LOCURAS CLIMÁTICAS / 2

¿Pánico ante el calentamiento global? Tranquilos, el clima siempre ha cambiado

Seguimos con nuestro viaje dentro de la distorsión producida en nuestra percepción de la realidad debido a la propaganda sobre el cambio climático que nos bombardea constantemente. La primera víctima es la naturaleza, o mejor dicho, nuestra comprensión de ella. Actualmente se nos hace pensar que la naturaleza es estática y que su equilibrio se rompe sólo a causa del hombre y sus actividades. Sin embargo, la naturaleza es dinámica en sí misma.

Creación 05_10_2019 Italiano English

La primera víctima de la fuerte propaganda sobre el cambio climático es la naturaleza, o mejor dicho, nuestra comprensión de la naturaleza. Aterrorizados por cada pequeño signo de cambio, en el imaginario colectivo la naturaleza es estática, tiene perfectamente definido su punto de equilibrio y el hombre -con su presencia y actividad- lo ha hecho saltar por los aires. Tendemos a pensar que la normalidad reside en el inmovilismo, en una especie de imagen fija que dura para siempre. Sin embargo, la naturaleza es dinámica, cambia constantemente, nunca hay una estación igual a otra. Y los cambios climáticos, lejos de ser un fenómeno nuevo consecuencia de quién sabe qué maldad humana y presagio de catástrofes inimaginables, son la normalidad.

Sin entrar siquiera a hablar de las cinco eras glaciares que han caracterizado la historia de la tierra (mucho antes de la aparición del hombre, por cierto), hay que recordar que en la era actual ha habido al menos cuatro períodos glaciares (con una gran expansión de los glaciares) intercalados con períodos interglaciares (de diez mil a doce mil años de duración) como el que estamos viviendo y que dura desde hace unos 10.700 años. Pero incluso estos períodos interglaciares no son uniformes: si nos ceñimos solamente a los últimos tiempos, los historiadores del clima reconocen períodos de calentamiento en la época del Imperio Romano y en la Edad Media (que curiosamente llamaban optimum, ¡qué cosas!), y períodos de enfriamiento, dentro de los cuales el más importante se registró entre los siglos XVI y XIX y fue llamado la "pequeña edad de hielo". A partir de mediados del siglo XIX comenzó un nuevo período de calentamiento que aún perdura, pero que en 160 años ha producido un aumento de la temperatura media de entre 0,8 y 1 °C.

Pero tampoco este último período de calentamiento es lineal: el aumento de la temperatura global del suelo entre los años 1850 y 1878 (+0,5°C) fue seguido por una fase de disminución (en 1911 se situaba en -0,2°C en comparación con 1850) y luego por un nuevo aumento hasta 1945 (+0,5°C en comparación con 1850). A partir de aquí comenzó un nuevo período de enfriamiento que duró hasta 1976, cuando la temperatura era sólo 0,1°C superior a la de 1850. Y quizá alguno se acuerde de que a mediados de la década de los setenta había alarmas continuas sobre el enfriamiento global. A partir de ese momento la temperatura volvió a subir hasta 1998 (+0,85°C), pero desde entonces las variaciones son mínimas y, a pesar de las continuas alarmas en los meses y años más calurosos de la historia, se está registrando una estabilización sustancial de las temperaturas.

En cualquier caso, incluso sin un estudio de los ciclos climáticos, debería ser parte de la experiencia personal de cada uno el ser conscientes de que cada estación es diferente a la siguiente; que, incluso dentro de un cierto rango climático, hay variaciones continuas y también eventos extremos. Basta simplemente pensar en cómo se clasifican los vinos según el año de cosecha, precisamente porque cada estación es toda una historia en sí misma.

