“Así desvié la bala contra Juan Pablo II”
El informe de un magistrado que ha investigado por primera vez la hipótesis afirma que es plausible la intervención sobrenatural de sor Rita Montella. Esta monja afirmó haber desviado en bilocación, junto con la Virgen, la bala de Alí Agca destinada a matar a Juan Pablo II el 13 de mayo de hace 40 años. La Brújula Cotidiana ha leído un avance del excepcional documento.
13 de mayo de 1981, 17:17 horas. Roma, Plaza de San Pedro. Pero también Fátima. Y también Santa Croce sull'Arno. Estas son las coordenadas espacio-temporales del histórico atentado de Alí Agca contra san Juan Pablo II, del que se cumple el cuadragésimo aniversario. Roma es evidente, Fátima se entiende, dada la coincidencia de la fecha y la admisión explícita del Papa polaco, cuando reconoció que “una mano apretó el gatillo, otra mano materna desvió la trayectoria de la bala”. ¿Pero porqué también se incluye Santa Croce sull'Arno? Allí, en el monasterio fundado por la beata Cristiana Menabuoi a finales del siglo XIII, vivía, desde 1940, la monja agustina sor Rita Montella, originaria de Cèrcola, en la provincia de Nápoles. Y allí permaneció “encerrada” hasta 1992, año de su muerte. Esta monja de clausura, desde muy joven, veía al Padre Pío, que iba a visitarla a su manera, es decir, en bilocación. La hermana Rita también tenía el don de la bilocación. Una vez lo utilizó para visitar al cardenal Mindszenty, que estaba en prisión. Su director espiritual, el padre Teófilo Dal Pozzo, quiso ponerla a prueba; le dio a sor Rita una postal con una imagen de la Virgen y le ordenó que pidiera al cardenal que escribiera en ella un saludo dirigido al Santo Padre. En la noche del 26 de mayo de 1949, sor Rita fue en bilocación a ver al cardenal húngaro y regresó con la postal. En el reverso estaba escrito: “Deo gratias... me benedic. Additissimus filius Joseph Mindszenty. XXVI-V-MCMXLIX”. Una nota entregada rápidamente a Pío XII.
Sin embargo, es otra bilocación la que nos interesa en este cuadragésimo aniversario del atentado. El padre Franco D'Anastasio, que conocía los fenómenos extraordinarios de sor Rita desde 1957, escribió en una declaración refrendada por el notario Luigi Napolitano y enviada en 2006 al cardenal Stanisław Jan Dziwisz: “Con ocasión de un encuentro a finales de 1981, nos encontramos hablando [con sor Rita] sobre el atentado al Santo Padre y sor Rita me confió: ‘La Virgen y yo desviamos con nuestras propias manos la del atacante del Papa’. Sor Rita se refería a un fenómeno que, según mi opinión personal, puede definirse como bilocación”.
Ahora, por primera vez, el contenido de esta declaración ha sido investigado por el magistrado Giancarlo Massei, desde 2011 presidente de la sección penal del Tribunal de Apelación y de la Corte de Apelación de Perugia. Massei, a petición del padre Fabiano Montanaro, que está trabajando en la recopilación de material sobre la vida de sor Rita para dar a conocer a esta gran monja del siglo pasado, ha llegado a la conclusión de que esta extraordinaria declaración es fiable. En un documento que terminó en noviembre de 2020, incluido en el dossier editado por el propio padre Montanaro, y que La Brújula Cotidiana ha podido leer con antelación, se destacan algunas conclusiones importantes.
“En el momento en que se hizo la confidencia (a finales de 1981) ya se había dictado la primera sentencia, la de julio de 1981 con la que se condenó a Alì Agca a cadena perpetua, y en esa sentencia no se mencionaba ningún impedimento que hubiera sufrido Alì Agca mientras intentaba disparar mortalmente contra el Papa; ni en los documentos de la investigación ni en los del juicio había ninguna declaración con la que Alì Agca hubiera reconocido haber sufrido algún impedimento para seguir disparando contra el Papa”. La confidencia que sor Rita había hecho al padre D'Anastasio era, pues, a todos los efectos, una “primicia”: nadie en aquel momento había planteado la hipótesis de una intervención externa sobre el agresor; ni siquiera Agca. Massei continúa: “Se informaba de una circunstancia que era completamente desconocida en ese momento, que nadie había contado y de la cual nadie había hecho una hipótesis semejante. Es más, tal y como el evento ocurrió y se dio a conocer al mundo (el Papa fue herido mortalmente por el tirador), éste parecía contradecir y negar dicha circunstancia”.
