Široki Brijeg: el martirio de los franciscanos que dieron forma a Herzegovina
El 7 de febrero de 1945, once franciscanos del convento de Široki Brijeg fueron masacrados por los partisanos de Tito. Al final de la Segunda Guerra Mundial, sólo en la Provincia de Herzegovina fueron asesinados 66 franciscanos. Al eliminarlos, los comunistas también querían destruir la cultura del pueblo.
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Široki Brijeg, Mostar-Čekrk, Mostarski Gradac, Ljubuški, Zagvozd, Kočerin, Izbično, Čitluk, Čapljina, Macelj. Éstas son sólo algunas de las estaciones del doloroso Vía Crucis recorrido por los franciscanos de la Provincia de Herzegovina hace exactamente ochenta años, a partir de febrero de 1945.
Once frailes del monasterio franciscano de Široki Brijeg fueron masacrados por soldados pertenecientes a la tristemente célebre Undécima Brigada Dálmata del ejército del general Tito el 7 de febrero de 1945. Al día siguiente fueron capturados otros nueve frailes que, junto con un centenar de civiles, se habían refugiado en la central hidroeléctrica franciscana del río Lištica, situada no lejos del monasterio. Estos frailes corrieron la misma suerte que sus hermanos: fueron trasladados en dirección a Dalmacia y masacrados en lugares desconocidos.
Ya la noche anterior del 6 al 7 de febrero, en Mostarski Gradac, otros cinco frailes, profesores y estudiantes del seminario franciscano que se habían refugiado en aquella parroquia de montaña para continuar de algún modo sus clases de Teología lejos de los bombardeos y batallas que tenían lugar en la llanura, habían sido ejecutados sin motivo aparente.
Una semana más tarde, el 14 de febrero de 1945, fue el turno de otros siete frailes -entre ellos el fraile provincial Leo Petrović- que se encontraban en el convento de Mostar. Una vez conquistada esta ciudad, los partisanos los sacaron del convento, los encadenaron y los llevaron a la localidad de Čekrk, donde los asesinaron tras despojarlos de su hábito franciscano, arrojando después sus cuerpos sin vida al Narenta (Neretva, en bosnio).
En los mismos días se produjeron otras matanzas de frailes en Ljubuški, Izbično, Čitluk, Čapljina, Zagvozd y Vrgorac. En mayo dos frailes fueron asesinados en la casa parroquial de Kočerin, mientras que otros tres perdieron la vida en el lejano Macelj, no lejos de Eslovenia y Austria, regresando de Bleiburg por el llamado Vía Crucis de los croatas. Al final de la guerra, los frailes de la Provincia Franciscana lloraron la muerte de 66 hermanos.
El Vía Crucis continuó para los frailes restantes. Después de la guerra, el régimen comunista organizó juicios falsos y, en ausencia total de pruebas serias de culpabilidad, 91 frailes fueron condenados a penas de prisión, a menudo a trabajos forzados, por un total de 348 años, de los cuales 225 fueron cumplidos. En la década de 1950, la Casa de Corrección Penal de Zenica fue en un momento dado la mayor comunidad franciscana de Herzegovina, ya que unos 30 frailes estuvieron encarcelados allí al mismo tiempo. Una verdadera persecución colectiva.
Tales hechos no ocurrieron sólo en Herzegovina o contra los franciscanos, sino en todas partes de la Yugoslavia comunista, especialmente entre 1945 y 1955. Según los datos del padre Anto Baković, al final hubo 663 víctimas: cuatro obispos, 523 sacerdotes (de los cuales 17 murieron de tifus a consecuencia del encarcelamiento), 50 seminaristas mayores, 38 seminaristas menores, 17 laicos y 31 monjas.
El plan de Tito para eliminar a la Iglesia católica de la Yugoslavia mediante la persecución de los pastores fue especialmente virulento en Herzegovina, tierra natal del poglavnik (Duce) Ante Pavelić y de tres ministros del gobierno del Estado Independiente de Croacia; una región, por tanto, que los comunistas consideraban el núcleo originario del “nacionalismo” y el “chovinismo" croatas que darían lugar al movimiento Ustaša, y de la que los franciscanos eran considerados los principales culpables, ya que ostentaban la hegemonía religiosa y cultural en esa región.
