El Rosario en familia, arma para la paz
Mientras el mundo está marcado por guerras que amenazan con extenderse, el comienzo del mes de octubre nos recuerda la importancia de rezar el Rosario para obtener la paz, tal y como pidió la Virgen María en Fátima. El ejemplo de los santos y la llamada a los padres: rezar el Rosario en familia.

Faltan pocos días para el segundo aniversario del inicio de la guerra entre Hamás e Israel (7 de octubre de 2023), con las diplomacias trabajando para encontrar un acuerdo de paz entre innumerables parones. Se vive un drama similar con el conflicto entre Rusia y Ucrania, que dura ya más de tres años y medio y con picos de tensión entre Moscú y Occidente que han hecho temer una tercera guerra mundial en varias ocasiones. Si bien no hay que descuidar las vías diplomáticas, al mismo tiempo los cristianos saben que tienen en la oración el medio más poderoso —junto con el ayuno— para obtener la paz.
Todas las oraciones son agradables para Dios, pero hay una que lo es especialmente: el Santo Rosario. Y puede resolver o evitar cualquier tipo de conflicto, como explicó la Virgen María ya en su primera aparición a los pastorcitos de Fátima, el 13 de mayo de 1917: “Rezad el Rosario todos los días para obtener la paz en el mundo y el fin de la guerra”. La paz que proporciona la meditación constante de los misterios de nuestra salvación y que no es solo la ausencia de conflictos armados, sino que se produce ante todo en nuestros corazones y nos permite llevar a Cristo a los distintos ámbitos de la vida social, una premisa indispensable para que la paz sea verdadera y duradera.
Por tanto, es particularmente oportuna la llamada de León XIV, que en la audiencia general del miércoles 24 de septiembre recordó que octubre está especialmente dedicado al Rosario e invitó cada día del mes que hoy comienza, “a rezar el Rosario por la paz, personalmente, en familia y en comunidad”. Y precisamente la dimensión de la familia es aquella en la que vale la pena centrar nuestra atención, porque es la cuna de la transmisión de la fe y, por tanto, también de la actitud de oración.
En las vidas de los santos no es raro encontrar descripciones de la importancia de la educación cristiana recibida en casa, de cómo tal o cual persona se benefició enormemente del ejemplo de sus padres, que en momentos concretos del día —por la mañana y también por la noche, tal vez frente al hogar— reunían a sus hijos para rezar juntos. Los ejemplos abundan, pero sin remontarnos demasiado en el tiempo podemos recordar la biografía de una santa cercana a nosotros en el tiempo, Gianna Beretta Molla (1922-1962). Entre las diversas prácticas de piedad en las que la formaron sus padres —que iban a misa todos los días (con heroicos madrugones a las 5 de la mañana), a pesar de sus mil compromisos— estaba la cita fija después de la cena. Entonces, como escribe uno de los hermanos de santa Gianna, don Giuseppe, “llegaba otro momento importante en la vida de nuestra familia, el del rezo del Santo Rosario. Papá se ponía de pie delante de la imagen de la Virgen, con los mayores a su lado, y los más pequeños nos reuníamos alrededor de mamá, que nos ayudaba a responder hasta que nos quedábamos dormidos apoyados en sus rodillas”.
Reunida para rezar estaba también la familia de otra santa de nuestros tiempos, Teresa de Calcuta (1910-1997): sus padres también tenían una devoción especial por el Rosario. Y ella, ya adulta, recomendaba: “Llevad el Rosario a vuestra familia, consagrad vuestra familia al Sagrado Corazón. Padres, enseñad a vuestros hijos a rezar y rezad con ellos”.
En la misma línea están las palabras escritas por un famoso amigo suyo, san Juan Pablo II (que también la citaba), en la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae (2002): “La familia que reza unida, permanece unida. El Santo Rosario, por antigua tradición, se presta particularmente a ser una oración en la que la familia se reúne” y facilita la comunicación entre sus miembros, la capacidad de perdonarse, precisamente porque, si se reza con atención, ayuda a “fijar la mirada en Jesús”. El Papa Wojtyła tenía muy claro que la poderosa influencia de esta oración tan querida por María vale tanto para las familias individuales como para las naciones enteras, y que es capaz de propiciar esa “intervención desde lo alto” que solo puede cambiar el destino del mundo. Por eso, en la misma carta, escribía: “El Rosario es una oración orientada por su naturaleza a la paz, por el hecho mismo de que consiste en la contemplación de Cristo, Príncipe de la paz y nuestra paz (Ef 2,14). Quien asimila el misterio de Cristo —y el Rosario apunta precisamente a esto— aprende el secreto de la paz y lo convierte en un proyecto de vida. Además, por su carácter meditativo, con la tranquila sucesión de las Ave María, el Rosario ejerce sobre el orante una acción pacificadora que lo dispone a recibir y experimentar en lo más profundo de su ser y a difundir a su alrededor esa paz verdadera que es don especial del Resucitado”. Una paz que se refleja, por tanto, en las relaciones con el prójimo y hace ver en el otro el rostro de Cristo.
Por todo esto, se entiende perfectamente por qué el demonio busca por todos los medios —inspirando normas y estilos de vida contrarios a la ley moral natural (divorcio, aborto, fecundación artificial, uniones homosexuales, convivencias, etc.)— destruir la identidad de la familia como sociedad natural fundada en el matrimonio y por qué teme tanto el Santo Rosario. Los padres tienen, por tanto, la grave tarea de redescubrir esta oración y de educar a sus hijos para que la recen juntos. Es una tarea tanto de las madres como de los padres. Estos últimos están llamados a recuperar ese sano papel de guía —también en la práctica de la fe en la familia— que la secularización y el ataque a la figura paterna han contribuido a diluir. Una llamada que está en el corazón de su propia misión educativa, cuyo fin último no puede ser otro que llevar a los hijos a Dios (es decir, a Aquel a quien realmente pertenecen), encaminándolos por la vía de los sacramentos, de la oración y del amor a María, para ayudarles a realizar el proyecto de salvación eterna que el Padre celestial tiene para ellos. La paz en la tierra, construida poco a poco, solo puede venir de aquí.