones de Netanyahu, los acontecimientos de estos días demuestran que Israel también es vulnerable, y no sólo Irán y Hezbolá.

Pero hay otro aspecto aún más importante: aunque Israel obtuviera una clara victoria militar, esto no conduciría a una solución justa y duradera para Oriente Próximo, e Israel ya sería un lugar seguro. Porque durante este año, que comenzó aquel trágico 7 de octubre de 2023 con el bombardeo de los milicianos de Hamás en Israel y continuó con la venganza de Israel sobre Gaza, como dijo el Patriarca de Jerusalén de los Latinos, el cardenal Pierbattista Pizzaballa, en una carta del 26 de septiembre a su diócesis, “Tierra Santa, y no sólo ella, se ha sumido en un vórtice de violencia y odio nunca visto ni experimentado antes”. Las decenas de miles de muertos y los cientos de miles de desplazados causados en gran parte por la reacción militar israelí son sólo la punta del iceberg. No sólo en Gaza: alrededor de 60.000 personas tuvieron que desplazarse desde el norte de Israel para refugiarse de los cohetes de Hezbolá y en Líbano ya hay 1,2 millones de desplazados por los bombardeos israelíes.

Pensar que todo esto facilitará una solución es pura ilusión: el odio hará que los milicianos asesinados sean sustituidos rápidamente por otros en una espiral sin fin. No sólo: “El odio –escribe Pizzaballa- ha encontrado también un lugar en el lenguaje y en las acciones políticas y sociales”. Y hay que añadir que ya ha traspasado las fronteras de Oriente Medio. Baste pensar en las violentas manifestaciones propalestinas en toda Europa y Estados Unidos y en el inquietante aumento de episodios de antisemitismo. Y la hostilidad, cuando no el odio declarado, incluso entre los católicos divididos entre pro o antiisraelíes, pro o antipalestinos e islamistas.

El cardenal Pizzaballa se dirige a todos cuando afirma que “también nosotros tenemos el deber de comprometernos por la paz, preservando ante todo nuestros corazones de todo sentimiento de odio, y cultivando en cambio el deseo del bien para todos”. La guerra, con su carga de sufrimiento, violencia y dolor, nunca puede garantizar la solución de los conflictos, y menos aún en Oriente Medio, donde el bien y el mal están íntimamente entrelazados.

Por eso es importante adherirse al llamamiento lanzado por el Patriarca de Jerusalén (y recogido ayer también por el Papa Francisco): el 7 de octubre, una fecha “que se ha convertido en símbolo del drama que estamos viviendo”, una jornada de oración, ayuno y penitencia para invocar la paz de Dios, para comprometernos a ser instrumentos de paz allí donde nos encontremos, donde el mundo parece en cambio correr hacia la guerra total.