Anunciación del Señor
“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. El saludo del arcángel Gabriel a María resume de manera única el misterio de la Anunciación, el acontecimiento central en la historia del hombre que revela todo el amor de Dios por su criatura, llamada a cooperar en su plan de salvación
“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. El saludo del arcángel Gabriel a María resume de manera única el misterio de la Anunciación, el acontecimiento central en la historia del hombre que revela todo el amor de Dios por su criatura, llamada a cooperar en su plan de salvación. En la Anunciación se realiza el primer cumplimiento de las antiguas promesas y la espera del Salvador encuentra su respuesta, totalmente sorprendente para las expectativas humanas, a partir de las circunstancias. Para manifestar su omnipotencia, Dios elige Nazaret, una ciudad secundaria de una región periférica como Galilea. Y, sobre todo, elige a la muy humilde María, que después del saludo del mensajero celeste, aún turbada, oye que le dice: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”.
Este espléndido pasaje del Evangelio según Lucas (Lc 1, 26-38) nos refiere que María preguntó cómo podía ser virgen y madre a la vez (“¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”), una pregunta que, ciertamente, habrá acompañado a tantos hijos de Israel desde el tiempo de la enigmática profecía de Isaías: “Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel” (Is 7, 14), que significa Dios con nosotros, como recordaba el evangelista Mateo. María supo en ese momento, por el ángel, que la virgen anunciada por el profeta era Ella: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios”. Y anunciándole la milagrosa concepción de su prima Isabel, san Gabriel pone como el sello de garantía sobre el inmenso plan, la Encarnación del Verbo (summum opus Dei, dirá el beato Duns Scoto), que el Omnipotente tenía para Ella y por medio de Ella: “Para Dios nada hay imposible”.
María no sólo creyó, sino que ofreció libre y plenamente toda su persona al plan divino: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Desde el instante de su sí, tan dócil y abandonado a la Voluntad divina, María se convirtió en el Arca de la Nueva Alianza, que “con inefable amor llevó en su seno al primogénito de la humanidad nueva” (Prefacio), es decir, Jesús, el nuevo Adán: por esto, san Anselmo de Aosta [o Canterbury], meditando acerca del pecado original, pudo decir que María es la Madre de la re-creación del género humano. El Niño concebido en su seno virginal, premisa para la Redención a través del sacrificio en la cruz, es el signo tangible de la fidelidad de Dios y de su deseo de salvar al hombre, para hacerle partícipe de la vida divina. El Dios oculto, del que muchos judíos no se atrevían ni siquiera a pronunciar el nombre, se ha revelado haciéndose carne en la plenitud de los tiempos y manifestando, ya en su nombre, el porqué de su descenso entre los hombres: “Le pondrás por nombre Jesús”, que significa Dios es la salvación.
La Solemnidad de la Anunciación se celebra normalmente el 25 de marzo, pero se pospone cuando esta fecha coincide con un domingo de Cuaresma, o cuando cae en Semana Santa o durante la Octava de Pascua. Se tiene testimonio cierto de la solemne liturgia del día de la Anunciación en un canon del X Concilio de Toledo (656), que demuestra la difusión a toda la Iglesia, signo de un origen aún más antiguo. La fecha del 25 de marzo está directamente vinculada a la de la Navidad, pues es nueve meses anterior a esta. El Misal Romano recuerda que “cálculos sabios y consideraciones místicas fijaban igualmente en el 25 de marzo el acontecimiento de la primera creación y de la renovación del mundo en la Pascua”. Hablando de cálculos sabios, debemos mencionar a Dionisio el Exiguo, el cual, alrededor del año 525, tras recibir el encargo de elaborar un método matemático para calcular la fecha de la Pascua, comenzó a numerar los años “desde la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo”. Como un promemoria perenne sobre el acontecimiento principal de la salvación, que nos exhorta a decir nuestro sí, como hizo María.