Trauma post aborto, un camino hacia la curación
El síndrome post aborto puede afectar no sólo a la madre, sino también a otras personas implicadas en el aborto voluntario. Un libro del padre Jorge M. Randle presenta un camino de tres pasos para curarse de las heridas del aborto. Un camino basado en el binomio verdad y amor.
El padre Jorge María Randle nació en Buenos Aires (Argentina) en 1978; se hizo sacerdote del Instituto del Verbo Encarnado en 2003. De 2003 a 2015 vivió en Estados Unidos donde, por su ministerio pastoral, se dedicó a acompañar a personas estaban sufriendo por el síndrome post aborto. A partir de esta experiencia ha escrito el libro Cuori spezzati. Un cammino per guarire dalle ferite dell'aborto (“Corazones rotos. Un camino para curar las heridas del aborto”) (Ares, 2021).
Durante su labor pastoral en Estados Unidos, el padre Randle conoció a muchas personas que habían abortado y experimentó de primera mano las profundas heridas que deja el aborto. Por esta razón el libro no es académico, sino que tiene un estilo pastoral enfocado a los sacerdotes que se dedican a la delicada tarea de ayudar a las mujeres que han abortado a través de un complejo y doloroso proceso de curación.
La primera parte del libro define qué es el aborto y reitera la gravedad de este delito, recordando la postura de la Iglesia católica al respecto, que incluye la excomunión para todos aquellos que participen en él.
El aborto tiene dos caras: en primer lugar, es el efecto de una serie de factores que conducen a él, y en segundo lugar, la causa de una serie de problemas que se derivan de él. Los factores que conducen al aborto pueden ser la banalización de la sexualidad humana, la soledad, un contexto familiar problemático, el abandono por parte del padre biológico, el contexto social y diversos miedos relacionados con el pensamiento de la maternidad.
El trauma del aborto es la causa del síndrome post aborto, un tipo particular de trastorno de estrés post traumático caracterizado por depresión, ansiedad, trastornos alimentarios, abuso de drogas y alcohol, y pensamientos e intentos suicidas. Estos problemas pueden afectar no sólo a la madre, sino también a otras personas implicadas en el aborto, como el padre, familiares, amigos y quienes colaboraron en el aborto. El libro analiza con precisión las consecuencias del aborto. Las heridas producidas por el aborto son muy profundas y pueden durar mucho tiempo. Puede que estas heridas ni siquiera se manifiesten en el periodo inmediatamente posterior al aborto, sino que los síntomas pueden surgir años después y perdurar hasta que se aborde y resuelva el problema. Por ejemplo, el autor relata el caso de una mujer de 70 años que había abortado 40 años antes.
Al conocer a una persona que ha abortado, el principio que debe guiar la relación debe ser el binomio verdad-amor. Amar a los demás y mostrarles empatía es tan necesario como hacerles comprender la verdadera naturaleza del aborto. Pero la verdad se impone no por la fuerza; tener siempre sólo palabras de condena no ayuda a la persona. Por eso, en los retiros post aborto la primera meditación es sobre el episodio evangélico de la mujer adúltera.
El padre Randle propone un camino dividido en tres etapas, que no se indican según su importancia, sino que siguen su curso natural. En primer lugar, la reconciliación de la persona con su hijo abortado, posteriormente la reconciliación con Dios y, por último, la reconciliación consigo misma. Las tres etapas del camino de sanación también tienen su propia razón cronológica: el punto de partida es que la madre debe comprender que la persona a la que mató era una persona humana, un niño.
En este proceso, es muy importante dar un nombre al niño abortado. Durante los retiros post aborto, se realiza una especie de “ritual” -como encender una vela o colocar una rosa delante de una imagen sagrada- durante el que se da un nombre al niño asesinado. Cuando la persona toma conciencia de ello, es decir, de que se trata de una persona humana (el niño abortado), entonces comprende que puede establecer una relación con esa persona y obtener su perdón.
Por tanto, el reconocimiento de la maternidad (o paternidad) es el primer paso fundamental en el proceso de curación. Después surgen preguntas muy importantes. ¿Puedo reconciliarme con una persona que ya no está en este mundo? ¿Dónde está esa persona? Son preguntas angustiosas y las respuestas no siempre son fáciles: sin entrar en la compleja cuestión del destino de los niños que han muerto sin bautismo, se puede sin embargo sugerir la esperanza de su salvación, como hace también el Catecismo de la Iglesia católica.
El segundo paso, la reconciliación con Dios, se produce generalmente después de la reconciliación con el niño, aunque jerárquicamente sea el más importante. Es un paso fundamental en el proceso de curación y llegar a él es esencial para transformar la culpa en arrepentimiento: de lo contrario se corre el riesgo de caer en la desesperación. El verdadero arrepentimiento se basa en la verdad y en el reconocimiento de la propia responsabilidad, sin atenuantes ni agravantes. El arrepentimiento marca así el comienzo de una nueva vida. Es importante comprender el significado del pecado como una ofensa hecha a Dios y como una mala acción hacia el hijo. En este punto, el sacramento de la Reconciliación se vuelve esencial. Después de la absolución, a veces puede ser necesario tranquilizar a algunos penitentes sobre el perdón que han recibido de Dios. Cuando se acepta el perdón, renacen la alegría y la esperanza, como en la parábola del hijo pródigo.
Y llega el tercer paso. Ahora la persona que ha abortado puede perdonarse a sí misma, que es el tercer y último paso en el camino de la curación. Este último paso también es muy importante, porque la persona que ha abortado ha perdido su autoestima: ahora tiene que perdonarse a sí misma y recuperar la autoestima perdida. En la terapia post aborto, perdonar significa, en primer lugar, reconocer y analizar el suceso del aborto. Esto presupone honestidad intelectual, objetividad y autoaceptación, es decir, reconocer las propias faltas y asumir la responsabilidad. Pero el proceso de curación presupone avanzar, dejar atrás el mal causado y abrirse a la posibilidad del cambio. Elegir lo contrario de lo que se ha hecho en el pasado. Aceptarse a uno mismo, incluido el mal hecho, implica el deseo de cambiar.
Por supuesto, siempre quedará algo de dolor y sufrimiento; es una utopía que desaparezcan por completo. Pero esto tiene que ver con cargar con la cruz y con el valor salvífico del sufrimiento.