San Francisco Javier por Ermes Dovico
EL LIBRO

Benedicto, papado espiritual vs dictadura del anticristo

Las respuestas de Ratzinger en el libro de Seewald, "Benedikt XVI: Ein Leben", dicen mucho más de lo que ha surgido hasta ahora. El poder del Anticristo no se revela solo con la legitimidad del aborto y las uniones homosexuales, sino que se materializa en una "dictadura mundial de ideologías aparentemente humanistas" que excluye a los cristianos fieles del consenso social. Esto está relacionado con la renuncia y el título de "Papa emérito", con el que Benedicto XVI pretendía fortalecer el poder espiritual de la Iglesia, que se basa en la oración.

Ecclesia 13_05_2020 Italiano English

Las palabras de Benedicto XVI, filtradas del nuevo libro apenas impreso de Peter Seewald Benedikt XVI: Ein Leben, no pasaron desapercibidas. Aborto y uniones homosexuales, signos del Anticristo: esta es la esencia de lo que ha aparecido hasta ahora, frente al cual se denunció de inmediato la anti-modernidad de Ratzinger, algunos para culparla y otros para alabarla.

Pero en las respuestas de Benedicto XVI, reportadas en la sección final del libro, hay mucho más contenido: hay una lectura profunda del momento que estamos viviendo, una (¿definitiva?) aclaración del significado de su "renuncia" y del rol del Papa emérito, la manifestación de la realidad más profunda de la Iglesia. Vamos en orden.

Se trata de 20 preguntas que Seewald le hizo al Papa Emérito en otoño de 2018. Ratzinger le había respondido cortésmente, pero, en una carta del 12 de noviembre, también había especificado que "lo que usted me pregunta, ciertamente entra en la situación actual de la Iglesia" y que la respuesta a esas preguntas “inevitablemente se entrometería en el acción del Papa actual. Todo lo que va en esa dirección, debo y quiero evitarlo”.

Es importante tener bien presente este contexto: las declaraciones inéditas de Benedicto XVI son, por lo tanto, indicaciones que profundizan en la comprensión de lo que la Iglesia está experimentando en esta hora de su historia y que, en un cierto momento, se decidió publicar, a pesar del riesgo de que pueda entenderse como una invasión de campo. Además, precisamente en estas respuestas, Ratzinger señala que “la afirmación de que me meta regularmente en el debate público es una distorsión maliciosa de la realidad”.

El Papa emérito resume nuestro tiempo como una “crisis de existencia cristiana” que se deriva directamente de “una crisis de fe”. Es la dimensión de la apostasía en curso que hay que abordar, pues amenaza la presencia cristiana en el mundo.

La verdadera batalla no está al nivel de los problemas internos de la Curia romana. No es Vatileaks lo que amenaza al papado (“debo decir que el rango de cosas que un Papa puede temer se considera demasiado limitado”), sino la manifestación del Anticristo en una dictadura mundial, que llevará a los cristianos fieles a ser excluidos de la vida social: “La verdadera amenaza de la Iglesia y, por lo tanto, del ministerio petrino [radica] en la dictadura mundial de ideologías aparentemente humanistas, cuya contradicción conduce a la exclusión del consenso de base de la sociedad”. Es en este contexto más amplio que el Papa emérito se refiere al aborto, los matrimonios homosexuales y la producción de seres humanos en el laboratorio, como signos de esta dictadura humanista. E insta: “La sociedad moderna está formulando un credo anticristiano, oponiéndose a lo que se nos castiga con una excomunión social. El miedo frente a este poder espiritual del Anticristo es entonces natural y sirve de verdad la ayuda de la oración de toda una diócesis y de la Iglesia mundial para resistir”.

Estas palabras providenciales iluminan la situación que estamos viviendo: la suspensión de misas con la gente, la sumisión de la vida de la Iglesia a las condiciones pseudo-sanitarias dictadas por los expertos de turno, ya es un índice muy elocuente de lo que es y será el puesto de la Iglesia en el mundo del tan proclamado nuevo humanismo.

Por lo tanto, nuestros tiempos son claramente anticristianos y debemos luchar “contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12), una lucha que se enfrenta esencialmente con oración.

