COVID-19

¿Vacuna anti-Covid sin experimentaciones? Muchos riesgos

La iniciativa de la Agencia Europea de Medicamentos que pide poder usar la vacuna contra el coronavirus ya en otoño, sin experimentación, es extremadamente peligrosa: existe el riesgo de aumentar los efectos del coronavirus en lugar de evitarlos y también de provocar graves daños cerebrales.

Crónica 20_07_2020 Italiano English

El conocido científico estadounidense Anthony Fauci lo anunció hace dos días: debería estar lista una vacuna contra el coronavirus “durante el próximo año, año y medio”, según los medios de comunicación estadounidenses. El inmunólogo informó que recibió garantías de las empresas productoras de que podrán fabricar hasta mil millones de dosis, lo que permitirá su distribución en todo el mundo.

En Europa, sin embargo, hay aún más urgencia: en los últimos días, la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) ha dado avances de la investigación en curso en Inglaterra, que estaría a buen punto. “La vacuna funciona”, fue anunciado. “El objetivo es distribuirlo sin experimentación”. Es decir, a través de una autorización especial de la Unión Europea para poder comercializar una vacuna a partir del próximo invierno. Por lo tanto, se trata de forzar todos los procedimientos normales a través de los cuales se aprueba un medicamento. Se trata de omitir toda una serie de pasos técnicos considerados normalmente indispensables.

La decisión de la agencia europea parece ser una actitud extraña: todos recuerdan cómo algunas agencias nacionales (incluida la Aifa italiana) se comportaron con respecto a las medicinas anti-Covid: una intransigencia absoluta, por ejemplo, en el caso de la cloroquina o terapia de plasma, con solicitudes de estudios, ensayos clínicos, de pruebas incontrovertibles de eficacia. En el caso de la vacuna, en cambio, se solicita descuidar los pasos fundamentales, para introducir un medicamento sin los experimentos necesarios, que normalmente toman tiempo, meses, años.

Para la vacuna anti-Covid, la palabra de orden es única y clara: darse prisa. No es casualidad que entre los expertos se hable de una “carrera de vacunas”. Pero en medicina, como en otras ciencias, la prisa es una actitud anticientífica. Esta prisa se justifica por el estado de emergencia, pero ahora está claro que los diversos brotes epidémicos tienen un curso típico, que finalmente conduce a la eliminación de los muertos y las infecciones. Pero está en marcha una campaña de propaganda muy fuerte, lo sabemos bien, que tiende a mantener un estado de miedo al regreso del virus. Por esta razón, la carrera para encontrar la vacuna, descuidando todas las otras hipótesis terapéuticas que también son respaldadas por varios científicos.

Hace solo unos días presentamos la interesante tesis del profesor Robert Gallo, uno de los mejores virólogos del mundo, que parece totalmente ignorada (ver aquí). Ya todo parece escrito y decidido: tienes que ponerte la vacuna anti-Covid. Una elección que deja perplejos. Y las dudas son de investigadores y científicos, no del autodenominado “No Vax”. Este término, entre otras cosas, se está convirtiendo en una categoría ideológica para desacreditar a priori a quienes se hacen preguntas sobre la eficacia y la seguridad de las vacunas. Una palabra mágica, como “fascista” o “racista”.

En realidad, muchos investigadores involucrados en el desarrollo de vacunas también quieren proteger a los pacientes, sin que se desencadene un fenómeno inmunológico que se conoce desde hace mucho tiempo y que después de la vacunación podría exacerbar la enfermedad en lugar de combatirla. Este serio y grave problema, del que ni Fauci ni los eurócratas impacientes por tener una vacuna hablan, se llama ADE.

Si algunos de los anticuerpos producidos por el cuerpo en respuesta a la vacunación no se unen lo suficientemente bien al virus, o no están presentes en la concentración correcta, pueden “adherirse” a él y exacerbar la enfermedad a través de un proceso conocido como potenciación dependiente de anticuerpos (antibody-dependent enhancement, ADE).

En el ADE, que era, entre otras cosas, la antigua divinidad griega del inframundo, los virus recubiertos de anticuerpos obtienen una entrada a través de los receptores de anticuerpos en los macrófagos y en otros componentes de las defensas inmunes, neutralizando las células mismas que habrían eliminado esos virus. Además, en algunos casos, este proceso puede desencadenar una fuerte reacción inflamatoria, que como hemos visto en los últimos meses, gracias a los hallazgos de las autopsias, es extremadamente peligrosa porque puede desencadenar vasculitis generalizada y fenómenos de tromboembolismo.

A través de ADE, el virus puede iniciar una sobreproducción de proteínas de señalización inflamatorias llamadas citocinas, lo que lleva a “tormentas de citoquinas” que pueden promover el síndrome de dificultad respiratoria aguda y dañar el tejido pulmonar. Por lo tanto, no es suficiente que una vacuna pueda inducir la producción de anticuerpos, sino que debe ser una cuestión de anticuerpos “correctos”, y para alcanzar este objetivo se necesita mucho tiempo y mucha prudencia. Por el contrario, una vacuna que determinara el ADE conduciría incluso a daños muy graves en el cuerpo. El ADE ya ha surgido como un problema para otras vacunas.

Existen ya claras evidencias de que el Covid-19 es un virus neurotrófico, es decir, realiza una acción en el sistema nervioso central. Si una vacuna se hiciera sin criterios de absoluta seguridad, los mecanismos que hemos descrito anteriormente podrían provocar daño cerebral en un número desconocido de personas. Un verdadero desastre humanitario.

Pero si a pesar de todo una vacuna de este tipo fuese comercializada, y la gente decidiera someterse a ella, motivados por el temor de sufrir una neumonía por Coronavirus - además curable con muchos tipos de terapias - considerando que es preferible a una encefalopatía, sin embargo, creemos que esta elección debe ser libre y personal, y no obligatoria y coercitiva.