Reconocer las obras de Dios
¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí! (Mt 11,6)
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle:
«¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?».
Jesús les respondió:
«Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!».
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
«¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti”.
En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él».
(San Mateo 11,2-11)
Juan el Bautista no se deja deslumbrar por las comodidades ni las apariencias: su fuerza reside en la coherencia con la misión que ha recibido, incluso ante el riesgo y el encarcelamiento. Jesús nos invita a discernir la presencia de Dios en las obras, a reconocer a los mensajeros fieles y a reflexionar sobre nuestro camino: la grandeza no se mide con la fama o el poder, sino con la fidelidad a la vocación y la apertura a la misión divina. ¿Hay momentos en los que dudas de la presencia de Dios en tu vida? ¿Qué «obras de Dios» puedes reconocer a tu alrededor y en tu vida cotidiana?