Sólo el 22 de diciembre de 1982, Alì Agca comenzó a reconocer de que alguien le había sujetado el brazo, impidiéndole tener éxito en su intención de matar al Papa: “En cuanto al día... ese éxito, al menos según las previsiones, no se produjo, sobre todo porque, después de haber disparado el segundo tiro, hubo alguien que me agarró violentamente y me impidió seguir dando en el blanco”. También cuando Juan Pablo II, el 27 de diciembre de 1983, fue a ver a Agca a la cárcel de Rebibbia, el “lobo gris” le había confesado que seguía sin entender cómo no estaba muerto.
En el interrogatorio del 17 de octubre de 1983, Agca volvió a especificar que habría querido realizar más disparos, pero que no había sido posible “porque algunas personas que estaban a mi lado se habían dado cuenta de mi comportamiento y me habían agarrado por el brazo con cuya mano sostenía la pistola. Era mi brazo derecho”.
Agca no conocía la revelación de sor Rita Montella, porque el padre Anastasio la dio a conocer sólo después de su muerte (1992), tal y como la monja había pedido expresamente. Tampoco era posible que el asesino se lo hubiera inventado, porque para él, ya condenado a cadena perpetua en julio de 1981, la confesión de que había querido hacer otros disparos habría constituido una circunstancia agravante, no una atenuante.
A la luz de estas declaraciones y de los informes periciales sobre el arma de fuego utilizada por Agca realizados por el agente de seguridad pública Giannone Rosario (el arma era nueva y estaba en buen estado; el encasquillamiento observado se debió exclusivamente al impacto sufrido por la caída al suelo), Massei pudo concluir que “es por tanto cierto, como se indica en la sentencia n. 20/86 del Tribunal de lo penal de Roma, emitido el 26.3.1986, que Alì Agca disparó sólo 2 tiros y no los 5 o 6 que debería haber disparado; y es cierto que no pudo disparar más tiros contra el Papa, debido a la decisiva, enérgica y violenta intervención que alguien puso en marcha en esa coyuntura salvando así la vida de Juan Pablo II”.
Por lo tanto, la intervención de ese “alguien” está constatada. ¿Pero qué pasa con su identidad? Durante años se ha barajado la hipótesis de que fue una tal sor Lucía Giudici, presente ese día y situada cerca del atacante, la que sostuvo el brazo de Agca. Una identificación que también aceptaron los jueces del Tribunal de Cuentas de Roma en la sentencia del 26 de marzo de 1986, y que, tal y como afirma Massei, “resultó ser patentemente errónea”. Y sin embargo, en esas 1200 páginas de la sentencia hay importantes consideraciones que contradicen esta identificación y abren la hipótesis sobrenatural.
En las declaraciones de sor Lucía durante el interrogatorio realizado al fiscal Luciano Infelisi, afirmó que Agca, después de haber disparado las dos balas que alcanzaron al Papa, “intentó huir apuntando con la pistola en la mano hacia los transeúntes. Agarré las solapas de su chaqueta inmediatamente después de que el individuo nos apuntara con su arma a mí y a un policía que acababa de llegar, y luego la tiró al suelo”. Interrogada de nuevo el 7 de enero de 1982 por el G.I. Ilario Martella, precisó que, en el momento de los disparos, se encontraba a unos diez metros del atacante y a cuatro metros del Papa. Ambas declaraciones permiten excluir que fuera ella quien agarrara el brazo de Agca: en efecto, sor Lucía le agarró la chaqueta sólo después de los disparos y mientras Agca huía.
Massei también señala que en las más de mil páginas “ninguno de los numerosos testigos oídos y aunque muy cercanos al lugar del crimen, [hizo] mención a la enérgica y decidida acción llevada a cabo por Alì Agca inmediatamente después de la explosión de los dos disparos”, acción atestiguada por él y confirmada por el hecho de que sólo efectuó dos disparos. Por otra parte, “nadie ha hablado de tal intervención, nadie se ha dado cuenta de los tirones y coacciones sufridos por Alì Agca; nadie ha visto a una o varias personas agarrando el brazo de Alì Agca, si no que él fue el único que sintió la acción impeditiva llevada a cabo contra él. Tampoco el autor de semejante acción, tan intrépida, decisiva y meritoria, se reveló de ninguna manera para poder ser interrogado, identificado y ofrecer su propia aportación narrativa al acontecimiento. Tampoco ningún fotograma, ninguna filmación, retrató tal acción, aunque fuera tan importante y tuviera lugar a pocos metros de donde pasaba el Papa, a una distancia muy corta de donde se dirigía la atención en esa coyuntura”.
Nos encontramos ante un enigma sin resolver: evidentemente, alguien retuvo el brazo de Agca, según su testimonio; de lo contrario, el “lobo gris” habría efectuado al menos otros 3-4 disparos, como confesó expresamente. Sin embargo, ese alguien nunca ha sido encontrado, nunca se ha presentado, no ha sido identificado por ninguna foto ni grabación.
Ninguna confesión, excepto la de la monja de clausura, sor Rita Montella.