Santo Domingo Savio por Ermes Dovico
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El “cónclave relámpago” es una trampa que podría acabar con un compromiso pésimo

¿Un nuevo Papa en dos días? Las prisas con el pretexto de la unidad pueden ser una trampa para los llamados conservadores, inducidos a recurrir a una elección rápida a costa de otro pontificado que divida y destruya la Iglesia. Pero hay algunas alternativas.

Ecclesia 06_05_2025 Italiano

El tiempo puede ser un buen consejero: esperemos que los cardenales electores lo tengan presente. Sobre todo los llamados conservadores. Porque últimamente hay una especie de carrera por proclamar a los cuatro vientos que el cónclave será breve, como si un Papa elegido en cuarenta y ocho horas fuera señal de una Iglesia unida y fuerte. Bergoglio fue elegido tras cinco votaciones y ha sido una tragedia para la Iglesia.

El “cónclave relámpago” puede ser una trampa: mejor estar meses sin Papa que encontrarse durante décadas con uno que divide y destruye la Iglesia. Es bastante evidente que de un cónclave que requiere dos tercios de los votos a menudo sale un “Papa de compromiso” y, en la situación actual de la Iglesia, salvo disposiciones contrarias de Quien manda, no podemos esperarnos un san Pío V. Y, sin embargo, la mayor tentación es precisamente la de aceptar un mal compromiso por considerar a priori que es insostenible que el cónclave dure mucho tiempo. La sola perspectiva de un posible “cónclave de desgaste” está provocando alucinaciones a algunos prelados que en Parolin ven el mal menor, sobre todo ahora que el exsecretario de Estado está mendigando los veinte votos que le faltan ofreciendo lo impensable.

Vamos a decirlo claramente: Parolin no es un buen compromiso. Parolin es la traición de la Iglesia. No es casualidad que sea el cardenal más apoyado hoy por los medios de comunicación. Los hechos demuestran que Parolin ha vendido la Iglesia al Gobierno chino: el resto son tonterías. Y la venta de la Iglesia no puede aceptarse ni siquiera a cambio de la concesión de la misa antigua o la revocación de Fiducia supplicans. Además, hay muchas promesas, pero ¿cuántas garantías? ¿Acaso Bergoglio no prometió que no daría entrevistas una vez que se convirtiera en Papa?

No es ningún secreto que muchas de las alternativas a Parolin son dramáticas. En primer lugar, los “hombres” de Sant’Egidio. Zuppi, que vive entre Bolonia y Roma para mostrar su celo pastoral, y cada vez que vuelve a la primera no pierde ocasión de decir que el Papa debe ser de todos y que tiene que ser acogedor con todos. Lo que, para quienes aún no conocen a Zuppi, significa que los homosexuales pueden recibir públicamente en la iglesia una bendición similar a la nupcial, algo que en Budrio, en la diócesis gobernada por Su Eminencia, ya ocurría antes incluso de que Fiducia supplicans trajera la buena nueva, y todo ello con la aprobación de Su Eminencia. Para el arzobispo de Bolonia, la Iglesia abierta a todos significa también las bondades de la “familia queer” promovidas por la escritora italiana (ya fallecida) Michela Murgia: una mezcla de hijos de nadie, parejas homoparentales, cónyuges, padres y madres intercambiables. Un escándalo puesto en práctica explícitamente por la escritora para deconstruir la familia natural, tal y como Dios la quiso, pero que el cardenal, sin embargo, apreció, diciendo que “lo importante es quererse”.

Luego tenemos al otro cardenal cortejado por la Comunidad de Sant’Egidio: José Tolentino Calaça de Mendonça. Un personaje que incluso ha conseguido que echemos de menos a Ravasi. El cardenal-poeta puede presumir de una envidiable erudición literaria, pero no tiene prácticamente ninguna experiencia pastoral (salvo los tres años en una parroquia de Madeira), ni diplomática, ni siquiera una sólida formación teológica. En la práctica, será rehén de otros. Su cardenalato fue uno de los muchos amores a primera vista de Francisco: Tolentino vino a predicar los ejercicios a la Curia Romana en 2018 y al año siguiente recibió el birrete rojo. No se sabe por qué: bastaba con que a Francisco le gustara. Mendonça ha sido especialmente cuidadoso en no tomar posiciones públicas sobre los temas candentes del pontificado de Bergoglio, haciendo del larvatus prodeo su uniforme personal. Por eso gusta tanto en Sant’Egidio. Al igual que Zuppi, Mendonça también patrocina con prefacios en sus libros a personajes muy problemáticos, pero cuidándose mucho de exponerse demasiado. Y si a Zuppi le gustan los puentes del padre James Martin, el portugués siente una especial afinidad por la hermana Teresa Forcades, la benedictina de Montserrat que quiere revolucionar la Iglesia en materia de divorcio, aborto, género y sacerdocio femenino. La monja “Pasionaria” al frente, derribando muros, y él, el poeta, detrás, viendo cómo acaba todo. Virilmente.

