San Víctor por Ermes Dovico
EL NUEVO PAPA

En el secreto del cónclave: desde el Extra omnes hasta el Habemus papam

Desde hoy, los cardenales permanecen recluidos bajo el Juicio de Miguel Ángel con la importante tarea de elegir al sucesor de Pedro. La única señal externa son las fumatas negras que indican que las votaciones han sido infructuosas, hasta que la blanca anunciará al 267º pontífice.

Ecclesia 07_05_2025 Italiano English

A partir de esta tarde, hoy miércoles 7 de mayo, el silencio y el secreto total se apoderarán de todo lo que suceda entre el cierre de las puertas de la Capilla Sixtina y la reapertura de la logia central de San Pedro para la primera aparición del nuevo Papa. El primer misterio del cónclave es su duración: se sabe cuándo comienza, pero no cuándo termina. Como mucho podemos hacer una estimación: por término medio dura unos días. El más rápido fue el que eligió a Julio II en una sola noche de 1503. La elección más larga y turbulenta fue la que tuvo lugar en Viterbo entre 1268 y 1271, que entonces no se llamaba “conclave”, pero pasó a serlo literalmente cuando los habitantes de Viterbo encerraron a los cardenales con llave (cum clave) para que llegaran a un acuerdo. Fue precisamente el elegido, el beato Gregorio X, quien quiso regular con la constitución apostólica Ubi periculum lo que desde entonces se llama “conclave”.

La clausura va precedida de dos actos que aún son públicos: por la mañana, la Misa pro eligendo Romano Pontifice, celebrada por el cardenal decano Giovanni Battista Re (que, al ser mayor de ochenta años, dejará la dirección del cónclave al cardenal Parolin), mientras que a las 16:15 los cardenales electores, acompañados por las letanías de los santos, se dirigirán desde la Capilla Paulina a la Capilla Sixtina. Allí invocarán al Espíritu Santo con el canto del Veni Creator, tras lo cual jurarán “que cualquiera de nosotros, por disposición divina, sea elegido Romano Pontífice, se comprometerá a desempeñar fielmente el munus Petrinum de Pastor de la Iglesia universal”. Naturalmente también jurarán mantener el secreto del cónclave y la libertad frente a cualquier interferencia. A continuación, cada uno de los electores se presentará ante el Evangeliario pronunciando las siguientes palabras: “Et ego, N. cardinalis N., spondeo, voveo ac iuro. Sic me Deo audivet et haec Sancta Dei Evangelia, quae manu mea tango” (“Y yo, N. cardenal N., prometo, me obligo y juro. Que así me ayude Dios y estos Santos Evangelios que toco con mi mano”).

Y llega el momento del “Extra omnes” (“Fuera todos”) anunciado por el maestro de ceremonias litúrgicas, monseñor Diego Ravelli. Se retiran los obispos, los prelados y cualquier otra persona que haya sido admitida hasta ese momento. Se retiran sobre todo las cámaras de televisión. Solo permanecen en el interior el maestro y el predicador (el cardenal octogenario Raniero Cantalamessa), encargado de dirigir la última meditación a los electores en vista de la grave responsabilidad que les espera (porque el Espíritu inspira, pero no les exime en modo alguno de la responsabilidad que recae sobre sus hombros). Los cardenales saldrán de la Capilla Sixtina y permanecerán en el más absoluto secreto solo para las comidas y el pernoctar en Santa Marta. Pero aparte de esto, nadie los volverá a ver hasta la elección del Romano Pontífice.

La última imagen los mostrará bajo el Juicio de Miguel Ángel, sentados en largas mesas, cada uno con su lugar asignado según el orden de precedencia. Un pequeño excursus histórico: hasta 1963, cuando los cónclaves eran menos numerosos, en lugar de mesas había estrados coronados por baldaquinos. Una vez “cumplida la misión”, solo quedaba en pie el baldaquino del nuevo elegido, mientras que todos los demás se bajaban en señal de homenaje al nuevo pontífice. Una escena evocadora que puede verse en algunas reconstrucciones cinematográficas, por ejemplo, en la película de 1968 El hombre del Kremlin, protagonizada por Anthony Quinn.

