Con Trump el americanismo podría reducirse en EEUU y trasladarse a Europa
¿Qué queda de la condena que el Papa León XIII hizo del americanismo entendido como doctrina que otorgaba la primacía a la eficacia por encima de la vida contemplativa? La victoria de Trump puede llevar a una revisión del americanismo liberal, pero que al mismo tiempo se arraigue cada vez más en Europa y... en el Vaticano.
El 22 de enero de 1899, León XIII publicó su encíclica Testem benevolentiae condenando el americanismo. Sería interesante valorar la pertinencia de lo que la Iglesia enseñó entonces con la situación que se ha abierto tras la elección de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. ¿Permanecerá el nuevo marco político dentro del americanismo o romperá con él?
El término “americanismo” indica el eficientismo, el pragmatismo, la celebración de la vida activa frente a la contemplativa, la exaltación de las virtudes “activas” que se corresponderían con las naturales, frente a las “pasivas” en relación a las sobrenaturales. Y todo ello como consecuencia del protestantismo. Se podría decir que una parte del americanismo no nació en América sino en Europa, si son ciertas las observaciones de Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo o, para ser más prudentes, que el americanismo deriva de las matrices culturales europeas. Una cosa es cierta: aunque su origen es estadounidense, el americanismo no está limitado dentro de los confines de Estados Unidos, ni podemos pensar que abarque a toda la sociedad estadounidense. Hay americanismo fuera de Estados Unidos y hay realidades no condicionadas por el americanismo dentro de Estados Unidos.
El americanismo no es sólo una doctrina política ni tampoco abarca únicamente aspectos sociales. Supone una revolución teológica y, por tanto, también tiene consecuencias para la propia Iglesia, puesto que implica la ruptura de la relación entre naturaleza y gracia. Las virtudes naturales serían preferibles a las sobrenaturales y, por tanto, no sólo la naturaleza podría hacer de las suyas, sino que emergería en primer plano frente a lo sobrenatural. “Es algo difícil de comprender –escribía León XIII- cómo los hombres cristianos pueden anteponer las virtudes naturales a las sobrenaturales, y atribuir a las primeras mayor eficacia y fecundidad. Porque entonces, ¿se debilitará la naturaleza, ayudada por la gracia, más que si se la abandonase a sus propias fuerzas?”.
“Difícil de entender”, dice León XIII, porque no hay virtudes “pasivas”, ni las virtudes llamadas “activas” son autodeterminaciones del sujeto. No son éstas las virtudes que siguen a la asunción por parte de los religiosos de los consejos evangélicos, así como de los preceptos, ejemplifica el Papa. Los sacerdotes tampoco deben entregarse a actividades prácticas de carácter sociológico, sino que tienen que cumplir su tarea “con la sabia predicación del Evangelio, con la gravedad y el esplendor de las ceremonias sagradas y, sobre todo, encarnando en sí mismos las enseñanzas que el apóstol dio a Tito y a Timoteo”. El americanismo, en otras palabras, estaría también en el origen de los curas de la calle, de los curas obreros, de los curas sociales que a menudo anteponen las virtudes activas de la solidaridad social a las virtudes contemplativas conformadas por la gracia.
Augusto Del Noce estableció una distinción entre Occidente y Europa precisamente sobre esta base, considerando que mientras esta última prevé y acepta una cultura contemplativa, la americana contempla una cultura eficientista y pragmática. El americanismo sería así una producción autóctona americana y no una derivación de los virus intelectuales y morales del viejo continente. Esta tesis es muy interesante pero no convence del todo porque Europa no es una, sino dos: la auténtica en la que piensa Del Noce y la falsa nacida en la Edad Moderna de una revolución del pensamiento filosófico y político. El americanismo tiene conexiones no secundarias con esta última
Ahora bien, ¿puede la victoria electoral de Trump suponer una revisión del americanismo? Cabe esperar que el americanismo liberal sufra una desaceleración y se desarrolle una lucha interna que, sin embargo, no signifique una salida del americanismo al que Trump también parece referirse después de todo. Será cuestión de ver hasta qué punto sus políticas concretas se basarán únicamente en criterios “eficientistas” -no hay más que pensar en la sanidad, la inmigración o incluso en el posicionamiento respecto a las guerras en curso- o hasta qué punto estarán también cargadas de valores culturales y morales, logrando abrir algunas brechas en el marco general del americanismo.
En realidad, el americanismo liberal de Clinton, Obama, Biden, que fingía celebrar virtudes activas, impuso a los ciudadanos estadounidenses una pasividad muy rígida respecto a las visiones ideológicas del neoglobalismo imperante. Sería ya algo positivo que el gobierno de Trump creara algunas grietas y desmontara algunas piezas en las que pudieran insertarse las fuerzas sanas de la sociedad estadounidense. Hay fuerzas sociales en EEUU que están libres de americanismo. El “no” al aborto estatal decretado por los ciudadanos de Nebraska lo demuestra. Incluso en la Iglesia católica hay fuerzas vivas que hasta ahora han rehuido el americanismo, incluidos algunos obispos como Cordileone o Strickland. Al fin y al cabo, el americanismo es una ideología que América se siente obligada a universalizar como una nueva religión, pero unas buenas dosis de realismo podrían reducir su prosopopeya.
Pero la verdadera noticia de la era Trump podría ser otra, a saber, que mientras Estados Unidos revisa la ideología americanista sin abandonarla del todo, el americanismo continúa en Europa y en el Vaticano. En Europa podría continuar bajo la forma de un nuevo europeísmo en el sentido de las “grandes opciones” reclamadas por Draghi, y en el Vaticano continuando por el camino ya ampliamente emprendido de una fe católica propuesta como praxis de integración social, privilegiando las virtudes consideradas “activas” en detrimento de las “pasivas”.