Cristo Rey por Ermes Dovico

FRAGMENTOS DEL EVANGELIO

El límite del diablo

Estaba Jesús echando un demonio que era mudo. (Lc 11,14)

Estaba Jesús echando un demonio que era mudo. Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: «Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios». Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama». (Lc 11,14-23)


El diablo, que afligía al poseído liberado por Jesús, causaba en él la separación de los demás, también debido a su mutismo. Si no tiene pecados personales sobre su conciencia, el poseído vive su condición involuntariamente. El demonio, por tanto, tiene un límite porque toma el control del cuerpo, pero no puede condicionar el alma. Jesús nos advierte de que el mal mayor no es la posesión, sino ceder voluntariamente a la acción ordinaria del diablo, es decir, a la tentación que nos hace cumplir voluntariamente el pecado.