San Federico de Utrecht por Ermes Dovico
SIN ALARMISTAS

El caso Ambani: Todos callan ante la boda del despilfarro

La boda de los magnates indios es la boda del año, pero también la más contaminante, con 600 millones de dólares gastados, miles de aviones y una opulencia desenfrenada, ante el silencio de los de siempre, que siempre siguen acusando a Occidente de “consumir los recursos del planeta”.

Internacional 18_07_2024 Italiano English
Foto AP-LaPresse

La llaman “la boda del año”. Nos referimos a la boda de Anat Ambani y Radhika Merchant, los multimillonarios recién casados indios de los que todo el mundo habla. Para los que no estén al tanto, su boda en Bombay el 12 de julio ha estado precedida por cuatro meses de celebraciones que empezaron con una fiesta del 1 al 3 de marzo en la propiedad de la familia Ambani en Jamnagar, en el estado indio de Gujarat, a la que fueron invitadas unas 1.200 personas de todo el mundo. Según los medios de comunicación, asistieron personalidades del mundo del espectáculo, políticos y otras personalidades internacionales, como por ejemplo Bill Gates, John Elkann y Mark Zuckerberg. Durante la celebración se inauguró incluso un templo hindú construido especialmente para la ocasión.

Durante las semanas sucesivas han tenido lugar otras celebraciones con motivo del matrimonio. Por ejemplo, a finales de mayo la pareja invitó a unas 1.200 personas a un crucero de cuatro días por el Mediterráneo que partió de Palermo y pasó por Roma, Génova, Cannes y Portofino. Cada noche, los invitados disfrutaron de un espectáculo diferente. Los medios de comunicación italianos informaron de que, durante la estancia en Génova, las actuaciones de los cantantes internacionales mantuvieron despierta a la ciudad toda la noche porque se emitieron a un volumen muy alto hasta el amanecer, lo que provocó numerosas llamadas telefónicas de protesta y peticiones -no atendidas, por cierto- de intervención para poner fin al ruido.

Vogue y otras revistas de moda han descrito profusamente las joyas y vestidos ha lucido la novia, desde el de la “fiesta de la toga” organizada en recuerdo de que Anat y Radhika se conocieron durante sus años universitarios, cuya confección requirió el trabajo de más de 30 sastres, hasta el vestido de archivo de Yves Saint-Laurent, “una pieza rara de la historia de la moda”, ha explicado la novia, comprado a la diseñadora Mimi Cuttrell, “una de las personas más influyentes del fashion system”.

En Bombay, como manda la tradición, la boda propiamente dicha ha durado tres días y terminó con una recepción final el 15 de julio. De nuevo cientos de invitados acudieron de todos los continentes para asistir a las ceremonias celebradas en el Jio World Convention Center, un centro de convenciones propiedad de la familia Ambani con capacidad para 16.000 personas. Los novios fletaron tres aviones Falcon-2000 para llevar a los invitados a su destino. “Cada avión hará varios viajes por todo el país”, ha explicado Rajan Mehra, director general de la compañía de vuelos chárter Club One Air, a la agencia de noticias Reuters.

Los medios de comunicación han relatado que, en total, la “boda del año” habrá costado unos 600 millones de dólares, una cifra impresionante para muchos, pero no para las dos familias de los novios. Mukesh Ambani, el padre de Anat, con un capital de más de 123.000 millones de dólares, es la undécima persona más rica del mundo según Forbes, y Radhika pertenece a una familia de magnates farmacéuticos. La ostentosa y desenfrenada opulencia de la que han hecho gala ha despertado cierto descontento entre sus compatriotas, que ha sido expresado, entre otros, por Thomas Isaac, ex ministro de Finanzas del estado de Kerala: “Es indecente, escandaloso -ha criticado en X-. Legalmente puede que sea su dinero, pero ese gasto ostentoso de dinero es un pecado contra la madre Tierra y contra los pobres”.

Efectivamente, es asunto suyo cómo gasten el dinero. Otra cosa es la arrogancia despreocupada con la que han ignorado los derechos de los demás. Si en Génova ensordecieron la ciudad de la noche a la mañana, en Bombay han hecho cosas peores. Las principales calles de la ciudad, que tiene una población de 22 millones de habitantes, estuvieron cerradas durante muchas horas todos los días a causa de la boda, lo que agravó los problemas de tráfico, de por sí problemáticos por las inundaciones causadas por las fuertes lluvias monzónicas.

Pero Isaac ha llamado la atención sobre otro aspecto de la boda, el pecado contra la Madre Tierra. De hecho, debería haber levantado ampollas entre los ecologistas de todo el planeta, que ahora deberían estar ocupados calculando cuánto CO2 se ha liberado al medio ambiente en los cuatro meses de festejos que culminaron con la boda en Bombay; cuánta contaminación han sufrido la tierra, el agua y el aire, por no hablar del ruido; por no hablar de cuánta comida se ha desperdiciado y, con ella, la energía utilizada para producirla. Pensemos en todos esos aviones privados, cruceros, coches usados, y luego, en el inmenso consumo de energía para iluminar, hacer funcionar aires acondicionados y amplificadores, cocinar... La huella ecológica impresa en la Tierra por esta boda es un abismo de proporciones monstruosas, una contribución demencial al agotamiento de los recursos naturales disponibles para el año en curso (esto, por supuesto, para quienes creen en el carácter científico de la huella ecológica).

Si los novios hubieran sido europeos o norteamericanos en lugar de indios se habrían organizado manifestaciones de protesta contra semejante boda, porque sus indudables excesos habrían suscitado indignación y creado escándalo. En cambio, la indiferencia mostrada hasta ahora, la ausencia de críticas por parte de quienes toman medidas por mucho menos, da que pensar. Los que, de buena fe, se preocupan por el estado del planeta y se indignan ante las desigualdades sociales y económicas, los que hoy siguen acusándonos a los occidentales de consumismo desenfrenado, de exhibición irrespetuosa de riqueza en detrimento de los que no tienen nada, de búsqueda exagerada de símbolos de estatus, y los que en cambio -o además- nos acusan de despilfarrar, contaminar y utilizar más recursos de los que el planeta puede producir, condenando irresponsablemente a la Tierra a convertirse en una roca estéril y ardiente, todos ellos deberían darse cuenta de una vez de que viven fuera del tiempo y de la realidad. Es hora de que dirijan su atención a otra parte, a los “otros” ricos, los de los llamados países pobres, en desarrollo, emergentes, porque el estilo de vida occidental hace tiempo que dejó de ser la causa principal y única de la degradación del medio ambiente y de una justicia inaceptable, si es que alguna vez lo fue.