Sin libertad tampoco hay protección de la vida
Escuchando los comentarios de los políticos y los líderes de opinión, así como en las reacciones del pueblo, existe la percepción de que la guerra contra el coronavirus es una guerra que justifica la suspensión de las libertades. Es un viejo debate en el que han participado muchos filósofos, pero la realidad nos dice que cuando el poder quita la libertad no garantiza ni mucho menos la seguridad y la vida.
Es una frase que está en boca de todos: “¡Estamos en guerra!”. Experimentamos el coronavirus como la situación de excepción a la que se han enfrentado los principales teóricos de la política, en primer lugar Carl Schmitt. Según él, la soberanía política consiste en decidir cuándo se da el caso de excepción, como en el caso de una guerra en la que la oposición amigo/enemigo alcanza su propio nivel político. La excepción surge cuando, dada su urgencia, todas las reglas, prácticas establecidas y garantías tienen que ser eliminadas para poder enfrentarla. Cuando la Ley y el Derecho desaparecen, entonces el poder se manifiesta plenamente: decide fuera de la Ley pero su decisión tiene valor legal. Más aún: para Schmitt, el poder no sólo consiste en decidir durante el estado de excepción, sino también en decidir cuándo hay un estado de excepción. Sin un poder así, la sociedad acaba en una guerra civil que, según Schmitt, es el peor de todos los males.
No sé si Schmitt estaría de acuerdo en considerar la actual pandemia como una situación excepcional comparable a la guerra. Pero la gente que dice “¡Estamos en guerra!” lo piensa, aunque no sea Carl Schmitt. Las normas y las libertades personales se están suspendiendo en muchas áreas, los poderes ejecutivos están aumentando sobre los poderes legislativos, los decretos gubernamentales se multiplican, el Parlamento está en cuarentena, la Constitución a menudo no se respeta, se están llevando a cabo abusos sin ninguna protesta como en el caso de la suspensión de la misa en Cerveteri, se está pidiendo a la gente que no use dinero en efectivo por razones de salud y mientras tanto se está controlando el uso del dinero. La percepción de la gente es de una situación excepcional, un caso extremo con la consecuente oposición entre la seguridad y la libertad. La vieja dicotomía de Thomas Hobbes vuelve a la actualidad, con su subyacente visión pesimista de la humanidad: la humanidad tiene miedo delante de ella misma y sólo el poder como decisión puede salvarla.
Ernst Jünger, en su libro La emboscadura, destacó el peligro de una organización generalizada de la atención sanitaria por parte del sistema político, al que contrapuso el valor de la libertad: “Las fábricas de salud, con médicos contratados y mal pagados, cuya atención está sujeta a un control burocrático, son sospechosas: de un día para otro -y no sólo en caso de guerra- podrían adoptar un rostro perturbador”. Asumiendo que el poder se extienda más allá de la asistencia sanitaria, “no es imposible que precisamente de esos expedientes tan ejemplarmente ordenados -dijo- salgan los documentos que servirán para internarnos, castrarnos o liquidarnos”.
El caso de excepción pone en tela de juicio la decisión de la potencia como último recurso, pero dado que a la potencia también le corresponde decidir cuándo se produce el caso de excepción, mañana podrá haber de nuevo otra emergencia y pasado mañana otra. Al final, citando a Jünger, “ninguno de nosotros puede saber hoy si por casualidad mañana por la mañana no seremos parte de un grupo que ha sido declarado ilegal”.
Mientras que Jünger teme la soberanía ante la situación excepcional, otros subrayan las dificultades de la democracia parlamentaria para hacer frente a las emergencias. Para Donoso Cortés, la burguesía es una “clase discutidora” que cree que la sociedad humana es un gran club, que la verdad nace sola a través del voto y que, a la petición de elegir entre Cristo y Barrabás, respondería creando un comité para examinar el asunto. Contra el decisionismo del poder de Schmitt, la democracia liberal sólo sabe esperar sin resolver nada: incapaz de hacer frente a la excepción.
Estas reminiscencias libres - con las actualizaciones necesarias - nos ayudan a entender los valores que están en juego hoy en día en tiempos de coronavirus: ¿Estamos dispuestos a renunciar a la libertad para tener seguridad? ¿Estamos dispuestos a someternos al despotismo decisional para que nos salven la vida?
La suspensión de la libertad por decisión de un poder soberano en una situación de excepción no es aceptable: ¿Quién puede decir cuándo se está realmente en esta situación? Si es el poder el que lo establece, entonces la libertad no sólo se reduce por la emergencia del coronavirus sino que potencialmente se elimina. De esta manera, también nosotros terminaríamos deseando un sistema chino que, sin embargo, como todo el mundo sabe, no garantiza la seguridad, sólo quita la libertad.
Si la pandemia se extendiera aún más, se necesitaría una potencia política mundial que decidiera sobre la situación excepcional para todos, de la que, sin embargo, no habría vuelta atrás y que ciertamente no renunciaría tras el fin del peligro para la salud, con el coste que ello conllevaría. Cuando el poder quita la libertad, no puede ni mucho menos garantizar la seguridad y la vida, a pesar de que esta idea no surja de los textos de Hobbes, mientras que se deja entrever en los del desconsolado Schmitt. Cuando, por miedo, uno pone su vida en las manos del poder a cambio de la libertad, no la conserva, ya que la pone a disposición de otro, y además pierde la libertad.
Para preservar la vida, la libertad es necesaria. Junger escribió que la cara mecánica del sistema de salud puede ser usada con buenos resultados “si se puede ver la sustancia humana del doctor”. Si por un lado tenemos que resistir el decisionismo del poder como respuesta a la situación de excepción, por otro lado tenemos que volver a revisar nuestro concepto de libertad y democracia, todavía demasiado atados a una “clase discutidora”, ineficiente y generadora de riesgo. Pero no debemos renunciar a la libertad.