Y es frente al Anticristo que el Papa Benedicto percibió que se encontraba durante su pontificado, e incluso ahora, como Papa emérito. Si uno entra en esta perspectiva, puede comprender mejor las razones profundas de su elección y la "obstinación" de mantener el título de Papa emérito. Un tema que ocupa la mayoría de los problemas planteados por Seewald. 

No fue la corrupción de la Curia, no fue una amenaza lo que lo llevó a dar el paso de 2013, que definitivamente había decidido en su corazón desde agosto de 2012, cuando estaba en Castel Gandolfo para refrescar un poco sus fuerzas.

Seewald intenta comprender completamente el significado de esa renuncia, proponiendo al Papa Emérito el análisis del filósofo Giorgio Agamben: con su renuncia Benedicto XVI quiso fortalecer el poder espiritual de la Iglesia y de alguna manera anticipó la separación entre Jerusalén y Babilonia, que conviven en la Iglesia y en el mundo. Y aquí Ratzinger "confesó y no negó, sino confesó” (cf. Jn 1:20); se aferra a su amado san Agustín para recordar que algunos aparentemente solo están en la Iglesia y otros, sin saberlo, le pertenecen, y que “hasta el fin de los tiempos, entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, la Iglesia continúa su peregrinación” (La Ciudad de Dios XVIII, 51:2). Luego el comentario sobre las palabras del gran obispo de Hippo: “Hay momentos en que la victoria de Dios sobre los poderes del mal se manifiesta consolante y otros en los que el poder del mal lo oscurece todo”.

Parece que estamos en la segunda situación, que no debe, sin embargo, hacernos olvidar que siempre “en la Iglesia, en medio de las tribulaciones de la humanidad y el poder que genera confusión, uno puede reconocer el poder silencioso de la bondad de Dios”. Y es a causa de esta densa oscuridad, de este surgimiento del Anticristo, que debe ser comprendida la opción de dejar la guía “activa” y, al mismo tiempo, mantener el título de Papa emérito.

Ratzinger pasa revista al debate que, en la época del Vaticano II, había llevado a la definición legal del “obispo emérito”, una solución encontrada por el obispo de Passau, Mons. Simon Konrad Landersdorfer: “Emérito significa que ya no era un titular activo de la sede episcopal, incluso si estaba en la relación particular de un obispo con su ex-sede. Por lo tanto, por un lado, era esencial tener en cuenta la necesidad de definir su cargo en relación con una diócesis real, sin convertirlo en el segundo obispo de la diócesis. La palabra "emérito" significaba que había cedido completamente su oficio, pero su conexión espiritual con la sede que tenía hasta el momento, también era reconocida como una cualidad legal”. El vínculo espiritual, desde el punto de vista de la fe, no es algo auxiliar, un contenido para hacerte sentir todavía útil; por el contrario, la esencia de la tarea espiritual “es servir a su diócesis desde adentro, del lado del Señor, en oración con y por”.

¿Pero es posible afirmar lo mismo para el Papa? Respuesta: “No se comprende por qué esta figura jurídica no debería ser aplicable al obispo de Roma. En esta fórmula tenemos ambas cosas: no hay un poder jurídico concreto completo, sino una asignación espiritual que, incluso si es invisible, permanece”, porque esta “unión espiritual no puede ser eliminada de ninguna manera”. Esta es la “revolución” deseada por Ratzinger con su elección: que la fortaleza espiritual sea considerada como algo esencial para la Iglesia, como la realidad más profunda. Y como tal sea reconocida también legalmente.

Ante los continuos, inútiles y dañinos intentos de querer reformar la Iglesia cambiando la estructura de la Curia, inventando “nuevos” planes pastorales, etc., Benedicto XVI ha impuesto de alguna manera la primacía de la dimensión espiritual, mediante el reconocimiento jurídico del Papa emérito. Fue un acto radical para empujar a los cristianos a comprender que la oración es sustancia, que la dimensión espiritual es una prioridad y más concreta que cualquier acción material, porque significa actuar “desde adentro, del lado del Señor”.

Agamben había dado en el blanco. Es principalmente a este nivel que la gran batalla de nuestro tiempo tendrá que librarse.

Artículo con la colaboración de Katharina Stolz