Más allá de los desvaríos propios de la ideología comunista, en realidad, atacar a los franciscanos tenía como objetivo condenar y disgregar al propio catolicismo, ya que los franciscanos eran muy leales a la fe católica y a la Santa Sede, y representaban un obstáculo para la creación de una iglesia “nacional” desvinculada de Roma y proclive a los intereses del régimen. Para desarraigar la fe, la identidad y la cultura católicas de la población de Herzegovina era necesario golpear hasta la muerte a los propios productores de esta cultura, los franciscanos, y a la propia cultura católica que giraba en torno a ellos, cuyo centro de influencia era Široki Brijeg, su monasterio y gimnasio franciscanos.
Para que otros pretendientes “triunfaran” en el territorio de Herzegovina, era necesario provocar una alteración del status quo y la eliminación, incluso física, de los rivales. Los resultados fueron desastrosos: aunque los comunistas tomaron el control del instituto franciscano de estudios de bachillerato clásico, fueron incapaces de reconstruirlo y devolverle su antiguo esplendor cultural.
Los partisanos de Tito querían matar en el alma al pueblo, atrasarlo culturalmente y hacerlo así receptivo a sus consignas vacías. Y para ello, además de matar a los frailes, llevaron a cabo un auténtico “culturicidio”. En Široki Brijeg, los partisanos destruyeron todo lo que encontraron, no sólo en el monasterio y la iglesia -que convirtieron en establo de caballos durante un tiempo-, sino que también hicieron lo mismo en el instituto de estudios superiores, donde destruyeron toda la biblioteca, los laboratorios y el riquísimo museo.
Fundado en 1889 y convertido en escuela de derecho público en 1918, inmediatamente antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el instituto franciscano de estudios contaba con unos 400 alumnos, de los cuales hasta dos tercios eran hijos de campesinos, alumnos externos que no se preparaban para la vida sacerdotal y religiosa. La idea de los franciscanos era educar no sólo a sus propios alumnos, sino también a los hijos de los campesinos, sacarlos de la ignorancia y hacer de ellos mismos productores de cultura, ciudadanos conscientes en la sociedad en la que vivían, elevarlos socialmente para que dejaran de ser víctimas del bravucón del momento.
El profesorado del instituto, representado en su totalidad por franciscanos, tenía un nivel cultural muy elevado: hasta quince de los profesores se habían doctorado en su materia. Salvo muy raras excepciones, aparte de su amor por la patria croata, los franciscanos eran todo menos proclives a la ideología de la Ustaša. Al contrario, habiendo sido casi todos educados en el extranjero, preferían las formas democráticas de gobierno típicas de los países occidentales.
Como escribe fray Andrija Nikić en Na stopama pobijenih, boletín de la Postulatura para la beatificación de los Siervos de Dios fray Leo Petrović y 65 compañeros, las autoridades comunistas cerraron y prohibieron la reapertura de todas las instituciones educativas de la Orden Franciscana: el gimnasio de Široki Brijeg, el noviciado de Humac y el seminario franciscano de Mostar. El régimen ocupó todos o la mayoría de los monasterios franciscanos de Herzegovina, numerosos pisos y casas parroquiales, obstruyendo incluso los trabajos de construcción sencillos en las estructuras franciscanas supervivientes que necesitaban renovación. El régimen también había preparado un decreto para la abolición de la provincia franciscana de Herzegovina; y se ordenó a los franciscanos que abandonaran por completo el convento central de Mostar. La provincia sólo sobrevivió porque el provincial, fray Mile Leko, fue un día a Belgrado a ver a Tito, con el mismo espíritu -según le dijo el fraile al dictador- con el que, en tiempos de la ocupación turca, los frailes acudían directamente al sultán para resolver las cuestiones más candentes. Al final, Tito cedió y la Provincia se salvó.
La sangre de los mártires franciscanos fue semilla de nuevas vocaciones, incluso en un ambiente que había permanecido muy hostil a la fe católica y a la Orden Seráfica. En 1971 la Provincia tenía 25 nuevos novicios, y un total de 271 miembros. Y, sobre todo, 36 años más tarde, en 1981, en un momento en que la mayoría de los asesinos y perseguidores de los franciscanos de los años de la guerra seguían vivos, de la tierra de Herzegovina, empapada con la sangre de tantos mártires franciscanos, en una parroquia franciscana “entre las montañas”, surgió aquella “Aurora de Paz” que, según el plan de Dios, debía llevar la curación, la conversión y la salvación al mundo entero.
En efecto, es un principio espiritual fundamental de la fe católica que la Cruz es siempre precursora de las gracias, y que no hay gracia que no esté preparada por la Cruz. Un océano de gracia como el que irradia Medjugorje desde hace casi 44 años tuvo como preludio precisamente el ofrecimiento de la pesadísima Cruz de la persecución sufrida por los franciscanos y el pueblo de Herzegovina a partir de 1945.