Exaltación de la Santa Cruz por Ermes Dovico
EN SINGAPUR

El Papa desconcierta: para llegar a Dios una religión es tan buena como cualquier otra

Hablando del diálogo interreligioso con los jóvenes en Singapur, el Papa Francisco iguala todas las religiones, algo que supone negar la pretensión de Cristo de ser “el camino, la verdad, la vida”, y privar de su significado la Encarnación y la Redención.

Ecclesia 14_09_2024 Italiano English

Un giro de 180 grados respecto a su predecesor, un retroceso de más de dos mil años en la historia de las religiones, y -algo inaceptable en boca de cualquier cristiano- la cancelación del corazón del acontecimiento cristiano. Las declaraciones de Francisco con ocasión del encuentro con los jóvenes en el Catholic Junior College de Singapur no dejan lugar a equívocos: para Francisco, todas las religiones conducen a Dios, como si fuera aquello de que todos los caminos conducen a Roma, sin conceder ni siquiera una pequeña ventaja de favor y de simpatía al cristianismo.

La exhortación al diálogo interreligioso realizada ayer, 13 de septiembre, supone la tumba no sólo del diálogo interreligioso en sí mismo tal y como lo concibe la Iglesia católica, sino del sentido mismo del cristianismo: “Una de las cosas que más me ha llamado la atención de vosotros, jóvenes, de vosotros aquí presentes, es la capacidad de diálogo interreligioso. Y esto es muy importante, porque si os ponéis a discutir: ‘Mi religión es más importante que la tuya...’, ‘La mía es la verdadera, la tuya no es verdadera...’. ¿A dónde conduce todo esto? ¿A dónde? Que alguien responda. ¿A dónde? [Alguien responde: ‘A la destrucción’]. Es así. Todas las religiones son un camino hacia Dios. Son -hago una comparación- como diferentes idiomas, diferentes modismos, para llegar allí. Pero Dios es Dios para todos. Y porque Dios es Dios para todos, todos somos hijos de Dios. ‘¡Pero mi Dios es más importante que el tuyo!’ ¿Es eso cierto? Sólo hay un Dios y nosotros, nuestras religiones son lenguas, caminos hacia Dios. Algunos sijs, algunos musulmanes, algunos hindúes, algunos cristianos, pero son caminos diferentes. ¿Entendido?”.

Palabras que sonarían a tópico desarmante en labios de cualquiera, pero que dejan perplejo cuando las pronuncia el sucesor del apóstol Pedro, cuyo ministerio existe para confirmar a sus hermanos en la fe, no para desorientarlos. Francisco, en cambio, lo reinterpreta a su manera, como si san Pedro hubiera entablado un diálogo con judíos y paganos, diciéndoles que la muerte y resurrección de Cristo no aportaron nada sustancialmente decisivo a la historia de la humanidad, salvo un nuevo camino alternativo hacia Dios. Eso sí, un camino opcional en cualquier caso, y sin la pretensión de ser el único verdadero. Como una carretera alternativa a una autopista.

Quizá el Papa cree que la afirmación que salió de la mismísima boca de Jesucristo -“Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6)- fue la errata de algún copista; o una reinterpretación de los discípulos del Señor, que aún no habían entendido nada del diálogo interreligioso; o incluso un delirio de omnipotencia del un tal Jesucristo, que se creía Dios. “Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también al Padre” (Jn 14, 6-7): una “perspectiva” diametralmente opuesta a la del Papa.

No es exagerado en absoluto afirmar que negar que la religión cristiana es la única verdadera, la única capaz de conducir a Dios, poniéndola al mismo nivel que cualquier otro camino religioso de los hombres, significa sencillamente negar la revelación que Cristo hace de sí mismo en los santos Evangelios, que la Iglesia enseña desde su fundación; significa rechazar que los hombres no pueden en modo alguno llegar a Dios, aunque lo busquen, si no es a través de Jesucristo y de su Iglesia; significa no haber entendido nada sobre la necesidad de ser redimidos por la sangre de Jesucristo mediante el bautismo, e incorporados a su Iglesia. Significa precisamente apostatar de toda la fe católica y no sólo errar en alguno de sus puntos.

Resulta incomprensible por tanto la superficialidad con la que resuelve la cuestión de la verdad de la religión. Durante siglos, la principal preocupación de los Padres, de los Doctores y de los teólogos ha sido mostrar cómo el cristianismo es la realización de la religio vera. El cardenal Ratzinger, recordando la comparación entre san Agustín y Varrón, había explicado con extrema claridad que en el cristianismo se había producido algo “asombroso”: “Los dos principios fundamentales del cristianismo aparentemente contrapuestos, el vínculo con la metafísica y el vínculo con la historia, se condicionan y relacionan entre sí; juntos constituyen la apología del cristianismo como religio vera” (La victoria de la inteligencia sobre el mundo de las religiones, “30 giorni”, enero de 2000). Traducido: la verdad, el Logos eterno y primordial, ha entrado en la historia, creando el abrazo entre religión y filosofía; la forma histórica asumida por el Verbo constituye el desvelamiento definitivo de la verdad, estableciendo así definitivamente al cristianismo como la religión verdadera, no simplemente en sus principios o, como decimos hoy, en sus “valores”, sino precisamente en su forma histórica que es la Iglesia católica. La buena noticia está aquí: los hombres ya no están abandonados a sí mismos en su búsqueda de la verdad, ni siquiera en su anhelo de lo divino, anhelo condenado sistemáticamente al fracaso, hasta que Dios sale a su encuentro. Y Dios se dio a conocer al hombre en la persona de Jesucristo, Dios se hizo hombre para que los hombres pudieran participar de la vida divina.

Con sus desafortunadas afirmaciones, Francisco borra el sentido del cristianismo, el sentido de la encarnación del Verbo y de su Pasión, reduciendo el cristianismo a una religión como cualquier otra e incluso anulando la búsqueda por parte del hombre de la verdad sobre Dios. Se trata de graves afirmaciones que desbaratan el sentido de la Encarnación y de la Redención y que, por tanto, no deberían pasar desapercibidas ante los ojos del Colegio Cardenalicio y de todos los obispos católicos.