Caso Burke: Lo que está en juego es la fe
Los comentarios internacionales sobre la noticia de que el Papa pretende quitarle la casa y el sueldo al cardenal Burke se centran en lógicas políticas y partidistas. Pero no se trata de eso, sino de la propia naturaleza de la Iglesia.
Las voces indiscretas sobre la voluntad del Papa Francisco de castigar al cardenal estadounidense Raymond Leo Burke quitándole el sueldo y la casa, dada en exclusiva por nuestro periódico, ha dado la vuelta al mundo. Algunos han intentado corregir la trayectoria de la noticia. Según una fuente de Reuters, el Papa habría dicho que el cardenal Burke “trabaja contra la Iglesia y contra el papado”. Según Associated Press, el Papa acusó a Burke de ser “una fuente de desunión” y de querer quitarle el sueldo por ser culpable de utilizar “privilegios contra la Iglesia”. Ayer por la tarde, Austen Ivereigh hizo pública una confirmación del Papa, con quien se puso en contacto directamente: “Burke ha utilizado sus privilegios contra la Iglesia”, por lo que le voy a quitar su casa y su sueldo. Una expresión elocuente de que la Iglesia es él.
El mundo interpreta estos asuntos internos con sus propias categorías, que evidentemente no son las que emanan de la fe, sino las de quienes buscan justificar al papa Francisco, no porque les importe el Papa, sino porque tienen interés en apoyar su triste agenda.
Así, uno de los mayores expertos italianos en asuntos vaticanos, Massimo Franco, en el principal diario italiano, el Corriere della Sera, ha presentado el asunto como el resultado inevitable de un enfrentamiento entre el pobre Papa y “esa facción”, de la que se dice que el cardenal Burke no es otro que el “líder”, y que “en Estados Unidos, desde hace años le dirige críticas [al papa] que son consideradas excesivas incluso por los adversarios de Jorge Bergoglio”. Massimo Franco, sin embargo, ni siquiera dedica un párrafo a analizar el contenido de estas “críticas excesivas”.
Mejor, por tanto, utilizar la estrategia de levantar humo, sembrando cizaña y alusiones por aquí y por allá. Como cuando Franco afirma que “Burke nunca ha desmentido su reputación de ultraconservador hostil al Papa”. Evidentemente, Franco ha pasado por alto las innumerables ocasiones en las que el ex Prefecto del Tribunal de la Signatura Apostólica ha rechazado cualquier acusación de hostilidad hacia el Papa y ha tratado de dejar claro que una cosa es oponerse a posiciones discutibles e incluso equivocadas del Pontífice y otra resentirse contra su persona o, peor aún, contra el ministerio que ha asumido.
O como cuando, poco después, Franco decide apropiarse del registro de las novelas de suspense: “Detrás de Burke y su ‘guerra cultural’ se vislumbra la sombra de personajes e instituciones que consideran a Francisco un peligro”. Entre esas sombras está la trillada referencia a Steve Bannon (y Donald Trump). Franco sabe que Burke “se ha defendido varias veces” de esta acusación, pero una leyenda es eterna siempre. Así que mejor insistir: cruces y encuentros a través del instituto Dignitatis Humanæ. Es la prueba fehaciente del subterfugio entre ambos para frustrar la obra de Francisco.
En otro periódico italiano se leen cosas aún peores: es el diario Open, la criatura de uno de los periodistas televisivos más conocidos, Enrico Mentana. Nada de Bannon y Trump: la verdadera “sombra” detrás de Burke es el “populista” mexicano Eduardo Verástegui, “gran amigo personal del nuevo presidente de Argentina, Javier Gerardo Milei”. ¿La prueba? Aquí está: “En los últimos años el cardenal Burke, que ha fundado en La Crosse, Wisconsin (EE.UU.), un santuario dedicado a Nuestra Señora de Guadalupe, ha recibido varias veces a Verástegui, a menudo rezando el rosario con él y participando en conferencias públicas”. Sin duda, actividades subversivas y peligrosas.
Por tanto, según Open, el radar de Bergoglio no está en Estados Unidos, sino en “ese eje populista entre Centroamérica y Sudamérica (...) visto como humo a los ojos del Papa Francisco”; un hecho que, en su opinión, contribuiría “aún más a poner al cardenal Burke en su punto de mira”. Teorías que rozan lo cómico.
Sin embargo, nadie parece haberse molestado en abordar el problema de fondo: ¿qué ha dicho y ha escrito el cuestionado cardenal estadounidense? Si lo hubieran hecho, habrían tenido más posibilidades de comprender y hacer comprender que lo que está en juego no es la oposición entre alineamientos “políticos”, o corrientes culturales; ni siquiera es el ajuste de cuentas personales, sino que es la propia identidad de la Iglesia y del catolicismo.
Al cardenal Burke –al igual que a nosotros en La Brújula- no le importan las etiquetas, sino que le importa la Iglesia católica, la fe y la fidelidad a Jesucristo. Y cuando se vuelven a cuestionar asuntos sobre los que la Iglesia ya se ha pronunciado de forma definitiva y coherente, un obispo no solo tiene el derecho, sino que tiene el grave deber de posicionarse públicamente para hacer preguntas y aportar claridad, de manera que pueda preservar su alianza con el Señor y transmitirla incorrupta. Que el Papa confirme en la fe no es la irreverente pretensión de Burke, Strickland o Zen: es el sentido constitutivo de su cargo tal como Jesucristo lo instituyó. Y que el Papa está haciendo exactamente lo contrario lo demuestra la confusión sin precedentes –al menos en los tiempos modernos- entre los católicos.
En los últimos diez años de su pontificado, algunos puntos clave de la disciplina de la Iglesia, enraizados en el dogma, han saltado por los aires, bien directamente por el Papa, bien por personas que él ha colocado en puestos de máxima importancia y a quienes se ha cuidado mucho de reprender. Lo que era claro se ha vuelto confuso, lo que era cierto se ha vuelto cuestionable, lo que era sagrado se ha profanado. Vayamos de memoria: posibilidad de que reciban la absolución sacramental y la Sagrada Comunión quienes sigan viviendo more uxorio; misma posibilidad para quienes apoyen públicamente el aborto y otros pecados graves; insistencia en que los sacerdotes absuelvan siempre, sin verificar el arrepentimiento sincero; posibilidad de recurrir a la anticoncepción e incluso a la fecundación homóloga asistida; posibilidad de recurrir a la eutanasia; posibilidad de bendecir a las parejas de hecho e incluso a los homosexuales; afirmación de que Dios quiere la pluralidad de religiones; revisión del celibato obligatorio; posibilidad de un diaconado femenino ordenado y apertura al sacerdocio femenino; inversión de la doctrina de la Iglesia sobre la pena de muerte; posibilidad de revisar la doctrina de la Iglesia sobre la homosexualidad; posibilidad de que los protestantes reciban la Sagrada Comunión; revolución de la estructura jerárquica de la Iglesia introduciendo laicos con derecho a voto en un sínodo de obispos.
Oponerse a estas graves derivas no es ser enemigo del papado ni dividir a la Iglesia; lo trágico es que haya un Papa que las proponga, las apoye y que considera un enemigo a quien, en cambio, simplemente cumple con su deber. Y entre los enemigos, Francisco ha decidido no hacer prisioneros, acelerando la peligrosa deriva absolutista: Ego sum Petrus, ergo sum Ecclesia.