Transición ecológica = declive económico
Las élites occidentales quieren la "transición ecológica" para gestionar el declive económico y cementar su poder.
El G20 celebrado en Roma los días pasados y la COP 26 inaugurada en Glasgow marcan una mayor acentuación de la retórica alarmista sobre las intervenciones para evitar la “crisis climática” de parte los principales gobiernos occidentales. Pero, al mismo tiempo, estos dos eventos también marcan una ruptura cada vez más perceptible entre la retórica cada vez más definitiva, por un lado, y los programas realmente acordados por los gobiernos para reducir las tan demonizadas emisiones de CO2, que a la inversa ven un debilitamiento tangible, volviéndose más vagos y menos convincentes.
Además, en los dos puntos mencionados sale a la luz en manera inequívoca la clara divergencia sobre estos temas entre Europa y Estados Unidos, por un lado, y los países asiáticos, por otro. Una divergencia evidenciada por la participación oculta de Rusia e China en la cumbre de Roma y por su ausencia en la de Glasgow. Y reflejada en el objetivo genérico, planteado en la conclusión del G20 romano, de limitar para mediados de siglo el aumento de la temperatura del planeta a 1 grado y medio.
En definitiva, a pesar de la apremiante movilización lanzada en los dos últimos años sobre el clima, simbolizada por la figura “hierática” de la joven Greta Thunberg, ahora parece claro que frente al marco delineado por los acuerdos de París de 2015 (formalmente aprobados, pero en realidad ampliamente ignorados por la mayor parte de los países asiáticos industrializados) ahora se ha llegado a un compromiso implícito. Occidente prosigue con firmeza la campaña de “descarbonización” que apunta a la “neutralidad” con respecto a los hidrocarburos para el 2050 (aunque deja muchas preguntas abiertas sobre la posibilidad concreta y la voluntad efectiva de lograr el objetivo) apoyando una “narrativa” como la expresada por el primer ministro británico Boris Johnson en la inauguración de la COP26, según la cual estamos “a un minuto de la medianoche” y se deben tomar medidas extremas antes de que ocurra una catástrofe irreversible. Mientras tanto, Asia queda relativamente libre para continuar su imponente crecimiento económico al evaluar con elasticidad la eventualidad, los tiempos y los métodos de una “conversión” energética que actualmente parece absolutamente irreal, y rechazada aún más por áreas del mundo especialmente ansiosas por aumentar el nivel de vida de sus propias poblaciones o, como Rusia, todavía indisolublemente vinculadas a la economía de la explotación de petróleo y gas natural.
Esta diferenciación muy clara y radical entre los países industrializados de Occidente y los de Oriente (con América Latina en una posición media y África todavía actuando como espectador), más allá de la tenue cortina de una supuesta unidad de intenciones, representa un punto de inflexión histórico cuyas raíces y significado deben entenderse adecuadamente.
En fin, se podría resumir en estos términos: las naciones de industrialización más reciente ven el crecimiento económico como un objetivo absoluto e imperativo, mientras que las de industrialización más antigua y un bienestar más arraigado han optado por gestionar su propio decrecimiento.
La decisión de enfatizar los temores de una supuesta emergencia climática para promover una profunda transformación social por parte de las clases dominantes occidentales, de hecho, debe leerse tanto en clave económica y política como en clave psicológica. Las sociedades “ricas” u “opulentas” son cada vez más envejecidas e infértiles, cada vez más socavadas por el nihilismo y la secularización integral, cada vez más incapaces de sostener el crecimiento económico con la multiplicación del consumo a expensas de la deuda pública y privada. Los sentimientos imperantes en sus poblaciones son el miedo al futuro, el terror a la muerte, la angustia de perder lo que se tiene. La psicosis del apocalipsis climático es una de las expresiones de este sentimiento generalizado. En ella (como en la psicosis más reciente del contagio pandémico) se sublima un comportamiento general del todo derrotista y defensivo con respecto a la dialéctica histórica, al conflicto, al riesgo.
Las clases gobernantes en Occidente expresan fisiológicamente, a través de sistemas representativos, este estado psicológico dominante en sus gobernados. Pero, además, han decidido coger la pelota en el aire y cimentar su poder, en alianza y convergencia de intereses con los gigantescos oligopolios de la economía digitalizada que hoy dominan sus mercados. Las élites políticas y económicas han abrazado con entusiasmo la “narrativa” según la cual la civilización humana, y en particular la industrialización a partir del siglo XX es la principal causa del cambio climático y una drástica “conversión” ecológica en una humanidad a “impacto cero”, “sostenible”, “biodegradable” puede revertir la carrera hacia el apocalipsis, poniendo alfombras rojas frente a Greta y sus seguidores. De esta manera, con el pretexto de la época de “transición” que se implementará en brevísimo tiempo, realmente pretenden imponer a sus pueblos una enorme concentración de poder, un giro gerencial, una fusión entre el mega capitalismo privado y la programación estatal coordinada a nivel supranacional, que debería conducir a un “enfriamiento” controlado no tanto del clima, sino de la sociedad: compresión y “desmaterialización” del consumo, absorción de las pequeñas y medianas empresas en grandes grupos que reciben incentivos públicos y subsidios, clara separación entre las clases más altas todavía capaces de sostener la carrera al consumo y las masas sub proletarizadas, subempleadas o confiadas a un “Ingreso mínimo vital”, “perfiladas”, “confinadas”, bio controladas, tal vez con un “sistema de crédito social” según el modelo chino, administrado por aplicaciones y bancos, datos compartidos entre empresas y gobiernos.
La “transición ecológica” aparece, en definitiva, a semejanza del emergencialismo sanitario, como un proyecto enteramente interno a la deriva nihilista occidental, encaminado a controlar un declive visto como inevitable: cerrando la sociedad (ex) opulenta en una fortaleza, salvando hasta donde sea posible a las aristocracias, apaciguando el conflicto social. Hasta que, lo más tarde posible, los grandes cambios que están teniendo lugar en el resto del mundo inevitablemente llamen a la puerta y en el nuevo equilibrio de poder a nivel internacional, lo que quedará de Occidente se encontrará en una posición fatalmente subordinada respecto a los nuevos amos.
Pero las clases dirigentes de Occidente no miran tan lejos. Nihilistas como son, les basta con permanecer en la silla durante el tiempo de su vida biológica. Y “después de nosotros el diluvio”.