Santa Inés de Montepulciano por Ermes Dovico
El dasafio etico

Vacunas, fetos abortados y otros medicamentos: Una guía para aclararse

Un argumento de peso de quienes creen que el uso de líneas celulares de fetos abortados para producir vacunas no es problemático es que si se impiden las vacunas también se deberían prohibir muchos otros medicamentos comunes que utilizan las mismas líneas celulares. En la realidad las cosas no son exactamente así, pero sobre todo no es aceptable aceptar un mal sólo porque está extendido. Desde aquí, una propuesta para los cristianos...

Vida y bioética 03_09_2021 Italiano English

El artículo está fechado el 28 de enero de este año, pero aquellos que consideran poco relevante el problema ético de las vacunas producidas o probadas a partir de líneas celulares derivadas de fetos abortados lo sacan a relucir una y otra vez. El autor, el padre Matthew P. Schneider, legionario de Cristo, ha intentado reducir la “resistencia” a las vacunas de origen ilícito, porque en su opinión esto sería ir demasiado lejos. Aunque en el pasado el padre Schneider ha defendido la decisión de un “testimonio profético” al utilizar vacunas “cultivadas en líneas celulares fetales”, cree que la misma posición con respecto a las vacunas sólo probadas en dichas líneas llevaría al rechazo paradójico de la ciencia médica moderna, haciendo imposible la vida de las personas: “Si rechazáramos un medicamento simplemente porque ha sido probado en líneas celulares fetales, una gran parte de los productos farmacéuticos clásicos sería inmoral”.

A continuación, Schneider presenta una lista de medicamentos comunes de venta libre y una lista de medicamentos de venta con receta –proporcionada por la doctora Lisa Gilbert- probados en la línea celular HEK-293 o en líneas celulares derivadas. La lista de medicamentos de venta libre incluye fármacos muy conocidos como Aspirina, Claritin y Maalox; y entre los medicamentos más conocidos con receta se encuentran Norvasc, Zitromax y Plaquenil.

El principio que motiva la oposición a las vacunas que “simplemente” se prueban en líneas celulares ilícitas también debería llevar sistemáticamente a rechazar todos los medicamentos de este tipo (hay 38 en la lista), lo que supondría enormes inconvenientes para nuestra salud, cuando no una vida impensable: “Si rechazáramos toda la cooperación a distancia, tendríamos que rechazar todo en la sociedad moderna, más que las monjas contemplativas. Sólo los agricultores de subsistencia aislados o los cazadores-recolectores que fabrican su propia ropa y herramientas podrían estar completamente libres de toda forma de cooperación a distancia”, explica Schneider.

Sin embargo, hay dos problemas con el artículo. La primera se refiere a la prueba de la unión de los fármacos enumerados a las líneas celulares fetales. José Trasancos (ver aquí), presidente de la Asociación Children of God for Life (“Hijos de Dios por la Vida”), comprobó uno a uno los medicamentos de la lista y descubrió que la mayoría de ellos se producían ya antes de que existieran las líneas celulares ilícitas. El ácido acetilsalicílico (comercializado en Italia como aspirina), por ejemplo, fue producido por el químico francés Charles Frédéric Gerhardt en 1853, mucho antes de que se hicieran estas líneas celulares. La relación con la HEK-293 “se refiere al uso posterior de la aspirina (ya fabricada, sin asociación con el aborto) y de líneas celulares fetales abortadas en alguna otra aplicación experimental, documentada y publicada muchos años después de que la aspirina hubiera llegado a las estanterías”.

Desde el punto de vista moral, no es lo mismo utilizar un medicamento para cuya elaboración fue imprescindible el uso de líneas celulares ilícitas o no. Si la Aspirina se produjo de forma ética y sólo después se decidió probarla en estas líneas celulares, esto significa que la fase de prueba no ética no fue decisiva para la producción del medicamento. La decisión inmoral posterior “no mancha retrospectivamente el desarrollo de la aspirina como inmoral”, concluye Trasancos. Exactamente lo contrario ocurre con la producción de los sueros producidos por Pfizer y Moderna, con una valoración moral que sólo puede ser negativa: estas vacunas no existirían sin la fase de pruebas en líneas celulares fetales.

El segundo problema, quizá más grave, radica en la lógica del artículo de Schneider, claramente expresada en el título: “Si todos los medicamentos probados en HEK-293 fueran inmorales, adiós medicina moderna”. Incomprensible. Si todos los medicamentos se probaran en estas líneas celulares, habría que redoblar los esfuerzos para detener esta barbarie. Cuando el pecado se convierte en una estructura de pecado, la reacción del cristiano no puede ser aceptar la situación pacíficamente, con una resignación desarmada. Por el contrario, cuando el mal está en todas partes, hay que reaccionar con una decisión proporcionada. Si, hipotéticamente, todos los medicamentos se probaran a partir de ahora en cobayas humanas (una hipótesis no demasiado alejada de la realidad, dada la tendencia actual y los precedentes en los países del tercer mundo), ¿qué deberíamos hacer? ¿Aceptarlo tranquilamente o, de lo contrario, “adiós a la medicina moderna”?

La posible constatación de que es imposible estar en el mundo sin cooperar con el mal no debería llevarnos a disminuir nuestra resistencia moral, sino a trabajar con determinación para cambiar el status quo.

El manifiesto To awaken conscience (“Para despertar la conciencia”), firmado también por el obispo Joseph E. Strickland de Tyler, ya había respondido al sofisma de Schneider: “Se nos dice que hay un uso casi omnipresente de la línea celular HEK-293 en la industria médica y científica. Si esto es así, lo consideramos una clara evidencia de las estructuras de pecado que giran en torno al aborto”. Un primer paso concreto que se puede dar para liberarse de estas cadenas es concienciar y presionar para que todos los fabricantes indiquen en los envases de los medicamentos “el uso de estas células para que podamos pasar a evitar estos productos”. Se ha hecho mucho más para oponerse a la crueldad con los animales y al uso de organismos genéticamente modificados que para oponerse al asesinato de un niño. En los envases y prospectos de los medicamentos sí se indica que se ajustan a los principios veganos y que no se han realizado experimentos con animales, mientras que no se dice nada sobre la explotación de fetos humanos abortados.

Tal vez el mundo cristiano debería dedicar más tiempo y recursos a exponer la podredumbre de la medicina moderna, en particular la farmacéutica, que a atacar a quienes intentan resistir su difusión generalizada. La propuesta de monseñor Strickland podría ser un buen punto de partida para que nos demos cuenta de cómo la metástasis del aborto ha infectado ya al mundo entero.