Custodios, no dueños
Al ver Jesús el gentío, subió al monte (Mt 5,1)
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».
(San Mateo 5,1-12a)
Los seres humanos hemos recibido todo de Dios. Y en el momento de la muerte tendremos que dejarlo todo. Por eso no podemos definirnos como dueños, sino como administradores de los dones de Dios. Por eso tendremos que rendir cuentas a nuestro Creador de cómo hemos hecho uso de lo que nos ha confiado solo por un tiempo limitado. Por lo tanto, podemos elegir entre servir a Dios, aun a costa de ser ridiculizados, odiados o perseguidos, o servirnos a nosotros mismos y a los poderosos de turno. ¿Te sientes más administrador o propietario de las buenas cualidades que posees?
