Cristo Rey por Ermes Dovico
CONTINENTE AFRICANO

El otro lado del Mar Rojo: Somalia y Etiopía en pie de guerra

Etiopía “ha alquilado” un trozo de la costa de Somalilandia, pero sin pedir permiso al gobierno somalí. Somalia se prepara para la guerra y obtiene un fuerte apoyo internacional.

Internacional 29_01_2024 Italiano

La atención del mundo entero se centra con justificada aprensión en Oriente Próximo, el Mar Rojo, el Golfo de Adén, la compleja y gravísima crisis en curso, y todos sus protagonistas: Israel bajo asedio, y Occidente, el mundo libre con él, y los dos islámicos, sunníes y chiíes, enemigos desde hace 15 siglos, enfrentados allí de nuevo. Pero hay otra crisis que tiene como telón de fondo el Mar Rojo y el Golfo de Adén, casi totalmente desapercibida y que, sin embargo, también puede infligir daños inmensos e implicar a un número creciente de países si acaba degenerando en una guerra.

Todo empezó cuando el pasado mes de octubre el primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed Ali, declaró que su país tenía derecho a acceder al mar del que se había visto privado desde 1991, año en que, tras una guerra de 30 años, Eritrea se convirtió en Estado independiente arrebatando a Addis Abeba el puerto de Assab, que había utilizado hasta entonces. “El Mar Rojo es la frontera natural de Etiopía -declaró Abiy el 13 de octubre-, y con el Nilo puede ser la base del desarrollo de Etiopía o de su desaparición”. La falta de puertos, prosiguió, “impide a Etiopía ocupar el lugar que le corresponde. 150 millones de personas no pueden residir en una prisión geográfica. Nos guste o no, la prisión explotará. No es justo ni correcto que Etiopía no tenga acceso al mar; si no lo tiene, es cuestión de tiempo, pero lucharemos”.

Parecía una declaración de guerra. Eritrea, Yibuti y Somalia, los tres países vecinos ribereños del Mar Rojo, reaccionaron. Somalia, en particular, declaró que su integridad territorial era “sacrosanta e inviolable”. En cambio, fue precisamente su sacrosanta integridad territorial la que fue violada. Abiy no lo ha hecho invadiendo el país con sus tropas, sino firmando un contrato con Somalilandia. El pasado 1 de enero, él y el presidente de Somalilandia, Musa Bihi Abdi, firmaron un acuerdo preliminar por el que Abdi arrienda casi 20 kilómetros de acceso marítimo a la marina etíope durante 50 años y, a cambio, obtiene acciones de Ethiopian Airlines, la mayor aerolínea de África.

Un acuerdo de alquiler parecería una forma razonable y civilizada de conseguir algo, si no fuera porque Somalilandia no está reconocida por nadie. Somalilandia es un pequeño territorio del noroeste de Somalia que se declaró independiente en 1991, año en que una coalición de clanes derrotó al dictador Siad Barre e inició una encarnizada guerra por la supremacía. Posee un sistema político multipartidista formado por tres poderes independientes –legislativo ejecutivo y judicial-, celebra elecciones parlamentarias y presidenciales periódicas, tiene su propia fuerza policial, moneda y bandera. Se considera casi un oasis de paz, en comparación con la violencia que asola el resto de Somalia. Sin embargo, nadie lo reconoce como Estado independiente, ni las Naciones Unidas, ni la Unión Africana, ni Estados individuales. Así que Abiy pretende alquilar un trozo de territorio que oficialmente pertenece a Somalia. No sólo eso, parece que pretende apoyar los esfuerzos de Somalilandia por obtener el reconocimiento internacional.