Otro nombre que parece asomar es el del cardenal François-Xavier Bustillo, obispo de Ajaccio. Es muy problemática su relación con fray Daniel-Marie Thévenet, un fraile conventual vinculado a la Renovación Carismática, que habría “renovado” en este sentido los conventos de la Orden presentes al otro lado de los Alpes, por invitación del propio Bustillo, que de 2006 a 2018 fue superior de la Orden en Francia y Bélgica. Junto con Thévenet, Bustillo también fue uno de los tres frailes que fundaron el convento de Narbona. Contrariamente a las indicaciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Thévenet llena las celebraciones eucarísticas con exorcismos públicos, supuestas profecías, hablar “en lenguas”, vagos anuncios de curaciones, aplausos y coros de estadio durante la elevación, y todo lo necesario para alimentar un sensacionalismo en estado puro, a costa de la credulidad de personas sencillas. Éste es el hombre al que Bustillo encargó la “reforma” de los conventos de la Orden para luego escandalizarse por la avalancha de reacciones negativas a Fiducia supplicans.

En caso de estancamiento, una segunda fila que podría aparecer entre los papables es la del cardenal Stephen Brislin. Preocupado por que los homosexuales no se sientan como en casa en la Iglesia, el arzobispo de Johannesburgo (Sudáfrica) también se ha distinguido por otras aperturas, como la acogida en su diócesis del movimiento We Are All Church SA, defensor del sacerdocio femenino y de la abolición de la obligatoriedad del celibato sacerdotal. Su aprobación de las bendiciones autorizadas por Fiducia supplicans es bien conocida, en clara contraposición con el episcopado del continente.

La lista de desastres podría alargarse hasta el infinito, porque en el cónclave hay personajes con muchos trapos sucios (véanse los demás artículos de hoy). Y otros cuyas cualidades hemos aprendido a “apreciar” en estos años: como la pareja Hollerich-Grech, los directores de los Sínodos de apertura a todo tipo de disparates; o como el cardenal Marx, que ha dado el pistoletazo de salida al Synodaler Weg, lanzándolo a las amplias praderas del cisma. Luego tenemos a Tucho Fernández, que no necesita presentación, Claudio Gugerotti, conocido como “el íbice” por sus ascensos en la curia (y probablemente también por los pisotones que ha dado a los que le hacían la competencia).

Pero lo que nos preocupa es que el peligro de estas “alternativas” aterrorice a los cardenales y que acaben inclinándose por Parolin. Porque existen alternativas realmente válidas y deben ser apoyadas, incluso a costa de un estancamiento. Como la del cardenal cingalés Malcolm Ranjith Patabendige Don, arzobispo de Colombo (Sri Lanka), un hombre con una extraordinaria experiencia pastoral, tanto como sacerdote como obispo, muy cercano (y no solo de palabra) a la pobreza material y espiritual, pero también con una buena experiencia en el ámbito de la diplomacia y de la Curia romana. Tiene una increíble versatilidad en los idiomas (habla diez con fluidez), capacidad de diálogo con las autoridades políticas, pero también un gran sentido de la justicia que no le reduce al silencio cuando es necesario. Con un gran sentido de la Iglesia y de la liturgia, Ranjith tiene como punto de honor su extraordinaria capacidad para catequizar a los niños. Es un hombre que vive realmente en los barrios marginales, los conoce y los ama, pero al mismo tiempo es una persona que sabe moverse bien al frente de la Iglesia.

Y luego está el cardenal Pierbattista Pizzaballa, que en estos años de graves tensiones en Tierra Santa ha demostrado una notable y sólida estatura espiritual y diplomática. La diplomacia de Pizzaballa es auténtica: sus intervenciones, como verdadero pastor, siempre han buscado la defensa y el apoyo de la comunidad cristiana en una situación de extrema dificultad. Alejado de las polémicas, el patriarca de Jerusalén de los Latinos es conocido como un hombre de profunda fe, no solo por su auténtica piedad eucarística y mariana, sino también por su capacidad para leer las situaciones a la luz de la fe, más que de la política.

Dos nombres, aunque no los únicos. Son nombres que abren el camino a un compromiso realista, que sin embargo no tiene como contrapartida la liquidación de la Iglesia. Un compromiso así no solo es posible: es necesario.



HACIA EL CONCLAVE

Prevost y sus socios: los implicados en abusos sexuales no deben ser votados

06_05_2025 Riccardo Cascioli

Es inquietante ver entre los nombres de los papables a cardenales implicados en escándalos de corrupción o abusos sexuales. Como, por ejemplo, Robert Prevost, ex prefecto del Dicasterio para los Obispos, sobre el que pesa una grave acusación. O los muchos relacionados con el caso McCarrick.