San Francisco Javier por Ermes Dovico
EL ANÁLISIS

El cisma en la Iglesia está ahí pero ya no se puede reconocer

Con las tesis del Sínodo alemán se vuelve a hablar de cisma en la Iglesia, pero en los últimos años el Magisterio y la Teología han difuminado la frontera entre lo que es verdadero e inmutable y lo que no es aceptable. El acuerdo Vaticano-China, el cambio en el Catecismo sobre la pena de muerte y la abolición del “mal intrínseco” en Amoris Laetitia han supuesto tres pasos decisivos que socavan las verdades sobre las que se funda la Iglesia.

Ecclesia 29_04_2022 Italiano English

Desde que comenzó el camino sinodal alemán, la palabra “cisma” se cierne sobre la Iglesia como una especie de espectro Ibseniano. Los obispos polacos han señalado el peligro a sus hermanos alemanes. Setenta obispos de diversas partes del mundo les han escrito una carta abierta advirtiéndoles. Varios cardenales, incluso moderados como Koch, han señalado el precipicio hacia el que nos dirigimos. Pero ni el cardenal Marx ni el presidente de los obispos alemanes, Bätzing, han dado muestras de aceptar las llamadas a la prudencia. El primero ha afirmado que el Catecismo no está escrito en piedra, mientras que el segundo ha acusado a los obispos en cuestión de querer ocultar los abusos que el sínodo alemán querría abordar y resolver (a su manera).

Ante este panorama de desintegración cabe preguntarse si se puede evitar el cisma o no. La cuestión principal, a este respecto, parece ser la siguiente: ¿posee todavía la Iglesia oficial de hoy las nociones teológicas que le permitirían hacer frente a este preocupante “nudo”, o ha perdido las categorías capaces de enmarcar el problema y mostrar la solución? Más concretamente: ¿el peligro de cisma sigue siendo percibido por la teología de la Iglesia oficial actual como un peligro muy grave? ¿Hay acuerdo sobre lo que es un cisma? ¿Existe hoy una visión común sobre por qué hay que evitarlo, sobre quién debe intervenir cuando el peligro está a las puertas y cómo hacerlo?

Lo que preocupa a muchos no es tanto el peligro de cisma, sino la percepción de que el marco teológico y eclesial para tratar el problema está deshilachado y tiene ahora contornos muy imprecisos. Lo cual es el preludio de la inmovilidad y de dejar que los acontecimientos sigan su curso.

Cuando el cardenal Marx afirma, con respecto a la práctica homosexual, que el Catecismo no está escrito en piedra y puede ser criticado y reescrito, no hace más que expresar en lenguaje periodístico lo que los teólogos llevan diciendo desde hace décadas. Es decir, que el depósito de la fe (y de la moral) está sometido a un proceso histórico porque la situación desde la que se interpreta pasa a formar parte plena de su conocimiento y formulación. Con este criterio, que podemos definir a grandes rasgos como “hermenéutico”, y según el cual la transmisión de los contenidos de la fe y la moral nunca pasa del estado de “interpretación”, la categoría teológica del cisma pierde consistencia, hasta el punto de desaparecer. Lo que hoy consideramos cisma (e incluso herejía) mañana puede convertirse en doctrina.

A nivel de la Iglesia universal se han producido recientemente tres hechos muy interesantes desde este punto de vista. El primero fue el acuerdo entre el Vaticano y la China comunista. El acuerdo es secreto, pero se puede decir que en este caso una iglesia cismática ha sido asumida en la Iglesia católica y romana. La frontera entre el cisma y el no cisma se ha desdibujado tras el acuerdo con Pekín.

El segundo fue el cambio en la letra del Catecismo respecto a la pena de muerte. Este cambio difundió la idea de que el Catecismo no estaba escrito en piedra, tal como dice el cardenal de Munich. La principal justificación del cambio fue la constatación de que la sensibilidad del público sobre este punto moral había cambiado. La sensibilidad pública, sin embargo, es sólo un hecho que no dice nada en el plano axiológico o de los valores. Ahora bien, teniendo en cuenta esto, ¿cómo podemos negar que incluso en la Iglesia alemana puede haber madurado una nueva sensibilidad sobre las cuestiones de la homosexualidad y el sacerdocio de las mujeres?  ¿Cómo podemos llamar a todo esto “cisma” cuando es el mismo fenómeno aprobado en otros lugares?

El tercer ejemplo es la abolición de la doctrina moral de la Iglesia sobre la “intrinsece mala” contenida de hecho en la Exhortación Apostólica Amoris laetitia. Después de este documento es muy difícil mantener la enseñanza anterior sobre la existencia de acciones intrínsecamente malas que uno nunca debe realizar. Pero, una vez eliminada esta noción, ¿seguirá siendo posible confirmar la enseñanza tradicional de las Escrituras y de la Iglesia sobre la práctica homosexual?

Parece que a la Iglesia le está costando mantener algunas de sus verdades. Por lo demás, si el Catecismo no está escrito en piedra, entonces incluso la definición de “cisma” que contiene puede ser revisada y lo que ayer se consideraba cisma puede dejar de serlo. Incluso aquellos que se aferran a las verdades del Catecismo como si estuvieran escritas en piedra podrían ser acusados de cisma. Negar que el Catecismo no esté escrito en piedra podría considerarse un pronunciamiento cismático. Cuando se pierden los límites, todas las paradojas se vuelven posibles. Lo anterior puede extenderse también a la herejía y la apostasía, conceptos de dudosa delimitación en la actualidad. Basta pensar en un hecho: la “duda obstinada” puede considerarse apostasía según el número 2089 del Catecismo, y sin embargo hoy se enseña a los fieles la duda sistemática, invitándoles a no volverse rígidos en su doctrina.