“Os hablo de mi amiga Pierina Gilli y de los milagros de Rosa Mística”
Los periodistas desenmascarados, el profesor anticlerical que abraza la fe, el sacerdote que deja a su amante y se convierte, las curaciones repentinas e inexplicables, la santidad de Pierina… La Brújula Cotidiana entrevista al padre Bruno Libralesso, amigo de la vidente de Montichiari.
“Para la gloria de mi Madre María en Montichiari, en mis designios ha sido elegida esta orden religiosa de Don Orione”, explicó Jesús a Pierina Gilli (1911-1991), vidente de Montichiari, el 14 de julio de 1980. La mujer, durante la aparición del 24 de marzo de 1983, vio a la Virgen rodeada de muchos sacerdotes de la orden religiosa de Don Orione. De hecho eran precisamente ellos quienes apoyaban las apariciones en aquellos años, cuidando de la capilla de Fontanelle di Montichiari y de los peregrinos. Y entre estos sacerdotes estaba el padre Bruno Libralesso, hoy animador espiritual del Piccolo Cottolengo di Don Orione, en Seregno. El sacerdote ha hablado con la Brújula Cotidiana (La Nuova Bussola Quotidiana en Italia) sobre su amistad con la vidente, poco más de un año después del nihil obstat de la diócesis de Brescia, de acuerdo con el Vaticano, a la devoción de María Rosa Mística y Madre de la Iglesia. Una devoción ligada a las apariciones (aún no reconocidas) que Pierina tuvo a partir de 1944 y que al final hacían referencia a menudo a los orioninos, animándoles a custodiar el lugar que luego los propios religiosos tuvieron que abandonar en obediencia a la Curia de Brescia, hostil a los hechos en aquel entonces.
¿Cuándo conoció usted a Pierina Gilli?
En los años en que fui orientador vocacional en el seminario de los orioninos en la cercana Botticino Sera, de 1977 a 1983. Pierina me regaló un libro (nos lo muestra con una dedicatoria amistosa, ndr), titulado María Rosa Mística, editado por Libreria Propaganda Mariana y lleno de milagros. Iba a ver a Pierna casi todos los días y tomaba nota de muchos hechos prodigiosos de los que me hablaba y de los que yo mismo presenciaba al documentar el flujo de peregrinos en Montichiari, donde hace años solo había una capilla, cerca de la fuente de agua milagrosa indicada por la Virgen María. Todos los documentos relacionados con los milagros se llevaban al molino cercano a la capilla, donde había una sala dedicada a su custodia. Luego, la Curia decidió echarnos, a pesar de que la Virgen había pedido que se abriera una Obra de Caridad, una casa para los que sufrían, cerca del santuario que, según sus disposiciones, debía construirse con cinco cúpulas.
¿Había algo especial en la persona de Pierina?
Sencillez, humildad y paciencia unidas a una santa astucia. Me contó que una vez, cuando un grupo de peregrinos salía de la capilla, dos de ellos se detuvieron y le preguntaron cuál era la actitud del obispo hacia ella y las apariciones. Ella, con su sonrisa auténtica, respondió: “Respeto a los periodistas, rezo por ellos, pero no concedo entrevistas”. Los dos eran realmente periodistas y la Virgen, con una inspiración interior, le había sugerido que guardara silencio.
¿De qué milagros le habló la vidente?
Una noche fui a visitarla y, en confianza, me habló de un ingeniero y profesor de Pavía que había combatido la religión durante muchos años, invitando a sus alumnos a no creer en las tonterías de los curas porque Dios y la Virgen no existían. Era anticlerical, pero su esposa era piadosa y a menudo le pedía que la llevara a visitar santuarios. Aunque se oponía, el marido la acompañaba, pero en los viajes de vuelta la cubría de insultos, a los que ella respondía con silencio. Un verano, de vacaciones en el Lago de Garda, la mujer encontró una revista en la que se hablaba de las supuestas apariciones de la Virgen, por lo que le pidió a su marido que la llevara al lugar. Fueron a casa de Pierina y luego a las fuentes de agua. La esposa se puso a rezar ante la estatua de la Virgen en la capilla cercana, mientras su marido la esperaba enfadado en el coche. Al poco tiempo, sin embargo, el hombre comenzó a tener miedo de ir a la capilla. Precisamente por eso quiso ir: vio dos grandes lágrimas brotar de la estatua de María y recorrer su rostro, en un instante tomó conciencia de todas sus malas acciones y, llorando, se derrumbó de rodillas. Antes de que su esposa se diera cuenta, salió y se apoyó en una pared, donde continuó sollozando. La mujer, ajena a todo, volvió al coche, dispuesta a recibir una avalancha de insultos, pero su marido no abrió la boca. Al día siguiente, cuando fue al colegio, no dijo nada contra la Iglesia por primera vez. Los alumnos le preguntaron por qué y él pospuso la explicación para el día siguiente: un alumno grabó el relato, del que yo tengo una copia. También pude conocer al profesor en Montichiari. Me lo indicaron algunos peregrinos que me dijeron que había organizado una peregrinación, confirmé la historia y pedí un escrito que lo atestiguase. Pero esta no fue la única conversión, hubo otras también a través de Pierina.
