El único que puede sanarlo
Señor, si quieres, puedes limpiarme. (Mt 8, 2)
Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio». Y enseguida quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: «No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio». (Mt 8, 1-4)
La oración del leproso hace entender que él se reconoce impuro, seguramente por la enfermedad, pero a lo mejor también por su conducta. Además, el leproso reconoce en Jesús el único que puede sanarlo. Cuando nos acerquemos a la Eucaristía tengamos presente a este leproso para, así, acordarnos que sólo Jesús nos puede salvar de nuestras impurezas, y que estas hay que purificarlas con la confesión antes de hacer la Comunión.