La reacción inmediata del gobierno somalí ha sido bastante previsible. El 2 de enero el gobierno celebró una reunión de emergencia. Inmediatamente después, el primer ministro Hamza Abdi Barre convocó una rueda de prensa en la que calificó el acuerdo de “nulo e inválido” y pidió tanto al Consejo de Seguridad de la ONU como a la Unión Africana que convocaran reuniones para debatir la cuestión. A continuación se dirigió a la nación, pidiendo a la población que mantuviera la calma. “Somalia pertenece a los somalíes”, aseguró el Presidente somalí Hassan Sheikh Mohamud en un apasionado discurso en el Parlamento ese mismo día. A continuación, calificó el acuerdo de acto de agresión, “una abierta injerencia en la soberanía de Somalia” y añadió: “protegeremos cada centímetro de nuestra tierra sagrada y no toleraremos intentos de ceder ninguna parte de ella”.

En realidad, el gobierno somalí sigue dependiendo para su seguridad y su propia existencia de la financiación y la ayuda militar extranjeras, sin las cuales se vería desbordado por el grupo yihadista Al Shabaab, aun así apenas contenido en las vastas regiones del sur del país conquistadas en 2006 y capaz de ataques continuos en la capital, Mogadiscio. Así que incluso para defender “tierra sagrada” necesita apoyo internacional, y hasta ahora, al menos de palabra, lo ha tenido.

La Unión Africana y la Unión Europea fueron las primeras en instar al respeto de la soberanía, la unidad y la integridad territorial de Somalia. La Organización de Cooperación Islámica y la Liga Árabe también han defendido a Somalia. En cuanto a los países, Estados Unidos fue de los primeros en ponerse del lado de Somalia frente a Etiopía. Lo hicieron expresando su gran preocupación e instando a utilizar los canales diplomáticos para evitar una escalada de la tensión en la región. Turquía, país que desempeña un importante papel económico y militar en Somalia, fue más allá y aseguró “su compromiso con la unidad, la soberanía y la integridad territorial de Somalia”. Hasta ahora, la reacción más decidida ha venido de Egipto. Tras asegurar por teléfono al presidente Mohamud la firme postura de su país al lado de Somalia, el presidente egipcio Abdul Fattah al-Sisi se reunió con él y en esa ocasión declaró: “Egipto no permitirá que nadie amenace a Somalia ni comprometa su seguridad. No tentéis a Egipto ni intentéis amenazar a sus hermanos, especialmente se les pide que intervengan”. Faltan aún, y son cruciales para el desarrollo de la situación, la posición de Eritrea y de la vecina Kenia, que por ahora ha mantenido un perfil bajo, evitando -al igual que Uganda- comentarios oficiales. De momento, los únicos que han aprobado la decisión de Etiopía han sido los Emiratos Árabes Unidos, fuertes aliados de Abiy.

Consciente de la importancia de mostrar determinación y fuerza ante sus compatriotas y, sobre todo, tranquilizado por las reacciones internacionales, el presidente Mohammud ha llamado a su embajador en Addis Abeba y ha “elevado” el tono. Ha tachado a Etiopía de “enemiga de su país” y ha llamado a los jóvenes somalíes a “prepararse para la defensa de nuestro país”. Decenas de miles de personas han respondido uniéndose a las protestas contra el acuerdo celebradas en la capital, Mogadiscio. “Defenderemos nuestro país”, ha asegurado el pasado 12 de enero, “lo defenderemos por todos los medios y buscaremos el apoyo de todos los aliados dispuestos a defendernos. Ya hemos resistido su invasión en el pasado. Les hemos derrotado en el pasado y volveremos a hacerlo”.

Lo cierto es que Etiopía no puede permitirse dar un paso atrás y renunciar a su acceso al mar, y Somalia tampoco puede permitirse aceptar el acuerdo entre Etiopía y Somalilandia. Por lo tanto, se dan todas las condiciones para una nueva crisis regional, quizá una guerra. Lo que ocurra en las próximas semanas en el Cuerno de África tendrá repercusiones internacionales. Un conflicto desestabilizaría aún más a los países de África Oriental, casi todos ellos ya enfrentados a graves dificultades económicas y políticas, e implicaría, directa o indirectamente, a sus aliados y partidarios -la Unión Europea, Estados Unidos, Rusia, China...-, además de sumir a decenas de millones de personas en una nueva crisis humanitaria insostenible. Y todo ello en una zona estratégica, el Mar Rojo, que ya está en el centro de otros conflictos.