Coronavirus: el doctor cura, pero es Dios quien sana
¿Cómo debe reaccionar un cristiano ante el Coronavirus? Con una “sinfonía”: por un lado el médico, que es un regalo de Dios, por otro lado la sanación viene del Altísimo, por lo que se necesita la oración. Sí, ¿pero cuál? La tradición viene al rescate: fórmulas, bendiciones y -¿por qué no?- una procesión pública para implorar el cese de las epidemias. Pero hoy en día sería antropológicamente, políticamente, culturalmente y eclesialmente incorrecto.
La reciente y supuesta epidemia de Coronavirus plantea de nuevo la pregunta de cómo debe reaccionar un cristiano ante tales fenómenos. Hay un texto muy hermoso, muy profundo y muy práctico del Antiguo Testamento, que debe ser citado casi en su totalidad. Es éste:
“Da al médico, por sus servicios, los honores que merece,que también a él le creó el Señor.
Pues del Altísimo viene la curación,
como una dádiva que del rey se recibe (...).
El Señor puso en la tierra medicinas,
el varón prudente no las desdeña (...).
Él mismo dio a los hombres la ciencia
para que se gloriaran en sus maravillas.
Con ellas cura Él y quita el sufrimiento,
con ellas el farmacéutico hace mezclas.
Así nunca se acaban sus obras,
y de Él viene la paz sobre la faz de la tierra.
Hijo, en tu enfermedad no seas negligente,
sino ruega al Señor, que Él te curará.
Aparta las faltas, endereza tus manos,
y de todo pecado purifica el corazón.
Ofrece incienso y memorial de flor de harina,
haz pingües ofrendas según tus medios.
Recurre luego al médico,
pues el Señor le creó también a él,
que no se aparte de tu lado, pues de él has menester.
Hay momentos en que en su mano está la solución,
Pues ellos también al Señor suplicarán
que les ponga en buen camino hacia el alivio
y hacia la curación para salvar su vida.
El que peca delante de su Creador,
¡caiga en manos del médico!”. (Sir 38,1-2.4.6-15).
Técnicamente la conclusión podría sonar problemática, pero la Biblia de Jerusalén señala que la traducción literal hebrea del último verso sería más adecuada así: “Peca ante el Creador quien se hace el fuerte delante del médico”. Además, la estima por los médicos y las medicinas para los cristianos no se ve afectada por los numerosos milagros de curación realizados por Jesucristo, ya que el apóstol Pablo al final de la carta a los Colosenses escribe: “Os saludan Lucas, el querido doctor, y Dema” (Col 4, 14). Así que Lucas es “el querido doctor” y la expresión sugiere que su competencia es un hecho normal y apreciable.
Una vez superados los obstáculos técnicos, el mensaje profundo se encuentra en la “sinfonía” de dos razones concretamente inseparables: por una parte, el médico es un don de Dios, como las medicinas y como la inteligencia que Dios ha concedido a algunos para extraerlas de la materia que Dios mismo creó, y por lo tanto no se puede dejar de recurrir al médico. Por otra parte, la curación viene del Altísimo, para lo cual se necesita la oración, primero del médico y luego del enfermo; por tanto, no sólo la oración, sino la purificación del pecado. Hay en todo esto un equilibrio “católico” ante litteram, que no opone ni separa la naturaleza y la gracia, sino que las combina armoniosamente.
Así, la Brújula Cotidiana le pidió en primer lugar a un doctor -Paolo Gulisano- un análisis del Coronavirus. Queda por dedicarle unas palabras a la segunda y complementaria reacción cristiana, es decir, a la oración, que en este caso se apoya en dos razones: la primera es la necesidad de orar siempre ante una enfermedad o una posible epidemia; la segunda razón es más circunstancial, es decir, cómo reaccionar ante la angustia que los medios de comunicación tienden a generar: el cristiano no puede limitarse a tener miedo “como los demás que no tienen esperanza” (1 Ts 4,13), sino que debe calmar sus temores con la oración.
Dicho esto, la pregunta es: “Sí, pero ¿cómo rezar?”. Si nos quedamos a nivel personal o de pequeños grupos, no hay dificultades y muchas oraciones son útiles para este fin: el rosario, la adoración eucarística, diversas jaculatorias, etc.
Si, por el contrario, se quiere entrar en la liturgia que incluye los sacramentos y los sacramentales -aparte de la posible dificultad de convencer a los que van a presidir para que entren en esta perspectiva- no hay muchísimas posibilidades, pero alguna se puede encontrar.
