Santa Inés de Montepulciano por Ermes Dovico
ACUSACIONES CONTRA LA IGLESIA

Lo que (no) sabemos sobre los internados canadienses

El debate sobre el papel de la Iglesia en la integración forzosa de los pueblos autóctonos se ha reavivado con el anuncio del descubrimiento de enterramientos que, sin embargo, sólo son “probables”: para confirmar las hipótesis y las acusaciones hay que excavar (en la tierra y en los archivos). Admitir la culpa no significa evitar las preguntas sobre la propia responsabilidad, sino también la de los demás. El Gobierno canadiense se manifiesta contra la Iglesia, olvidando que hasta ayer Trudeau estaba en litigio con los nativos

Ecclesia 30_07_2022 Italiano English

“Nuestro objetivo es seguir adelante hasta que no haya un solo indio en Canadá que no haya sido integrado...”: Así se expresaba Duncan Campbell Scott, Superintendente de Asuntos Indios en Canadá entre 1913 y 1932. La asimilación forzosa de los nativos canadienses fue un deseo preciso del Estado, que fue llevado a cabo principalmente mediante la separación forzosa de las familias y los internados confiados en gran medida al clero católico –he aquí el punctum dolens-,  y en menor medida al anglicano o a la Iglesia Unida de Canadá. Según los testimonios recogidos por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Canadá (CVR), los alumnos de esas escuelas dirigidas por sacerdotes y monjas, sufrieron penurias, maltratos y abusos, incluso sexuales. En general, el hacinamiento y la falta de higiene favorecieron la aparición de enfermedades, con los consiguientes picos de mortalidad (se calcula que entre 3.000 y 6.000 niños), así como el trauma de verse separados por la fuerza de la familia, la lengua y el lugar de origen. Y los horrores podrían confirmarse con el descubrimiento de cientos de entierros.

Asumamos la culpa sin renunciar a hacernos algunas preguntas e intentar comprender los hechos enterrados en un mar de adjetivos gracias a los medios de comunicación que pretende indignar en lugar de informar. Señalar las responsabilidades no significa en absoluto menospreciarlas, aunque es muy cómodo atribuirlas todas (a pesar de todo) a la Iglesia católica –incluso sobre la base de testimonios verídicos y supuestos hallazgos, como ya se ha señalado. Pero ya se encarga ésta de cargar con las culpas y entonar el mea culpa, y no sólo ahora: en 2008 lo hizo Benedicto XVI por los sucesos de Canadá, y en los años 90 también lo habían hecho las distintas instituciones religiosas implicadas, desde las Misioneras Oblatas de María Inmaculada hasta los propios internados. Hay que admitir que entre los diversos acusadores de la Iglesia en Canadá, la más honesta fue Si Pih Kol, que protagonizó un exabrupto durante la “peregrinación penitencial” del Papa Francisco. La mujer indígena cantó una protesta en su propia lengua, al compás de las notas del himno canadiense. He dicho “la más honesta” ya que también lo había hecho durante la visita del príncipe Carlos de Inglaterra. De hecho, aunque muchos lo olviden, Canadá pertenece a la Commonwealth y como tal estuvo y está sometida a la corona de Su Majestad Británica. Uno de los niños (ahora adulto) cuenta que ante su negativa a ir a la escuela le objetaron: “Si no vas al colegio tu papá terminará en la cárcel”. Pero, ¿quién tenía el poder de enviarlo a la cárcel? ¿El sacerdote o el Estado?

El debate se ha reavivado con el anuncio del descubrimiento de tumbas en los terrenos del Colegio Residencial de Kamloops. Pero esas tumbas hasta ahora son “presuntas”, según la antropóloga Sarah Beaulieu, que ha examinado el terreno con un georradar y también ha reducido el recuento de “problables sepulturas” en Kamloops de 215 a 200. “Todos los terrenos de las escuelas residenciales probablemente (likely) contienen tumbas y niños desaparecidos”. En otras palabras: hay depresiones en el suelo, estamos en una escuela, y por lo tanto podrían ser tumbas de niños, afirma. Sin embargo, dice: “Utilizando solamente el georradar no podemos afirmar con certeza que haya restos humanos hasta que excavemos”. Pero las excavaciones aún no se han llevado a cabo, y el New York Post informa de que cuando se le pidieron más aclaraciones, “Beaulieu no respondió a los correos electrónicos”.

