¿Miedo a la muerte
Si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. (Lc 13,3)
En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús respondió: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera». Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?”. Pero el viñador respondió: “Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar”». (Lc 13,1-9)
En la vida terrena, para ser felices, no necesariamente se tiene que tener lo mejor de cada cosa, sino pedir a Dios la sabiduría necesaria para poder sacar lo mejor de las cosas que nos ocurren. La vida terrena no es el estado definitivo al cual accederemos después de la muerte. Si todas nuestras atenciones, preocupaciones y deseos se centran en la vida terrena, es porque nos ponemos en el sitio de Dios. He aquí que, cada vez más a menudo, se tiende a eliminar la palabra “muerte” de nuestro lenguaje, incluso en los obituarios, para no pensar que hay que dejar esta tierra antes o después. Pero si la muerte nos da tanto miedo es porque no creemos verdaderamente en la vida eterna; si no es así, ¿a qué le tendríamos miedo, salvo a perder la amistad con Dios?