Dedicación de las Basílicas de los santos Pedro y Pablo
Construidas sobre los sepulcros de los santos Pedro y Pablo, a poca distancia de los lugares en los que sufrieron el martirio bajo Nerón, hoy recordamos las basílicas a ellos dedicadas con una única conmemoración
Construidas sobre los sepulcros de los santos Pedro y Pablo, a poca distancia de los lugares en los que sufrieron el martirio bajo Nerón, hoy recordamos las basílicas a ellos dedicadas con una única conmemoración y así, como se lee en el Martirologio Romano, «se expresa simbólicamente la fraternidad de los Apóstoles y la unidad de la Iglesia».
La Basílica de San Pedro fue construida por Constantino durante el pontificado de Silvestre I (314-335). Según el Liber Pontificalis, el papa sugirió esta edificación al emperador el cual, con el edicto de Milán del año 313, había consolidado la libertad de culto para los cristianos (que había sido reconocida en el 311 con el edicto de Galerio) y favorecido la edificación de numerosas iglesias, primera entre todas la Basílica de San Juan de Letrán. Para costruir la Basílica de San Pedro, Constantino hizo demoler casi todos los mausoleos que surgían sobre la necrópolis vaticana, sepultar las cámaras funerarias con material de relleno y nivelar toda la zona llamada platea Sancti Petri. Todo este trabajo se llevó a cabo para que el altar mayor coincidiera con la tumba de Pedro, marcada por un pequeño trofeo conocido como “trofeo de Gayo” (del nombre del cristiano que escribió al hereje Proclo: «Si vas al Vaticano o a la vía Ostiense, encontrarás los trofeos de los fundadores de la Iglesia»).
En su forma actual, la basílica fue reconstruida entre los siglos XV y XVII y consagrada por Urbano VIII el 18 de noviembre de 1626. Las excavaciones arqueológicas del siglo XX (realizadas bajo el pontificado de Pío XII) confirmaron que la basílica está justo encima del sepulcro del Príncipe de los Apóstoles, rodeado de diversas tumbas orientadas hacia él y delimitado por un muro de grafitos que repiten los nombres de Cristo, María y Pedro.
La Basílica de San Pablo Extramuros surge, a su vez, sobre el sepulcro del Apóstol de las gentes, en la vía Ostiense. Aquí Constantino hizo erigir una pequeña basílica, consagrada por Silvestre I el 18 de noviembre del año 324, pero reconstruida posteriormente por Teodosio y Valentiniano II a fin de acoger mejor al gran número de peregrinos. El edificio permaneció prácticamente intacto hasta el incendio de 1823, tras el cual se llevó a cabo la reconstrucción que ha dado a la basílica su forma actual.
El hecho de que Pedro y Pablo predicaran en Roma y concluyeran en esta ciudad su vida terrena con el martirio -el primero fue crucificado cabeza abajo y el segundo decapitado-, ilustra por qué la Iglesia es, al mismo tiempo y de manera inseparable, católica, apostólica y romana. Precisamente hablando de Roma y de la gloriosa presencia de Pedro y Pablo de acuerdo a la voluntad divina, san León Magno dijo en un famoso sermón: «Estos son los santos que te han promovido a la gloria de ser la nación santa, el pueblo elegido, la ciudad sacerdotal y real. Convertida en capital del universo por la santa sede de Pedro, te han permitido extender, con la divina religión, tu presencia más allá de los confines alcanzados por tu dominación terrenal. […] El esfuerzo de la guerra que te ha conquistado es inferior a la paz cristiana que te ha sometido».