Pero, ¿cómo se llega a la elección? Habrá dos votaciones por la mañana y dos por la tarde, excepto el día que comienza, en el que sólo habrá tiempo para una. Cada elector indica el nombre de su candidato en una papeleta con la inscripción: “Eligo in Summum Pontificem...”. Al depositarla en la urna, situada en la mesa de los escrutadores, un nuevo juramento recuerda a los votantes su responsabilidad: “Llamo como testigo a Cristo Señor, que me juzgará, que mi voto es para aquel que, según Dios, considero que debe ser elegido”. Al final de cada escrutinio se procede al recuento y, si ningún candidato ha obtenido la mayoría de dos tercios (89 votos de 133), se repiten las operaciones. Incluso en caso de prolongación, se mantiene la mayoría necesaria de dos tercios, según las últimas modificaciones introducidas por Benedicto XVI.

La única señal que se filtrará al exterior será el humo de la famosa chimenea de la Capilla Sixtina: negro si la elección ha sido infructuosa, blanco si se ha elegido Papa. Uno, probablemente negro, lo veremos ya esta noche, no antes de las 19. Le seguirán dos fumatas al día al término de las dos votaciones de la mañana y de las dos de la tarde. Se anticipará (y obviamente será blanca) si, por el contrario, uno de los dos escrutinios intermedios (a media mañana o a media tarde) ha dado un resultado favorable. Para disipar cualquier duda sobre el color, desde 2005 el humo blanco va acompañado de las campanas de la basílica.

Una vez elegida, el elegido deberá responder a la fatídica pregunta formulada por el decano o quien lo sustituya (a menos que el elegido sea él mismo, como ocurrió con el decano Ratzinger en 2005): “Acceptasne electionem de te canonice factam in Summum Pontificem?” (“¿Aceptas tu elección como Sumo Pontífice?”). Si acepta, la siguiente pregunta es: “Quo nomine vis vocari?” (“¿Con qué nombre quieres ser llamado?”). Conducido a la Sala de las Lágrimas (la sacristía de la Capilla Sixtina, llamada así porque el nuevo Pontífice puede desahogarse por la emoción del momento), depone para siempre las vestiduras cardenalicias para vestir las papales. Tras recibir el primer homenaje del colegio cardenalicio, se dirige a la logia de las bendiciones para presentarse a los fieles e impartir la primera bendición Urbi et Orbi. Pero antes que él se asomará el cardenal protodiácono Dominique Mamberti (siempre que no sea él el elegido), a quien corresponde proclamar el Habemus papam, anunciando a la multitud quién es el nuevo Papa y el nombre pontificio elegido.

Y aquí es donde podemos decir aquello de “un nombre, un programa”, ya que la referencia a un santo o predecesor determinado (o una elección inédita) permite intuir algo sobre las orientaciones del pontificado, además, naturalmente, de las primeras palabras que dirigirá a los fieles. Un detalle tan revelador que cada vez que tiene lugar un cónclave, hay apuestas de todo tipo sobre el cardenal que se convertirá en Papa y también apuestas sobre el nombre que querrá elegir. Es más fácil adivinar qué nombres no elegirá con seguridad. Ningún Papa se ha atrevido nunca a elegir el nombre de Pedro, por razones de reverencia. Y por evidentes razones de cacofonía, después de Sixto V nadie volvió a tomar ese nombre porque, como decía el poeta romano Giuseppe Gioacchino Belli, “nun ce po' èsse tanto presto / un antro papa che jje pijji er gusto / de méttese pe' nome Sisto Sesto” (no puede haber tan pronto otro Papa que tenga el gusto de ponerse el nombre de Sixto Sexto).