Que la Iglesia medite sobre la realidad del “Estado profundo”
En un momento en que se está volviendo cada vez más evidente un Estado profundo internacional que pilota a los gobiernos y las diversas emergencias, el apoyo de muchos en la Iglesia por la gobernanza global parece ingenuo. Más bien, esta realidad de intereses y objetivos entrelazados ocultos al público merecería una seria reflexión.
Hoy se respira un sentimiento de que los llamados gobiernos democráticos no son los verdaderos gobernantes y que bajo las aparentes formas constitucionales se instala, o ya se ha instalado, un sistema paralelo que permanece en las sombras pero que ostenta el poder efectivo dentro de cada Estado y más aún en los organismos supranacionales e internacionales. Este es el problema del Estado profundo.
En 2016 Mike Lofgren publicó el libro The Deep State. The fall of the Constitution and the rise of a shadow Government (El Estado profundo. La caída de la Constitución y el surgimiento de un gobierno en la sombra). Lofgren había trabajado durante treinta años en Washington como consultor de presupuestos de defensa al servicio del Congreso y el Senado. En su libro, habla de la existencia de un Estado profundo que va mucho más allá de la concentración de poder del “complejo militar-industrial” denunciado por Eisenhawer como el principal peligro para la democracia estadounidense. Lofgren intenta mostrar que Deep State significa que el gobierno de Estados Unidos se ha convertido en un espectáculo de marionetas y da detalles de lo que esto significó para Clinton, George W. Bush y Obama.
Lofgren explica la noción en cuestión de la siguiente manera: “La expresión 'Estado profundo' se inventó en Turquía y sería un sistema compuesto por elementos de alto nivel dentro de los servicios de inteligencia, del ejército, de seguridad, del sistema judiciario y del crimen organizado. En la última novela del escritor británico John Le Carré, A delicate Truth (Una Verdad delicada), un personaje describe el Estado profundo como ‘el círculo creciente de expertos no gubernamentales del mundo de la banca, de la industria y del comercio, que han sido autorizados a acceder a información altamente confidencial, no disponible en esta medida incluso en Whitehall y Westminster’. Por lo tanto, utilizo esta expresión para indicar una asociación híbrida de elementos del gobierno y de personas de los más altos niveles de las finanzas y de la industria que son capaces de gobernar efectivamente los Estados Unidos, sin hacer referencia al consentimiento de los gobernados expresado a través del proceso político formal”.
Por lo tanto, por Estado profundo entendemos dos cosas relacionadas entre sí. El primero es un desorden funcional dentro de la administración pública: sectores que se vuelven autónomos como sucede, por ejemplo, con el poder judicial en Italia; ministerios, policía, personal del ejército que frenan o desvían las decisiones del poder central; las redes masónicas, el espionaje, la corrupción. El Estado profundo sería un complejo formado por jefes de diplomacia armada, grandes empresas industriales, los think thanks o los medios de comunicación a través de los cuales se ejerce influencia, junto con la posesión de inmensos recursos económicos.
Del desorden funcional al crimen, sin embargo, el paso es corto y esto es precisamente lo segundo que se entiende por Estado profundo. Estas cadenas de suministro y conexiones no reconocidas serían un Estado paralelo, de hecho, disfrutarían de una definición de objetivos distintos a los establecidos oficialmente, responderían a otras reglas éticas y de responsabilidad distintas a las previstas por el derecho común. Sería una hibridación de elementos legales e ilegales.
El régimen democrático moderno siempre ha conocido un dualismo constitutivo: por un lado, la afirmación de la soberanía popular ejercida a través de las elecciones; por otro lado, el poder real de una oligarquía que pretende obtener periódicamente la confirmación de su proprio poder gracias a las elecciones, pero es libre para el resto de sus acciones dirigidas por sus variados intereses.
Hasta ahora, sin embargo, esto se había mantenido dentro del marco del Estado-nación. Ahora la situación ha cambiado, como lo indica el estado de emergencia permanente en el que nos encontramos. Hay grandes similitudes entre lo que ocurre en los distintos países “democráticos” y en algunos organismos internacionales y supranacionales (ONU, OMS, UE) que experimentan el mismo tipo de hibridación que se puede observar en los Estados miembros. Así nació una superestructura mundial, caracterizada por la absorción de la política en la economía.
Si esta es la noción de un Estado profundo, resulta interesante hacer algunas observaciones al margen. La primera se refiere a la democracia que, ya frágil por su naturaleza, conoce su propio de profundis en el Estado profundo. Incluso asumiendo que la noción de “poder popular” es correcta, el Estado profundo corroe este concepto en sus raíces. El Estado profundo pilota la política, pilota las emergencias, incluidas las emergencias sanitarias, pilota los gobiernos.
La segunda se refiere al concepto de gobernanza global, querido también por algunos documentos de la Doctrina Social de la Iglesia que, frente al Estado profundo, resultan ingenuos. No a un gobierno mundial, pero sí a una gobernanza global, se dice. Pero el Estado profundo demuestra que puede desempeñar muy bien este papel de gobernanza global. Así que mejor andar con cautela. La tercera, es la posición actual de la Iglesia católica que está demasiado sesgada a favor de las instituciones estatales, supraestatales y globales, sin tener en cuenta, sin embargo, la presencia del Estado profundo bajo su aparente coartada