Santa Cecilia por Ermes Dovico

FRAGMENTOS DEL EVANGELIO

Vivimos en un milagro continuo

Partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. (Mt 14, 19)

Al enterarse Jesús se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto. Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los poblados. Al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida». Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer». Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces». Les dijo: «Traédmelos». Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. (Mt 14, 13-21)

 

Si pensamos en la multiplicación de los panes, no podemos no reconocer que es un milagro evidente de Jesús. Pero si nos detenemos a pensarlo, también el hecho de que de una semilla plantada en la tierra puedan nacer tantas semillas (gracias a la espiga del grano originaria de aquella semilla inicial) es un milagro. De hecho, no es el hombre el que hace nacer una nueva vida, como por ejemplo un hijo, sino que es Dios quien interviene de manera milagrosa. Por ello vivimos en un continuo milagro. El problema es que no nos paramos a pensarlo casi nunca. Deberíamos, por consiguiente, recuperar el asombro de los niños cuando observamos la naturaleza que se regenera y crece. Y con este asombro podremos acercarnos con mayor fe al milagro que se repite en cada Misa, cuando el pan y el vino se transforman en el Cuerpo y la Sangre de nuestro Salvador Jesucristo. No ciertamente para la capacidad o santidad del sacerdote, sino por mérito de Dios que, en todo caso, lo “utiliza” como instrumento.