¿Cuáles son las más significativas?
Un párroco húngaro se encontraba en Desenzano del Garda con su amante. Allí oyó hablar de Rosa Mística y, queriendo ir al lugar, le pidió a la mujer que se quedara en la playa. En Montichiari preguntó dónde vivía la vidente, pero, al llegar a su casa, vio que la capilla ya estaba ocupada por un grupo de peregrinos, por lo que se arrodilló en el último banco. Pierina estaba terminando la oración con la jaculatoria que siempre repetía: Nos cum prole pia benedicat Virgo Maria (“Que la Virgen María, con su piadoso Hijo, nos bendiga”). El sacerdote la repitió con ella, y entonces Pierina pidió a los peregrinos que se detuvieran, se acercó al sacerdote vestido con pantalones cortos, camiseta y chanclas y le pidió que bendijera a los presentes. El hombre, avergonzado, trató de oponerse señalándole su vestimenta, pero ella respondió: “Es usted sacerdote, ¿verdad? Entonces venga a bendecirnos”. Él obedeció, comprobando que los peregrinos habían recibido la bendición con total recogimiento, sin prestar atención a su aspecto. Al salir de la capilla, siempre con una sonrisa sincera, Pierina le dijo: “Padre, la Virgen no está contenta con la elección que está haciendo y quiere que vuelva a ser un sacerdote bueno y santo en su parroquia”. El hombre se quedó atónito: ¿cómo podía Pierina saberlo todo? Entonces hizo lo que ella le aconsejó: bajó a la capilla, pidió perdón a Jesús, besó el crucifijo, bebió el agua de la fuente, dejó a su amante y volvió felizmente a ser párroco. Pierina lo contaba con infinita alegría.
La Virgen vino a Montichiari precisamente para salvar las vocaciones religiosas de la falta de oración, del pecado mortal y de las traiciones a través de los mensajes y de su vestido con tres rosas, oración (rosa blanca), sacrificio (rosa roja) y penitencia para salvar a los religiosos (rosa amarilla).
El padre Giuseppe Rigo, maestro de novicios, vino a verme trayendo consigo a dos clérigos, uno de los cuales estaba en profunda crisis y pensaba abandonar la vida religiosa. El padre Rigo me preguntó si podía llevarlos a Montichiari para rezar y beber el agua de la fuente mariana. Así lo hice y luego los llevé a ver a Pierina, que le regaló a Rigo una estatua de María Rosa Mística. Los clérigos hablaron con Pierina y, al regresar al seminario, decidieron hacerse sacerdotes. El que estaba más en crisis se fue luego a las misiones, donde trabajó siempre con gran amor, y los tres se convirtieron en santos sacerdotes. Son muchos los milagros relacionados con los religiosos.
¿Conoce otros?
Un día, Pierina me contó que un joven diácono alemán había tenido una discusión con su obispo, que se negaba a ordenarlo. Cansado de esperar, decidió abandonar el seminario y quedarse como laico. Sin embargo, en ese periodo conoció al padre Taddeo Laux, un sacerdote alemán muy devoto de María Rosa Mística, que lo llevó en peregrinación a Montichiari. Al llegar a la capilla, fueron a besar el crucifijo y a beber el agua de la fuente, y luego se dirigieron a Pierina, quien le dijo al diácono que fuera a pedir perdón al obispo, asegurándole que luego lo ordenaría. Este obedeció: ante la petición de perdón, el obispo se echó a llorar, lo abrazó y lo ordenó. Una vez convertido en sacerdote, celebró una de sus primeras misas en el altar de Rosa Mística en la catedral (por entonces aún no se podía celebrar en Montichiari, ndr).
¿Conoce algún milagro físico relacionado con los religiosos?
