Cristo Rey por Ermes Dovico

Epifanía del Señor

Meditando sobre el ejemplo de los Magos, san Antonio de Padua dijo: «Así, también los verdaderos penitentes le ofrecen [al Señor] el oro de la pobreza total, el incienso de la oración devota y la mirra del sufrimiento voluntario».

Santo del día 06_01_2023 Italiano English

Después de que los hijos más humildes del pueblo elegido, los pastores, alabaran a Dios al ver al Niño Jesús en el pesebre, el Salvador «empezó a darse a conocer a los paganos» (san Agustín) con su manifestación, Epifanía, a los Magos venidos de Oriente, signo de que todos los pueblos han sido llamados a la salvación, participando en la Iglesia universal a la adoración del Señor. Al ver surgir la estrella, los Magos, sabios persas que pertenecían a la casta sacerdotal de la religión zoroastriana (come indica el mismo término), comprendieron que no se trataba de una casualidad y no dudaron en ponerse en marcha, enfrentándose a un largo camino, para conocer la Verdad hecha carne. Abiertos y predispuestos a abrazarla, cuando volvieron a ver la estrella que les guió hasta Belén «se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron» (Mt 2, 10-11).

Los Magos, una vez recibida la gracia, no se quedaron en el sistema de verdades parciales y engaños en el que habían creído hasta ese momento, sino que abrieron sus corazones y sus mentes al misterio, presentándose ante el Niño con tres regalos ofrecidos con sumo honor, e interpretados desde el inicio del cristianismo como signos mesiánicos: el oro, para indicar la realeza de Jesús; el incienso, para indicar su sacerdocio y la divinidad; la mirra (ya descrita en el Éxodo como uno de los principales componentes del óleo santo, que recuerda a Cristo, es decir, «al Ungido»), utilizada en la preparación de los cuerpos para la sepultura y, por lo tanto, preanunciación de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor en expiación de los pecados de la humanidad. Meditando sobre el ejemplo de los Magos -que la tradición cristiana ha identificado con Melchor, Gaspar y Baltasar, y que la Iglesia venera como santos-, san Antonio de Padua dijo: «Así, también los verdaderos penitentes le ofrecen [al Señor] el oro de la pobreza total, el incienso de la oración devota y la mirra del sufrimiento voluntario».

La maravilla de la Epifanía es, de nuevo, el modo divino de comunicarse a los hombres a fin de guiarlos por el camino de la salvación, un modo impensable para los soberbios, dispersos «en los pensamientos de su corazón» y que, en cambio, los Reyes Magos acogieron, como explicó san León Magno en un sermón: «No sin razón, cuando los tres Magos fueron conducidos por el resplandor de una nueva estrella para venir a adorar a Jesús, ellos no lo vieron expulsando a los demonios, resucitando a los muertos, dando vista a los ciegos […], sino que vieron a un Niño que guardaba silencioso, tranquilo, confiado a los cuidados de su Madre. No aparecía en Él ningún signo de su poder; mas les ofreció la vista de un gran espectáculo: su humildad. […] Toda la victoria del Salvador, que ha subyugado al diablo y al mundo, ha comenzado por la humildad y ha sido consumada por la humildad».

En la solemnidad de la Epifanía se celebra la Jornada de la Infancia Misionera, instituida por Pío XII en diciembre de 1950 e inspirada en la obra del obispo Charles de Forbin-Janson (1785-1844), fundador de la que es conocida, hoy en día, como Pontificia Obra de la Infancia Misionera. Forbin-Janson había sido estimulado por las cartas de los misioneros que estaban en China, que le pedían ayuda para salvar a los niños abandonados y, tras pedir consejo a la venerable Pauline Marie Jaricot (que había fundado la Obra para la Propagación de la Fe), lanzó un llamamiento a los niños de Francia, pidiéndoles que ayudaran a sus coetáneos chinos y a la difusión del Evangelio.

Con el lema «Los niños ayudan a los niños», estos pequeños misioneros se comprometen a dar testimonio de la vida cristiana a través de la recogida de ofrendas a lo largo del año y durante la Jornada (que se utilizan en los lugares de misión para programas de instrucción religiosa, escuelas, hospitales, orfanatos, etc.), el sacrificio y la oración. Siguiendo el espíritu del fundador, cuya intención era precisamente aumentar la conciencia de la naturaleza misionera de la Iglesia, apoyemos a estos pequeños con la oración, para que lleven al Niño Jesús a los niños de todo el mundo. Y, con su ejemplo, acojamos las palabras del Salvador para que seamos «como niños» y, así, entrar en el Reino de los cielos (Mt 18, 2-5).