Hoy, sin embargo, bajo la influencia de las continuas campañas sobre el calentamiento global, pretendemos que la naturaleza esté parada, que sea inmóvil. Si las noticias nos informan de que esta semana ha habido una temperatura de un grado más alta que la media estacional, cunde el pánico: acabaremos todos muertos por el calor, nos inundarán las riadas. Noticias dadas específicamente para generar alarma, porque nadie cuenta que el promedio estacional es sólo una estadística, que no corresponde en absoluto a la temperatura normal, la temperatura que debería ser.

No entramos aquí en el debate sobre qué parte del aumento de las temperaturas se debe a los ciclos naturales y qué parte a la actividad humana -algo sobre lo que no hay certezas, por cierto-, pero el hecho es que hemos perdido la comprensión del dinamismo de la naturaleza. Estamos asistiendo incluso a manifestaciones públicas e importantes iniciativas políticas contra el cambio climático, cuando sin embargo estamos viendo que los cambios climáticos son la norma. Cosas que en otros tiempos sonarían ridículas y motivo de hospitalización en el ala de psiquiatría, hoy parecen seriamente el tema más importante para la humanidad.

Esta dramática distorsión en la percepción de la realidad - claramente deseada por quienes manejan la cuestión del clima- se ve facilitada obviamente por el hecho de que vivimos cada vez menos en contacto con la naturaleza. Sólo hay que pensar que en Europa alrededor del 75% de la gente vive en núcleos urbanos, lejos de una relación con la naturaleza, y especialmente las generaciones más jóvenes - nacidas y criadas en ciudades donde todo tipo de frutas y verduras están disponibles durante todo el año y los alimentos ya están cortados y listos para su uso en el supermercado- no tienen un conocimiento directo de los ciclos de la naturaleza ni de cómo funciona.

Pero también hay una constante en la relación hombre-clima que está unida a la mirada que el hombre tiene sobre la realidad y sobre su propio destino. Para comprenderlo, citamos un sermón de san Agustín, que escribió estas cosas en el siglo IV: «Así son las cosas. Vivimos tiempos difíciles. Nuestros padres también se lamentaron de haber tenido que vivir malos momentos, al igual que los padres de nuestros padres. A ningún hombre le han gustado nunca los tiempos en los que ha tenido que vivir. Pero los que viven después añoran los tiempos pasados. Cada año decimos cuando tenemos frío: "Nunca había hecho tanto frío". O decimos: "Nunca ha hecho tanto calor”. ¡Tiempos difíciles! Pero, ¿son realmente difíciles los tiempos relacionados con el movimiento del sol?».

En el pasado, los científicos - en su mayoría católicos - observaban el cambio climático estudiándolo, tratando de entender los mecanismos de la naturaleza, para adaptarse mejor y proteger a las comunidades de los hombres. Recordamos, por ejemplo, al abad y científico Antonio Stoppani (1824-1891) que, en su obra más famosa, Il bel Paese, describió el retroceso de los glaciares alpinos vinculado al calentamiento de la segunda mitad del siglo XIX. Era una descripción del fenómeno y un intento de entenderlo desde un punto de vista científico. Ninguna alarma, ninguna preocupación por la retirada de las nieves alpinas, también porque no hace mucho tiempo que los glaciares del Mont Blanc eran tan extensos que amenazaban a los pueblos alrededor.

En 1881, después de haber dado en Italia una aplaudida conferencia en la Academia Nacional de los Linces titulada "Sobre el actual declive de los glaciares en los Alpes", Stoppani respondió al rey Umberto de Saboya, que estaba presente y mostró su preocupación por esta evolución: "No se preocupe, deje que se ocupe la Providencia". No era fatalismo, era un profundo conocimiento de la realidad. No es casualidad que hoy el alarmismo climático y la pretensión de poder regular la temperatura de la Tierra como si tuviéramos un termostato en nuestras manos vayan acompañados de la cancelación de Dios de la historia, de la presunción de que el hombre es el dueño del cosmos y de la historia. Si hay una novedad, un cambio real, es que esta visión atea también ha sido aceptada dentro de la Iglesia.

2. Continuará