EL CASO

El plátano de Cattelan no es arte, sino negocio

El plátano de Cattelan no es arte, es sólo un producto que vale mucho no por su calidad, sino por su autor. Todo esto nos dice que el arte no tiene nada que ver con este plátano, sólo el negocio. El arte es la comunicación de la belleza y en cambio ese plátano es sólo un producto de lujo.

Cultura 26_11_2024 Italiano English

“El plátano más caro del mundo”, han titulado muchos periódicos. Coste: seis millones doscientos mil euros. Es el famoso plátano pegado en la pared con cinta adhesiva con el título Comediante del artista Maurizio Cattelan. Escaparatismo, lo habría calificado el crítico de arte Philippe Daverio. Y precisamente por esa cantidad lo ha comprado en Sotheby’s el coleccionista (no de plátanos, sino de obras de arte) Justin Sun, fundador de la plataforma de criptodivisas Tron.

Es lo que se llama arte conceptual. Es decir, lo importante es el concepto que expresa la obra, no su belleza. En lo que se refiere a la falta de estética, el arte conceptual es un gran experto. Y en cuanto a la expresión del concepto, la mayoría de las veces está bien escondida en la propia obra. Y, por tanto, hay espacio para las interpretaciones más diversas.

Tomemos como ejemplo el plátano de Cattelan. Como tal plátano pegado a la pared no nos dice nada -aunque sí mucho sobre el autor…-, pero nos ayuda el título: Comediante. Se puede pensar entonces en la piel de plátano sobre la que uno resbala, provocando la hilaridad de los espectadores. Un concepto profundo, sin duda. O bien podemos pensar en los monos, ya que en el imaginario colectivo el plátano es su comida favorita. Para las masas darwinistas descendemos de los simios, así que ese plátano artístico podría significar que el arte ha involucionado tanto que ha vuelto a lo primordial. ¿O se pudrirá ese plátano tarde o temprano, y por tanto es un recordatorio de la fugacidad de la existencia, de la corruptibilidad de todo? En cualquier caso, el señor Sun se ha comprado un concepto, no un plátano. Tanto es así que si arranca ese plátano de la pared, dejará de ser arte y volverá a ser una fruta.

Luego está el hecho de que muchos conceptualistas quieren que sus obras sean polisemánticas. A veces, además, el concepto va más allá de la obra e implica los efectos causados por la propia obra. Por ejemplo, en el caso que nos ocupa, también es arte que un niño se comiera ese plátano expuesto en Seúl y que en otra ocasión se comiera una copia (¿había una mano oculta orquestándolo quizá…?). Es arte el revuelo causado por esta misma subasta. Quizá por eso era necesario encontrar la cosa más insulsa y -hay que decirlo- trivial jamás vista para subastarla al precio más disparatado jamás visto: así el clamor y la publicidad habrían estado asegurados. Es arte pensar que esto no es arte cuando no es más que una tomadura de pelo. Y el título Comediante puede ser una confirmación de ello.

Hasta aquí las habladurías de los expertos. Ahora llevamos la pluma al sentido común. El arte conceptual, incluida la mencionada fruta amarilla, es mero merchandising. No es el plátano de Cattelan el que vale 6 millones, sino la marca Cattelan. No son los vaqueros fabricados en China los que valen, sino la marca Levi´s. Si en lugar de un plátano hubiera puesto una berenjena o un pepino daba igual, lo importante es que lo había hecho él. El colmo hubiera sido poner un rollo de cinta adhesiva pegado a la pared con un trozo de cinta del mismo rollo. Se habrían iniciado elucubraciones interminables sobre la autoconciencia del rollo y la condición reflexiva de las colas, paradigma existencial de la conciencia colectiva actual.

Así que lo que el señor Sun tendrá que meter en la caja fuerte no es el plátano, sino el certificado de autenticidad porque da fe de la autoría de la obra. Sun (parece absurdo decirlo) ha hecho un negocio. De hecho, este plátano ha multiplicado su valor unas 50 veces en cinco años. En la misma subasta la puja de salida se fijó en 800.000 euros y los expertos pensaban que llegaría a un máximo de 1,2 millones. Las personas que realizaron las pujas no estaban locas, eran coleccionistas o empresarios experimentados que saben que ese certificado, combinado con cualquier plátano y cinta, aumentará de valor exponencialmente con el tiempo. Esa fruta es, por tanto, una inversión cuyo valor crecerá en el futuro. Pero no por la obra en sí, sino, de nuevo, por la persona que creó esa obra.

Esta conclusión también se ve confirmada por los problemas legales del artista: de hecho, Cattelan ha sido acusado de plagio tres veces. Una vez fue precisamente por el plátano millonario. Joe Morford fijó en 2001 un plátano y una naranja a una pared. Sólo que eran de plástico, menos ecológicos, pero más duraderos. Luego vino el plátano de Cattelan y la demanda por plagio, pero todo quedó en nada: el plátano de este último no es de plástico y la inclinación de la pared es diferente. Este caso judicial demuestra bien tanto la amplitud de la imaginación del artista italiano como la importancia del nombre de Cattelan: Morford ya había presentado una idea similar pero no contaba con la fortuna financiera de Cattelan, simplemente porque el nombre de este último vale su peso en oro y el suyo no. Así que no tiene nada que ver con la idea, sino con el creador. Aunque haya llegado en segundo lugar.

¿Qué nos dice todo esto? Nos dice que el arte no tiene nada que ver con este plátano, sólo el negocio. El arte es la comunicación de la belleza y en cambio ese plátano es sólo un producto de lujo. Y de hecho, como cualquier producto, se puede reproducir. Muchos han razonado así: ese plátano se pudrirá tarde o temprano. ¿Está por tanto destinada a desaparecer la obra de Cattelan? No, porque al ser un producto -o un concepto convertido en producto- es fungible, es decir, sustituible por otro plátano que pueda expresar el mismo concepto. Por eso su propietario chino ha declarado que en cuanto el plátano llegue a su casa, se lo comerá. Por una parte, se trata de una declaración destinada a demostrar que, con una chulería mal disimulada, seis millones de euros son una miseria para él, y por otra parte se ha hecho porque es consciente de que ese plátano puede cambiarse infinitas veces y es, por tanto, indestructible. Un Van Gogh puede destruirse, el plátano de Cattelan no. Para que permanezca eternamente basta con respetar más o menos su longitud, su forma y su inclinación, según las instrucciones adjuntas a la propia obra de arte falsa, que, entre otras cosas, advierten de que el plátano debe cambiarse cada vez que se decolore, pues de lo contrario se convierte en una falsificación. Una tomadura de pelo extraordinaria incluso para quienes tienen el coeficiente intelectual de un escarabajo pelotero.

Por tanto, el plátano de Cattelan es sólo un producto, no arte. Un producto que vale mucho no por su calidad, sino por el autor del mismo. Así que no se moleste en subastar un orinal en el que ha metido una raqueta de tenis. Nadie lo comprará, a menos que la raqueta pertenezca a Sinner.