ARTE: LA ASUNCIÓN DE CARRACCI

Los brazos de María hacia el cielo

La Capilla Cerasi, la más famosa dentro de la iglesia agustina de Santa María del Popolo en Roma, también se llama “Asunción” o “de los Santos Pedro y Pablo” en virtud del poder expresivo de las obras de arte allí contenidas: conversión, martirio y homenaje a la Virgen. Es el fundamento de la doctrina cristiana. La Asunción de la Virgen de Carracci abre los brazos de par en par, demostrando el deseo de llegar rápidamente al destino al que se dirige. El ímpetu del impulso parece proyectarla en un espacio real, desde el cual los fieles observan la escena. El realismo de Carracci puede medirse con el naturalismo de Caravaggio.

Cultura 15_08_2020 Italiano English

Annibale Carracci, Asunción de la Virgen, Roma - Basílica de S. María del Popolo.

Entonces María dijo: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi salvador” (Lucas 1: 46-47).

La Capilla Cerasi, la más famosa de la iglesia agustina de Santa María del Popolo en Roma, también se llama “Asunción” o “de los Santos Pedro y Pablo” en virtud del poder expresivo de las obras de arte allí contenidas, tan poderosas como para originar una especie de sinécdoque artística en donde una parte - las pinturas en este caso - indica el todo. Por otra parte, cuando en 1600 Tiberio Cerasi, tesorero de la Reverenda Cámara Apostólica durante el papado de Clemente VIII, adquirió el espacio sagrado para convertirlo en el lugar de su entierro, la realización del programa iconográfico -ya elocuente en sí mismo- fue confiado a los dos pintores más solicitados en el ámbito de los encargos romanos de aquellos años: Michelangelo Merisi, conocido como Caravaggio, a quien se le encargaron las pinturas laterales, y el más anciano Annibale Carracci.

Y si las figuras caravaggescas de los Príncipes de los Apóstoles se referían a los conceptos fundacionales de la doctrina cristiana - conversión y martirio - el retablo con la Asunción de la Virgen de Carracci fue, y es, un homenaje al titular de la basílica.

Para el boloñés, el tema no era nuevo: la Asunción había sido objeto de su estudio y atención en obras que ahora se encuentran diseminadas por todo el territorio museístico europeo, entre Dresde, Madrid y Bolonia. Las versiones anteriores del retablo romano demuestran todo el encanto e influencia que la pintura veneciana, y sus colores, habían ejercido sobre el maestro; quien había repetido el mismo escenario clásico de la escena en donde se consumaba el milagro del tránsito de María, entre la concurrida dimensión terrena del sepulcro vacío y aquella divina del cielo.

En Roma, los tres niveles se entrecruzan generando una composición más unitaria, cuyo ritmo fuertemente acelerado, crea un mayor dramatismo, acentuado por los colores vivos de las vestimentas de los personajes representados. Todo transcurre en primer plano: la Virgen, en presencia del grupo de discípulos reunidos alrededor del sepulcro, se cierne en el cielo, acompañada de querubines celebrantes que sostienen físicamente su vuelo, empujándola hacia arriba.

Abre los brazos de par en par, demostrando el deseo de llegar rápidamente al destino al que se dirige, que incluso su mirada dulce y concentrada anhela. El ímpetu del impulso parece proyectarla en un espacio real, del cual los fieles observan la escena. Al hacerlo, el pintor los hace partícipes del hecho milagroso, a la par de los apóstoles que ocupan toda la superficie pintada, cuyo asombro se mide sobre todo por los gestos de sus manos, retratadas en diferentes y estudiadas posiciones.

El dinamismo acentuado, la maravilla expresada por las posturas y los rostros de los apóstoles, su escultórico físico le da concreción a la escena. La realidad, por idealizada que sea, es también la inspiración de la pintura de Carracci, que aquí se compara con el naturalismo de Caravaggio: los dos son hombres, antes incluso de artistas, diametralmente opuestos, entre los que se sabe hubo un respeto mutuo.

El Pedro caravaggescoque viene izado en la cruz, vuelve la mirada hacia la Asunción mientras Pablo, o mejor dicho Saulo, caído del caballo, abre los brazos en un gesto similar al suyo. Pedro y Pablo son los discípulos que Carracci quiso en primer plano para contemplar la Asunción de María, haciéndolos testigos del cumplimiento de la promesa de la vida eterna, después de una existencia transcurrida en el seguimiento de Cristo.