ESCÁNDALO DE LA DIPLOMACIA

El dilema del Vaticano: ¿Sacrificar al cardenal Zen por el acuerdo con China?

La dura reacción del Vaticano contra Israel por los incidentes ocurridos en el funeral de la periodista palestina ponen de manifiesto el diferente enfoque adoptado por la Santa Sede tras la detención del cardenal Joseph Zen en Hong Kong. Las declaraciones, muy débiles, revelan una concepción de la diplomacia en la que la dignidad de las personas puede sacrificarse en el altar de un objetivo político. Y desde Hong Kong se aplaude la salida del cardenal Zen y de quienes comparten sus posiciones.

Libertad religiosa 18_05_2022 Italiano English

La reacción del Vaticano a lo que ha sucedido en los últimos días en Jerusalén, donde los militares israelíes han agredido salvajemente a los palestinos que asistían al funeral de la periodista (católica) de Al Jazeera, Shireen Abu Akleh, permite comprender mejor la gravedad de la posición adoptada por la Santa Sede ante la detención en Hong Kong del cardenal Joseph Zen el pasado 11 de mayo.

En el primer caso (del que ya hemos hablado largo y tendido) la respuesta fue inmediata y dura: el encargado de la Delegación Apostólica en Tierra Santa, el padre Thomas Grysa, ha afirmado claramente que la policía israelí ha “violado de manera brutal” el derecho de la Iglesia a la “libertad religiosa”, “incluido en el acuerdo fundamental entre Israel y la Santa Sede”. Y a continuación ha denunciado la repetición de episodios que sólo sirven para aumentar “la tensión entre Israel y la Santa Sede”. Por no hablar de las declaraciones del patriarca latino de Jerusalén, monseñor Pierbattista Pizzaballa, y de los líderes de las Iglesias cristianas.

El tratamiento para el cardenal Zen, sin embargo, ha sido totalmente diferente. El prelado, liberado bajo fianza, tendrá que comparecer ahora ante el tribunal local el próximo 24 de mayo, arriesgándose a un nuevo encarcelamiento. La grave preocupación expresada por la diócesis de Hong Kong ha tenido como contrapartida un importante y embarazoso silencio por parte de la Santa Sede. Una primera y lacónica declaración de la Oficina de Prensa del Vaticano –forzada por las peticiones de los periodistas- hablaba simplemente de preocupación y de seguir con atención los acontecimientos. El sábado 14 de mayo, el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado vaticano, en respuesta a un periodista afirmó que la detención del cardenal Zen no implicaba una “desautorización” del acuerdo China-Vaticano sobre el nombramiento de obispos, pero esperaba que episodios de este tipo “no complicaran el ya complejo y nada sencillo camino del diálogo”.

Una declaración escandalosamente blanda que se completa con el grotesco reconocimiento de que las autoridades chinas han “tratado bien al cardenal Zen”. Lo que no quita que Zen sea tratado como un delincuente común. Esto es básicamente lo que ha dicho también el nuevo Jefe del Ejecutivo de Hong Kong, John Lee Ka-chiu, elegido sólo tres días antes de la detención del cardenal. En su intervención del domingo 15 de mayo en una emisora de radio local, en respuesta a las críticas internacionales que llovieron tras la detención del cardenal y de otras cuatro personas acusadas de violar la Ley de Seguridad Nacional, John Lee –que también es católico- ha dejado claro que en Hong Kong no se castiga la disidencia, sino el incumplimiento de las leyes.  Y no importa lo famosa que sea la gente o en lo que crea porque “si su conducta viola la Ley, será juzgada según la Ley”. En otras palabras, el cardenal Zen es considerado un delincuente por participar en una asociación que apoyó económicamente a activistas de las manifestaciones democráticas de 2019 y será juzgado como tal.

Siendo optimistas se podría pensar que la diplomacia vaticana está trabajando para evitar que el juicio tenga más consecuencias penales para el prelado chino, lo cual también es posible. Pero las palabras del cardenal Parolin indican claramente que todo se hace en función de la continuidad del acuerdo con Pekín sobre el nombramiento de obispos. Recordemos que se trata de un acuerdo secreto firmado en septiembre de 2018 y renovable cada dos años. Ahora estamos precisamente en el periodo en el que se va a negociar la próxima renovación prevista para septiembre. Las palabras del Secretario de Estado se justificarán sin duda con las exigencias de la diplomacia y el intento de salvar dos objetivos irreconciliables como son el acuerdo con China y la libertad del cardenal Zen.

En realidad, revelan una concepción ideológica de la diplomacia en la que la defensa de la dignidad de la persona humana es secundaria al objetivo diplomático, en la que la verdad puede sacrificarse a voluntad en nombre de un supuesto interés superior. No es diferente de los que sacrifican a las personas en nombre del Estado, del partido o de algún ideal.

Para los fieles de a pie resulta escandaloso el silencio del Vaticano ante la detención de un anciano cardenal querido por su sincera defensa de la Iglesia china y de su pueblo. Parece que vale la pena sacrificar al cardenal Zen para salvar el diálogo con Pekín. Tanto más cuanto que en otras situaciones, como el conflicto palestino-israelí, la Santa Sede no teme expresar su indignación y denunciar las violaciones de los acuerdos.

Por lo demás, la realidad también es evidente en Hong Kong y Pekín: el mayor diario de la antigua colonia británica, el South China Morning Post, ha publicado un artículo con un título elocuente: “No hay lágrimas del Vaticano para el cardenal Joseph Zen”. Interpretando la muy débil reacción de la Santa Sede, el periódico argumenta que, al fin y al cabo, el cardenal Zen es “una gran vergüenza para el Vaticano” por sus posiciones extremistas contra el régimen chino y sus duros ataques al acuerdo sino-vaticano y al cardenal Parolin, considerado como su autor intelectual. De hecho, llega a apoyar una alianza China-Vaticano que cortaría definitivamente al cardenal Zen y a quienes en Roma se adhieren a sus posiciones (el artículo menciona expresamente al cardenal Gerhard Müller, prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe).

Si siguen llegando señales en este sentido desde la Santa Sede, será una derrota para la diplomacia vaticana, no sólo ante una China cada vez más arrogante que se siente libre de cualquier prevaricación. Esta actitud es una negación de hecho de tanto discurso moral. Y, sobre todo, es un escándalo para todos los católicos, que están legitimados para pensar que pueden ser abandonados por sus pastores si les sirve para algún juego político suyo.