Será Dios quien juzgue
Descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. (Lc 10,6)
Después de esto, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa. Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: “El reino de Dios ha llegado a vosotros”. Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”. Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad». (Lc 10,1-12)
Jesús ama y se fía tanto de sus discípulos que los invita, hombres entre los hombres, a anunciar el Reino de Dios y a difundir el mensaje de Salvación. Los enviados, a su vez, no deben basar su confianza en seguridades humanas, sino en la ayuda divina. Además, estos no deben juzgar a quienes los rechazan porque en realidad será ese mismo comportamiento el que los condene si no se convierten. Por lo tanto, también nosotros, cuando estemos llamados a dar testimonio de nuestra fe en Jesús, comprometámonos en hacerlo fielmente, no preocupándonos del éxito del testimonio. Será Dios quien lo juzgue.