HOSTILIDADES

El hambre también es un arma en la guerra civil de Sudán

El conflicto que inició en 2023 ha provocado la peor crisis alimentaria y sanitaria del mundo. Frente a los esfuerzos internacionales por ayudar a la población sudanesa, otros países echan leña al fuego al ponerse del lado de los dos generales que luchan en la guerra.

Internacional 29_11_2024 Italiano English

En ningún otro país del mundo hay tanta gente pasando hambre como en Sudán. La guerra que desataron en abril de 2023 dos generales enfrentados, Abdel Fattah al-Burhan y Mohamed Hamdan Dagalo, ha provocado la peor crisis alimentaria de las últimas décadas. De sus aproximadamente 50 millones de habitantes, casi 26 millones están sufriendo una escasez de alimentos sin precedentes y necesitan ayuda urgente. Las personas en peores condiciones son las que se han visto obligadas a huir de las áreas de combate, que son más de 11 millones y que lo han perdido todo. Pero el hambre también afecta a menudo a los que se han quedado, que se juegan la vida si se aventuran a salir de sus casas porque los tiroteos continúan en las calles y no pueden ocuparse de los cultivos y del ganado. También afecta a los que viven en ciudades sitiadas desde hace tiempo, donde no llega nada. En primer lugar, los precios de los alimentos se disparan. Luego no queda nada y la gente acaba comiendo hojas, hierba e incluso tierra.

A todo esto se suma una emergencia sanitaria también sin precedentes. Uno tras otro, decenas de hospitales y cientos de clínicas han suspendido su actividad: no hay personal porque casi todos los empleados han huido o no pueden ir a trabajar a causa de la guerra; no hay electricidad durante horas y días; no hay máquinas con las que sustituir las que se estropean o se averían por los bombardeos; y tampoco hay suministro de medicamentos cuando se agotan las existencias. En la capital, Jartum, los médicos se ven obligados a veces a practicar cesáreas a la luz de los teléfonos móviles de sus colegas en la única sala de ginecología que queda. La gente está muriendo por enfermedades curables y por el agravamiento de enfermedades que requerirían un tratamiento.

El general Abdel Fattah al-Burhan, jefe de las fuerzas armadas y de la junta militar que tomó el poder mediante un golpe de Estado en 2021, tiene a su disposición más de 120.000 soldados gubernamentales. Por su parte, el general Mohamed Hamdan Dagalo, que fue su vicepresidente hasta abril de 2023, está al frente de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FPR), un cuerpo paramilitar de unos 100.000 efectivos. Ambos permiten que sus hombres se ensañen con la población civil. Sus ejércitos están acusados de crímenes de guerra por hostigar a la población y por utilizar el hambre como arma de guerra, impidiendo que la ayuda internacional llegue a los necesitados que se encuentran en territorios controlados por sus adversarios. También se responsabiliza a las FSRF de crímenes contra la humanidad y de limpieza étnica en Darfur, una región donde, a partir de 2003, ya habían masacrado a las etnias africanas sedentarias para dejar sitio a las de origen árabe dedicadas al pastoreo, para ejecutar así el plan de arabización que quería el entonces presidente Omar al Bashir (contra quien la Corte Penal Internacional había emitido una orden de detención internacional por crímenes de guerra y contra la humanidad en 2009 y luego de nuevo en 2010, orden que nunca se ejecutó).

Existen las llamadas “guerras olvidadas”. Se acusa a los medios de comunicación y a la comunidad internacional de no preocuparse lo suficiente por ellas. Pero éste no es el caso de la guerra de Sudán. Desde que comenzó el conflicto, el compromiso internacional para ayudar a la población ha sido generoso, constante y valiente. Pero tampoco es una “guerra olvidada” por otros motivos. Y es que la intervención de terceros países contribuye a su continuidad. Dagalo recibe ayuda militar y financiera sobre todo de Emiratos Árabes Unidos y Rusia. Al-Burhan la recibe principalmente de Egipto, Irán y, al parecer, también de Ucrania.

Hasta ahora los llamamientos internacionales a una tregua y un alto el fuego han sido en vano. Al Burhan y Dagalo insisten en seguir luchando hasta derrotar por completo al adversario. Sin embargo, el 18 de noviembre, el Reino Unido y Sierra Leona hicieron un nuevo intento. Propusieron un proyecto de resolución al Consejo de Seguridad de la ONU en el que se pedía el cese inmediato de las hostilidades y el inicio de conversaciones para alcanzar un alto el fuego. Catorce de los quince Estados miembros del Consejo votaron a favor del proyecto. Sin embargo, Rusia lo vetó, por lo que la resolución no fue aprobada.

Según el representante de Rusia en la ONU, Dmitry Polyanskiy, la razón es que se ignoraba la soberanía sudanesa y que Reino Unido está llevando a cabo “un intento de inmiscuirse en los asuntos de Sudán”. Y después ha escrito en la red social X: “Reino Unido, ¡avergüénzate! Por intentar aprobar una resolución que echa leña al fuego en la crisis sudanesa y deja en beneficio de los países occidentales esas aguas turbias que tanto les gustan en las antiguas colonias”.

Pregunto en conciencia al representante ruso sentado ahí al teléfono: ¿Cuántos sudaneses más deben ser asesinados todavía? ¿Cuántas mujeres más deben ser violadas? ¿Cuántos niños más deben quedarse sin comer?”, replicó el ministro británico de Asuntos Exteriores, David Lammy.

Se podría responder que cada día alguien más porque el pueblo de Sudán está agotado y no solo por los 19 meses del actual conflicto. Desde su independencia en 1956 hasta hoy, Sudán ha estado en guerra durante 54 de los 68 años. Bajo el gobierno de al-Bashir durante 30 años los sudaneses han sufrido una dictadura brutal y despiadada. Además, han vivido y participado en 35 golpes de Estado, intentos de golpe de Estado y conspiraciones golpistas, más que ningún otro país africano. La amenaza del hambre siempre ha estado presente. En 2022, antes de que empezara la guerra, más del 30% de la población ya sufría desnutrición crónica. Lo único que ha hecho la guerra es agravar una crisis alimentaria cuyas raíces se remontan a décadas de mala gestión económica y guerras devastadoras.

Hace unos días, Jan Egeland, director de la Agencia Noruega de Ayuda al Refugiado, afirmaba que Sudán corre el riesgo de convertirse en otro “estado fallido”, ya que la sociedad civil se está desintegrando y proliferan los grupos armados. En realidad ya lo es y siempre lo ha sido.