Las fórmulas de Misas y Oraciones por Varias Necesidades y para Diversas Circunstancias de la vida social están abiertas a los fenómenos naturales, por ejemplo “En tiempos de terremoto / Para pedir lluvia / Para pedir buen tiempo / Contra las tormentas”, pero son menos adecuadas a nuestro caso, por lo que tenemos que conformarnos con la fórmula “Para los enfermos” o una forma genérica “Para cualquier necesidad”.
Mejor la Colección de Misas Marianas con el formulario 44 “Virgen María Salud de los Enfermos”, en el que la oración pide “gozar siempre de la salud del cuerpo y del espíritu” y, por la intercesión de María, “salvarnos de los males que ahora nos entristecen y guiarnos a la alegría sin fin”.
El Ritual de Bendiciones, además de la bendición para los enfermos, tiene una “Bendición para la conservación de la salud en memoria de la Virgen María o de un santo”.
Todo esto, sin embargo, permanece dentro de la iglesia o de una pequeña capilla. Pero... ¿y si quisiéramos salir, qué menos que hacerlo con una procesión? En efecto, hay que recordar que en la antigüedad y sobre todo en la Edad Media y en el período barroco, las procesiones penitenciales para liberarse de las epidemias -de la peste y otras - eran frecuentes y fructíferas, tanto que muchos santuarios o estatuas/iconos de la Virgen nacieron precisamente después de la curación de una epidemia.
Hoy en día hay procesiones dentro de la liturgia, por ejemplo la de las candelas el 2 de febrero, la del Jueves Santo para la reposición del Santísimo Sacramento, la procesión solemne después de la preparación del cirio en la Vigilia Pascual, etc., pero las procesiones públicas se limitan al patrón (Nuestra Señora o un santo) y con ocasión de la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Ni el cánon 944, ni el capítulo XXI de la Caeremoniale Episcoporum, ni los números 245-247 del Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, que también hablan moderadamente de procesiones, prevén explícitamente una procesión penitencial para obtener de Dios la liberación del contagio. Es comprensible: en una sociedad cada vez más urbanizada, las procesiones plantean problemas de tráfico y, por lo tanto, no conviene aumentarlas. Además, en el contexto actual ya no expresan un consenso social de todos sino sólo de una parte, una parte que se cuida mucho de no poner la lámpara demasiado a la vista, sino cada vez más bajo el celemín, de modo que, como advertía el cardenal Biffi, se consigue la ventaja “de que uno ni siquiera nota la diferencia cuando se apaga la lámpara” (Il Quinto Vangelo, 10).
Sin embargo, una procesión pública para implorar el cese de una epidemia –y no decimos el Coronavirus, sino de una verdadera y probada y devastadora epidemia-, sería una hermosa y visible esperanza de salvación propuesta a todos, aunque obviamente no se imponga.
Por desgracia, para encontrar algo así hay que volver a “antes del Concilio”, es decir, al último ritual pre-conciliar, el Rituale Romanum edición de 1952. El Título X trata de las procesiones y se hace una lista de trece con su respectivo reglamento. Una de ellas es la “Procesión en tiempo de mortandad y plaga”, por lo tanto en circunstancias y contenidos cercanos a nuestra situación, suponiendo que el Coronavirus resultase devastador. El esquema es el de las Letanías Mayores o Santos, también usado en las oraciones, con las invocaciones y oraciones finales que varían, adaptadas a las circunstancias. Hay tres tipos de circunstancias. En particular, la segunda pide que Dios sane las enfermedades del alma y el cuerpo para que “siempre nos regocijemos en tu bendición”. Pero sobre todo, la tercera y última oración pide que Dios, hecho propicio por las oraciones, elimine la peste y la mortalidad para que “los corazones de los hombres mortales sepan que, bajo tu indignación, estos flagelos aparecen y progresan, mientras que con tu misericordia cesan (...ut mortalium corda cognoscant, et te indignante talia flagella prodire, et te miserante cessare)”. Hoy en día sería un discurso antropológicamente, políticamente, culturalmente, eclesialmente incorrecto, sin embargo con el censo de David (cf. 2 Sam 24:1-25) ¡los hechos sucedieron exactamente así!
Esto no pretende proponer una vuelta a la época pre Conciliar No hay nada que copiar, pero sí mucho en lo que inspirarse. Tal vez, si el Coronavirus aumenta, uno puede inspirarse en montar una pequeña procesión el 11 de febrero, la Santísima Virgen de Lourdes, que conoce bien el mundo de los enfermos y de las enfermedades.