No con mi palabra
Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar. (Lc 1,64)
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella. A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan». Y le dijeron: «Ninguno de tus parientes se llama así». Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo: «Pues ¿qué será este niño?». Porque la mano del Señor estaba con él. (Lc 1,57-66)
Negarse a ponerle a su hijo recién nacido su propio nombre, o el de un pariente, para ponerle el nombre inspirado por el Cielo señala el final del mutismo de Zacarías. Él era un sacerdote y, como tal, tenía que hablar, no con su propria palabra, sino con la de Dios. Recemos por los sacerdotes, los padres y los catequistas, para que enseñen siempre la Palabra de Dios y no la suya.