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UN AÑO DESPUÉS DE SU MUERTE

Montagnier: Profecía y legado de un verdadero científico

Hace un año murió Luc Montagnier, uno de los más grandes virólogos del siglo XX. Descubrió el virus del VIH y ganó el Premio Nobel. Sin embargo, fue humillado y marginado por sus críticas a la gestión de la pandemia y a la campaña de vacunación. Hoy sus palabras se han demostrado proféticas y suponen un legado intelectual que merece ser valorado.

Internacional 08_02_2023 Italiano English

Hace un año, el 8 de febrero de 2022, fallecía Luc Montagnier, uno de los más grandes virólogos del siglo XX. Dirigió el Centre national de la recherche scientifique y la Unidad de Oncología Viral del Instituto Pasteur de París, donde él y Françoise Barré descubrieron el virus VIH en 1983: este logro científico les valió a ambos el Premio Nobel de Medicina de 2008. Además, produjeron miles de publicaciones científicas.

A pesar de esta extraordinaria carrera, durante los dos últimos años el científico francés fue tratado duramente y a menudo vulgarizado por expresar dudas científicas sobre la gestión política de la pandemia. Fue tratado por los principales medios de comunicación como un pobre viejo que propuso teorías conspirativas. En realidad, el profesor estudió detenidamente desde el principio de la crisis de la pandemia Covid-19 diversos aspectos de la misma, como los posibles efectos secundarios de las vacunas, el predominio de los aspectos económicos y de marketing sobre los sanitarios, y la disponibilidad de tratamientos alternativos más eficaces y baratos.

Los medios de comunicación le habían colocado la etiqueta de “no vax”, una etiqueta cuando menos ridícula porque durante décadas se había dedicado a la investigación de una vacuna contra el sida. Quizás precisamente porque llevaba mucho tiempo realizando este tipo de investigaciones, había empezado a sospechar de la facilidad con la que se habían producido estas vacunas genéticas en el arco de 5-6 meses. Lo curioso es que, durante décadas, ni Montagnier ni ningún otro científico de talento habían logrado producir una vacuna contra lo que se había dado en llamar “la peste del siglo XX”. Algo que no es de extrañar, ya que una vacuna para una enfermedad determinada no siempre tiene éxito: otros ejemplos de fracasos son la hepatitis C o la tuberculosis.

A la luz de las pruebas científicas, Montagnier cuestionó la forma en que se había llegado a estas vacunas y también impugnó el carácter obligatorio del tratamiento, basándose en la falta declarada de estudios experimentales que pudieran garantizar su eficacia y seguridad.

También fue uno de los primeros en señalar que no se trataba de verdaderas vacunas, sino de “complicados montajes de biología molecular que incluso pueden llegar a ser peligrosos además de ineficaces”.

Este escepticismo suyo hacia la narrativa oficial sobre las vacunas, consideradas como la única solución al problema de la pandemia, procedía de su condición de auténtico científico. También lo aplicó a sus propios descubrimientos: siempre estuvo dispuesto a cuestionarlos, cuando habría sido mucho más fácil y gratificante subirse a la ola de la industria farmacéutica y las grandes autoridades gubernamentales que querían atribuirse el mérito de resolver el problema del sida vendiendo fármacos específicos para el VIH.

Montagnier siguió estudiando durante años esta enfermedad, que nunca se ha resuelto definitivamente. Y es significativo que muchos recelos sobre el Covid fueran expresados casualmente por los mismos científicos que antes se habían dedicado al sida: Montagnier, Robert Gallo y Angus Dalgleish. En su vida y obra, el virólogo francés parece haber seguido un método de investigación que hizo famoso un célebre colega suyo de principios del siglo pasado, también Premio Nobel, Alexis Carrell, quien había afirmado que “mucho razonamiento y poca observación conducen al error; mucha observación y poco razonamiento conducen a la verdad”.

La verdad fue la preocupación de toda su vida, y por eso cuestionó sus descubrimientos diciendo “se trata de un descubrimiento muy importante, pero asegurémonos de desentrañar todos sus aspectos, sin ceder a grandes afirmaciones y simplificaciones”. Precisamente porque siguió ejerciendo su escepticismo, por integridad personal, se convirtió en motivo de vergüenza para quienes se lucraron con los beneficios y la fama de sus descubrimientos

Pocos días antes de su muerte celebró una reunión pública en Italia e hizo un llamamiento a sus colegas médicos para que cumplieran plenamente con su deber: informarse e investigar, y descubrir que ya existían fármacos activos capaces de curar al enfermo de Covid si se utilizaban al principio de la infección. Habló de “métodos alternativos para curar esta infección que son menos arriesgados y también menos costosos para el sistema sanitario, y que nos permitirían deshacernos de este virus”.

Al científico francés no sólo le preocupaba el virus, sino también y sobre todo las estrategias que se habían adoptado internacionalmente para hacerle frente, estrategias que eran –según Montagnier- totalmente inadecuadas. Intentó explicar que no era la vacuna lo que podía detener la epidemia, sino una combinación de tratamientos. También habló de la aparición de datos que documentan efectos secundarios vasculares y neurológicos muy importantes. Pocos días después fallecía el anciano científico, dejando tras de sí un testimonio que un año después no puede sino parecer profético, y dejando un gran legado intelectual que debe ser recogido y desarrollado.