Desde Charlie Hebdo hasta el día de hoy: el terrorismo cambia, está vivo
Han pasado cinco años del ataque en París que mató a 17 personas e inauguró el período de masacres yihadistas de ISIS. Hoy hay menos episodios, pero con la técnica de apuñalamiento es más fácil atacar y continuar una guerra que se está volviendo infinita.
Terrorismo y radicalización yihadista. Cada año nuevo comienza con la conmemoración de la masacre de Charlie Hebdo, que tuvo lugar en París el 7 de enero de 2015 a manos de despiadados ejecutores de ISIS. Los muertos fueron 13, pero el número aumentó a 17 con la suma de las víctimas del 9 de enero en el supermercado kosher de Porte de Vincennes, en el vigésimo arrondissement de la capital.
Tres días de terror. Una herida indeleble en la memoria colectiva de los franceses, aún más dolorosa con el recuerdo de los ataques de St. Denis y Bataclan, que datan del 13 de noviembre del mismo año y costaron la vida de 131 personas, con más de 400 heridos.
El 2015 fue un annus horribilis para Francia. Es el comienzo de la temporada de masacres de ISIS y sus foreign fighters, que afectará de manera sistemática a la mayor parte de Europa occidental a raíz de los eventos en Siria, Iraq y el resto del Medio Oriente. Copenhague, Bruselas, Niza, Berlín, Londres, Estocolmo, Manchester, Barcelona, Estrasburgo, son las ciudades donde se produjeron los ataques más sensacionales hasta finales de 2017 (Italia se salvó).
Según los datos proporcionados por Europol en septiembre pasado, en 2018 hubo una reducción significativa en el número de víctimas del terrorismo yihadista en Europa: solo 13, en comparación con 150 en 2015, 135 en 2016 y 62 en 2017. En espera de datos oficiales, 2019 es parte de esta tendencia decreciente. ¿Quiere decir que la amenaza terrorista está desapareciendo?
Otros datos proporcionados por Europol demuestran exactamente lo contrario: el número de ataques (tanto completados, como frustrados o fracasados) en 2018 fueron 24; lo cual muestra una disminución en comparación con 2017 (33), pero es mayor que los frustrados en 2016 (13) y en 2015 (17). La diferencia radica en las técnicas adoptadas.
La planificación de matanzas masivas con equipos de asalto armados hasta los dientes, así como entrenados para la guerra en teatros de jihad, y con vehículos utilizados como misiles, ha dado paso a iniciativas individuales de ejecución más simple e inmediata, caracterizadas por el uso de armas cortantes (los llamados “lobos solitarios”).
La tendencia que prevalece actualmente, en esencia, es la de apuñalar, un método menos letal en términos de la capacidad de cosechar un gran número de víctimas, pero al que los radicalizados pueden recurrir con mayor frecuencia; como sucedió el año pasado, tanto en la calle (con los ataques del Black Friday en Londres que dejaron 2 muertos y 3 heridos, y en Amsterdam con 3 heridos), como en lugares cerrados (en la prefectura de París con 4 muertos y 1 herido).
Los ataques del Viernes Negro en Londres y en la prefectura en París son de particular relevancia, pues evidencian las debilidades actuales en la lucha contra el terrorismo y la radicalización yihadista, a pesar de estar presente desde 2015 e incluso antes. El primero fue ejecutado el 29 de noviembre por Usman Khan: un joven de 28 años de origen paquistaní, en libertad condicional después de una sentencia de 16 años por haber militado en una célula de Al Qaeda. Khan es el ejemplo de que los programas de desradicalización tienen poco o ningún efecto. Aquellos que realmente logran salir del túnel del yihadismo son, de hecho, una excepción muy rara y no la regla.
Por lo tanto, no es muy efectivo el buenismo y la indulgencia en la aplicación de descuentos de penas y blandos regímenes de prisión. Más bien, Khan confirma que la prisión es un lugar privilegiado para la radicalización y que los ataques terroristas en suelo europeo, independientemente de la modalidad y el alcance, son llevados a cabo por sujetos ya conocidos por la policía.
Vale recordar el caso de Anis Amri (que pasó por las cárceles sicilianas para ejecutar luego la masacre del mercado navideño en Berlín), y también era conocido tanto por las autoridades alemanas como por las italianas el yemení que el 17 de septiembre apuñaló a un militar de la estación central de Milán con el grito habitual de “Allah-u-Akhbar”.
Una variante sobre el tema se introdujo hace menos de una semana en París (el 2 de enero), para inaugurar el nuevo año, por el asaltante que con su cuchillo dejó un muerto y 2 heridos en la acera: no era conocido por las fuerzas del orden público, pero sí lo era para el servicio sanitario por sus trastornos mentales, en los que había mostrado signos evidentes de radicalización.
Permaneciendo en París, Michael Harpon, experto informático del departamento de información de la Prefectura (es decir de inteligencia), que cayó en la trampa de la radicalización después de convertirse al islam, testifica la capacidad del extremismo para penetrar profundamente en las sociedades europeas, reclutando y doblegando para sus fines incluso a sujetos insospechados.
Cambian las técnicas, se adaptan a las circunstancias cambiantes, pero la amenaza siempre está ahí, lejos de erradicarse o ponerse en condiciones de no dañar. Es la realidad de una guerra infinita, basada en una manipulación ideológica que se vuelve cada vez más astuta y progresiva.
Por otro lado, existen amplios márgenes de intervención para superar las debilidades en la lucha contra el terrorismo y la radicalización yihadista, por ejemplo, restaurando el efecto de disuasión garantizado por la certeza del castigo y cortando las actividades de proselitismo (Hermanos Musulmanes), junto con la financiación que los alimenta (Qatar, Turquía).
El fortalecimiento de las políticas de prevención y contraste en este sentido son posibles e imprescindibles, en nombre del derecho de los ciudadanos a vivir en condiciones de seguridad. Pasar a los hechos es solo una cuestión de voluntad política.