“Todo se basa en el simple descubrimiento de anomalías en el suelo, alteraciones que podrían haber sido causadas por movimientos de raíces, como mencionó la propia antropóloga durante la rueda de prensa del 15 de julio. Se necesitan pruebas concretas antes de que las acusaciones formuladas contra los Oblatos y las Hermanas de Santa Ana pasen a la historia. Las exhumaciones aún no han comenzado y no se han encontrado restos. Un crimen cometido requiere pruebas verificables”, afirma el historiador canadiense Jacques Rouillard, profesor de la Universidad de Montreal.

Sin embargo, los testimonios de malos tratos y abusos denunciados ante la Comisión se mantienen. Si el sistema era estatal, los curas y las monjas eran sus gestores –malos gestores-, según los relatos de los supervivientes. Dado que cuanto mayores son las acusaciones, mayores son las pruebas necesarias para corroborar los testimonios, incluso un solo caso de abuso por parte de un religioso es una mancha muy grave. Además de las faltas personales de los sacerdotes y monjas implicados, la acusación que se les puede hacer a un nivel más “institucional” no es que fueran unos ministros de la religión demasiado entusiastas (ya que actuaban en contra de la ley divina, a diferencia de los gobernantes que actuaban de acuerdo con la ley civil), sino que se prestaron al papel de funcionarios.

“A pesar de los 71 millones de dólares que recibieron, Los investigadores de la Comisión nunca tuvieron tiempo durante los siete años de trabajo para consultar los archivos de los Oblatos de María Inmaculada, la orden religiosa que, a finales del siglo XIX, comenzó a gestionar los internados”, señala el historiador Roberto de Mattei. “Basándose, sin embargo, en estos mismos archivos, el historiador Henri Goulet [...] ha demostrado que los oblatos fueron los únicos defensores de la lengua y el modo de vida tradicionales de los indios de Canadá, a diferencia del gobierno y de la Iglesia anglicana, que insistían en una integración que desarraigaba a los nativos de sus orígenes”. Por cierto, hay que observar de paso que los aborígenes representan actualmente sólo el 2% en ese otro dominio británico que es Australia. Y es evidente que en América Latina, en cambio, los rasgos amerindios siguen siendo muy visibles y prevalece el mestizaje.

Por último, hay un gran ausente: los mártires canadienses que dieron su sangre por esos pueblos. Sería injusto (por ambas partes) leer sólo este oscuro capítulo de toda la historia de las misiones en Canadá. Misiones que comenzaron en el siglo XVII, con la llegada del jesuita Charles Lallemant y luego de Juan Brebeuf, que más tarde fue masacrado junto con otros siete compañeros por los iroqueses, que estaban convencidos de que la presencia de los misioneros provocaba desastres naturales. Por cierto, uno de los raros testimonios que se conservan de la lengua de los urones se debe precisamente a Brebeuf, y se trata de un catecismo escrito en su lengua: todo lo contrario de la asimilación forzosa que posteriormente llevó a cabo el Gobierno. Con la invasión de los iroqueses (que también capturaron a los urones: evidentemente, los nativos también estaban en guerra entre ellos) Brebeuf y sus compañeros fueron asesinados en medio de torturas especialmente sangrientas, desde quemaduras hasta arrancamiento de uñas. Pero ninguna persona sensata reduciría toda la cultura de los nativos a estos episodios sangrientos. Esto sólo se hace cuando el culpable es católico.

Pero mientras la Iglesia entona su mea culpa, no se puede decir lo mismo del Gobierno canadiense, condenado por sus propios tribunales por no querer indemnizar a los nativos. El ministro Marc Miller dice que la visita del Papa no es suficiente. Pero olvida que, a causa de una batalla legal de 15 años sobre la discriminación en el sistema de bienestar contra los niños de las reservas, Trudeau emprendió acciones legales contra los nativos “para asegurarse de que la compensación era justa”. Acabó perdiendo y, por tanto, teniendo que pagar. Sin embargo, recibió el comentario irónico de Jagmeet Singh, líder del New Democratic Party: “No puedes arrodillarte un día [en referencia a las manifestaciones antirracistas, ed] y luego arrastrar a los niños indígenas ante el tribunal”.