Un día, tras otro relato de Pierina, fui a ver a Luigi Zanotti, párroco de la iglesia de San Francisco, en Malavicina. El sacerdote me habló de su madre, Oliva Sudiro, que padecía una grave enfermedad de la piel que le provocaba llagas impresionantes y desprendía un olor tan nauseabundo que le obligaba a poner dos puertas entre la casa, donde su madre vivía con él, y la iglesia. Cada vez que distribuía la comunión, abría las dos puertas para llevársela a su madre. Una mañana, la mujer no fue a comulgar porque estaba gravemente enferma en cama, pero un religioso amigo de Pierina, conociendo la situación, hizo llegar a la señora Oliva, a través de su madre, una jarra de agua de Montichiari. Ese religioso era el hermano Ettore Boschini, hoy siervo de Dios, que posteriormente le pidió a Andrea Tornielli que escribiera un librito sobre ese suceso (Fratel Ettore & Il Miracolo di Rosa Mistica, Edizioni Ares). La enfermera a la que Oliva se veía obligada a confiarse le lavó las llagas. A la mañana siguiente, durante la misa, don Luigi vio a su madre al otro lado del cristal haciéndole señas para que le llevara la comunión. Asombrado, obedeció y vio que estaba perfectamente curada, con la piel tan suave como la de una joven. El párroco avisó a su hermano médico, que redactó un informe científico con análisis e informes, pero el entonces obispo de Brescia, monseñor Luigi Morstabilini, lo archivó todo.
Sin embargo, hay muchas curaciones que la ciencia no ha sabido explicar.
Recuerdo cuando Pierina me habló de una señora de Verona operada en Bolonia de un tumor grave a la que los médicos le dijeron que tenía que volver para una segunda operación porque no habían podido extirparlo todo. La señora fue a Montichiari para pedir ayuda a María Rosa Mística y, cuando llegó el momento de volver a operarse, los médicos constataron que ya no había rastro ni del tumor ni de la operación anterior.
También me ha sucedido que, mientras fotografiaba a la multitud presente en Montichiari, vi a un hombre que caminaba descalzo sobre la grava afilada con un cuadro de María Rosa Mística apoyado en el pecho. Una vez terminada la procesión, me acerqué y le pregunté por qué caminaba así. Me respondió que había obtenido una gran gracia: tenía una malformación cardíaca tan grave que los médicos solo lo operarían si aceptaba eximirlos de toda responsabilidad. El hombre, que tenía hijos y residía en la provincia de Caserta, había acudido en busca de consuelo a su párroco, quien, vinculado a las apariciones, había pedido a los feligreses que rezaran una novena a María Rosa Mística para pedir el milagro de la curación. El hombre se había trasladado a Padua para la operación, pero los médicos, tras hacerle las radiografías, se dieron cuenta de que la malformación había desaparecido inexplicablemente. Le pregunté a ese hombre si había venido solo a Montichiari y me mostró el autobús lleno de sus paisanos, luego me señaló a su párroco. Fui ah hablar con él y le pregunté por qué estaba allí, y me contó la misma historia.
¿Pierina también le hablaba de las apariciones?
Una cosa que me repitió más de una vez fue el verdadero significado de las rosas: la blanca es el espíritu de oración, la roja el espíritu de sacrificio, la dorada el espíritu de inmolación, no de reparación como han repetido muchas personas.
Se ha escrito un libro entero sobre la santidad de Pierina Gilli (Diarios. Las apariciones de Rosa Mística en Montichiari y Fontanelle con los documentos más importantes de la investigación, Ed. Voz de Papel). ¿Qué recuerda usted?
Lucía, su querida amiga, a quien Pierina le dijo antes de morir que se verían pronto y que pocos días después la siguió al cielo, me contó que nunca, jamás, se había quejado del duro comportamiento de las autoridades religiosas hacia ella, ni de los 19 años en los que se vio obligada a encerrarse en un convento con el nombre de Rosetta, ni de cuando la echaron por pedir ser monja.
La antigua superiora de las monjas del hospital de Montichiari me contó que Pierina trabajaba allí como enfermera. Ya octogenaria, la visité en Friuli, donde se encontraba, y me contó que una noche había oído a Pierina llorar y gritar: “Basta, basta, me haces daño”. La monja había corrido hacia ella y la había visto con las trenzas del pelo tensas como dos cuerdas, trenzas que luego cayeron en cuanto se abrió del todo la puerta. También me contó que Pierina sufría extraños males que aparecían y desaparecían de repente. Una vez vio cómo su cuerpo se cubría de dolorosos bubones que los médicos no sabían explicar y que, al cabo de unos días, desaparecieron de repente sin dejar rastro. Además, me contó que cuando Pierina sentía dolor en la espalda, la acusaban de ser una morfinómana que se quejaba para hacer creer a todos que era vidente, pero la superiora me aseguró que ella misma le inyectaba morfina solo cuando el dolor se volvía insoportable. Finalmente, un médico le creyó y le hizo una radiografía: tenía un centenar de cálculos en los riñones, por lo que fue operada. Yo lo sabía, porque una vez Pierina me los había mostrado en un frasco de cristal, eran cálculos nada menos que del tamaño de una avellana.
