Papa Francisco: Diez años de confusión y desconcierto
Tácticas de movimientos, primacía de la praxis, pastoralismo, relativismo moral: procesos que deberían haber producido algunas verdades nuevas pero que, en realidad, han escandalizado, confundido las mentes y los corazones y desarticulado la unidad eclesial. Y la sinodalidad, nuevo dogma, es la síntesis de un proceso en el que cuentan más los medios que el fin.
La década de pontificado de Francisco que expira en estos días ha creado un considerable desconcierto. Es como si alguien hubiera intervenido para trastocar todas las cartas sobre la mesa, dejando a todos boquiabiertos tanto por el método utilizado como por los nuevos contenidos relativos a puntos muy sensibles de la fe católica. Método y nuevo contenido han cambiado de lugar, hasta el punto de que el método se ha convertido en contenido y viceversa.
Fueron diez años de tácticas de movimiento: decir y no decir, afirmar y retractarse, avanzar diciendo que se retrocedía, hacer que los demás digan lo que a uno mismo le gustaría decir, abrir y cerrar, aceptar y condenar, decir y contradecir. Cuando uno creía haberlo entendido, Francisco ya estaba en otro sitio. Acabábamos de leer una de sus entrevistas y ya había concedido otra de distinto tenor. En las entrevistas con Scalfari nunca quedó claro qué había dicho uno y qué había dicho el otro. Las citas de la Biblia y del Magisterio, a menudo parciales e inexactas, las notas a pie de página utilizadas para provocar grandes cambios sin hacerlos aparecer, las frases con mil matices, el amor por los lejanos y el tirón de orejas para los cercanos, los comisariados interminables, las intervenciones políticas, la protección de personajes cuestionables, la promoción de las dudas de fe hecha sin cultivar ninguna duda... son algunos ejemplos de un método que ha causado desconcierto.
No es realista atribuir esta manera de hacer las cosas únicamente al temperamento personal de Bergoglio o a su jesuitismo. El resultado de los cambios pensados para ponerse al día con el mundo que lleva doscientos años de retraso requería ciertamente actos oficiales de modificación del contenido, como Amoris laetitia o la declaración de Abu Dahbi, pero también cambios en la praxis y en los modos de pensar que inducen. De hecho, la relación circular entre praxis y teoría, pastoral y doctrina, no es un capítulo particular de este pontificado, sino su pauta. De ahí que el desconcierto se haya producido tanto por la comunicación como por el cambio de perspectiva sobre los contenidos.
Precisamente porque entiende la doctrina dentro de la pastoral, Francisco ha sido intolerante con los dogmáticos, los doctrinarios, los rígidos, y abierto con los aventureros, los innovadores, los intolerantes. Por eso mismo, el suyo ha sido un pontificado antimetafísico. La encíclica Fides et ratio de Wojtyla-Ratzinger ha sido efectivamente silenciada. Nada más ser elegido, Francisco declaró que Kasper era “un gran teólogo” y Kasper, en vísperas de los dos sínodos sobre la familia, dijo a los cardenales que no hay divorciados vueltos a casar, sino parejas particulares y concretas de divorciados vueltos a casar. Fue la declaración de que la realidad y la moral no se prestan a un conocimiento universal, como pueden ser los conocimientos de base metafísica, y que la norma está siempre dentro de una situación, de modo que hay que conocer desde dentro cada situación individual sin juzgarla. Fue la pastoral la que se deshizo de la doctrina, fue la acogida de la filosofía nominalista: la experiencia se compone de situaciones absolutamente singulares que, por tanto, no pueden ser juzgadas. Pero el nominalismo es la filosofía que está detrás de la Reforma protestante. Después de Amoris laetitia, de hecho, es la conciencia del sujeto la que ocupa el centro de la vida moral.
Esto silencia también la Veritatis splendor. En esta década se han producido cambios sustanciales en la teología moral católica, todos en la línea de sustituir el juicio, que parte de la norma y de la realidad, por el discernimiento, que en cambio parte de la situación y de la conciencia. Los mandatos de Cristo se transforman en ideales, el pecado de exclusión de la gracia se convierte en un estadio inadecuado de la vida, la nueva ley no exige el cumplimiento de la ley natural sino que la reinterpreta, la Iglesia debe escuchar, integrar, acompañar por los caminos de la existencia, y nada más... El anuncio sería esta praxis sin contenido, hacer referencia a los contenidos, en cambio, sería proselitismo o ideología. Esta nueva visión de la teología moral acaba descuidando el naturalismo cristiano, declarando superada incluso la Doctrina Social de la Iglesia en su versión tradicional.
El pastoralismo ha provocado diversos procesos escasamente orientados por la doctrina, sino muchas veces de carácter experimental, pensando que, al partir del pueblo, podrían interceptar y vivir las sugerencias del Espíritu en su camino existencial. Incluso estos procesos, como el Sínodo alemán por recordar el más perturbador (que comenzó y luego se complicó inevitablemente), han sido muy desconcertantes. No se rigieron a la luz de la doctrina tradicional y en nombre del primado de Pedro. Fueron provocados y vividos como procesos que de la confrontación dialéctica deberían haber producido algunas verdades nuevas, al menos de actitud pastoral. Sin embargo escandalizaron, confundieron las mentes y los corazones y desarticularon la unidad eclesial. Las repercusiones negativas sobre la concepción misma del papado son inquietantes.
Todos estos elementos confluyeron después en la perspectiva de la sinodalidad, que es quizá el rasgo más expresivo de la década que ahora termina. Por un lado se propone como un nuevo dogma y una panacea, por otro se entiende como una nueva aventura en la que lo fundamental es cómo vivimos juntos más que por qué y para qué. Y así volvemos a la con-fusión de teoría y praxis, a la inmanencia de la doctrina en la pastoral y a la coincidencia de método y contenido.
No cabe duda de que la Iglesia se recuperará. Pero la convulsión ha existido y ha dejado tras de sí un considerable desconcierto.