Santa Cecilia por Ermes Dovico
LA ENTREVISTA

«Les cuento mi amigo San Josemaría Escrivá»

Pippo Corigliano, portavoz histórico del Opus Dei, nos cuenta lo que significa haber vivido junto a un santo y cómo ese encuentro le ha trastornado su vida. De san Josemaría nos revela los rasgos más fascinantes, los que han conquistado miles de almas al amor de Dios. Porque esto era Escrivá: «Un padre que nos enseñó a amar al mundo como Jesús, a llamar a Dios Padre y a reírnos de la vida hasta las lágrimas”.

Ecclesia 25_11_2019

No todos tienen la gracia de conocer a un santo durante su vida y menos aún pueden decir que han tenido uno como amigo. Eso exactamente le sucedió a Pippo Corigliano, a quien la profunda amistad con san Josemaría Escrivá le transformó la vida. “Estaba soñando con un MG verde con la bolsa de tenis en la espalda y una rubia desconocida a mi lado”. Dio la vuelta al mundo para dar testimonio del amor de Cristo y de la belleza de la vida cristiana. En resumen, como lo llamó su amigo Indro Montanelli, se convirtió en una especie de “místico con la corbata correcta”.

Las razones de esta revolución de vida son muchas y el ingeniero napolitano, quien durante más de cuarenta años fue el portavoz del Opus Dei, las resumió en su último libro “Il camino di san Josemaría”, publicado por Mondadori.

El libro no sólo habla de la santidad de Josemaría Escrivá, sino que principalmente narra el viaje personal hecho por Corigliano después de conocerlo, siguió los pasos de Jesús. Un camino de amor, de fe, de esperanza y de tanta alegría abrumadora. Por eso, al final de la lectura, entendemos que el santo de la “obra de Dios” fue verdaderamente un santo; es decir, aquel que cuando lo conoces, te involucra, te abruma, te enamora de Dios y luego, en cierto sentido, abandona la escena. Exactamente al estilo de la Virgen que hace todo lo necesario para llevar a cada hombre a los brazos de Su Divino Hijo.

Tal vez por el espíritu napolitano de Corigliano, pero quisiera iniciar desde aquí: ¿San Josemaría Escrivá fue realmente siempre tan alegre y de buen humor como lo describe?
Cuando conocí a san Josemaría inmediatamente vi una exuberante alegría en él. Al final de nuestros encuentros, me encontraba con lágrimas en los ojos y no sabía si eran lágrimas de emoción por la fe evidente en el santo o lágrimas de tanto reír. Era realmente ingenioso, impredecible y afectuoso al mismo tiempo.

De acuerdo, pero ¿por qué tanto buen humor? ¿De dónde vino?
La alegría y el perfume son características del Espíritu Santo, mientras que la tristeza y el mal olor, por no decir el hedor, son las del diablo. ¿Estás triste? ¿Echas de menos la alegría? Entonces de inmediato piensa si hay un obstáculo entre usted y Dios, y casi siempre adivinará. De hecho: si le hablas directamente, verás que la tristeza desaparece. La actitud del cristiano es estar en paz y serenidad, porque somos como niños pequeños que deben confiar completamente en el Padre. Con San Josemaría aprendí a dirigirme a Dios como lo hace un niño pequeño con su padre. Siempre repetía: “Sé pequeño, muy pequeño. No más de dos años, tres como máximo ...”.

¿Un ejemplo concreto?
Escrivá tuvo que pasar por tantas contradicciones, no solo calumnias, sino también por verdaderos malentendidos con las autoridades eclesiásticas, que no siempre lo entendieron. Él con tanta humildad, paciencia y sumisión siempre se mantuvo sereno y alegre. Estaba realmente en paz y con su ejemplo nos enseñó a amar a la Iglesia y al Papa, siempre, en todas las circunstancias.

Un apelativo que lo conmovió fue el de “místico con la corbata correcta”, pero en realidad no es solo una broma. Esta expresión traduce un pensamiento preciso de Escrivá, ¿puede explicarlo?
Recuerdo que la primera característica que me llamó la atención de aquellos jóvenes del Opus Dei que conocí fue el compromiso. Un compromiso no ostentoso, sino real: lo que había que hacer, se hacía. Con alegría, pero se hacía seriamente. En el punto 1 del “Il camino di san Josemaría” dice: “Que tu vida no sea una vida estéril ...”, y de ahí la brillante intuición de una santificación que pasa por el trabajo diario. Entonces, entendí y verifiqué con el tiempo que aquellos que deciden vivir completamente su vocación cristiana corren este peligro: reducir todo al hacer. La moral, el apostolado, el compromiso con el trabajo son aspectos fundamentales, pero tienen sentido si están involucrados con una elección de fe y la fe requiere un salto a la oscuridad. Un salto razonable y justo, pero siempre a la oscuridad: el guía del barco es Jesús.

¿Para Escrivá era igual?
Lo entendí justamente con él. Cuando conocí a san Josemaría, me di cuenta de inmediato de que su vida estaba intensamente comprometida, pero al mismo tiempo tenía la actitud de uno que se entrega por completo a la Providencia. Él mismo dijo que, para fundar el Opus Dei fue guiado por el Señor: haz este paso aquí, haz eso allí. Su vida no seguía un proyecto propio, sino que se desarrolló de acuerdo con lo que el Espíritu Santo le sugirió.

A este respecto, usted cita una frase de Escrivà que se refiere a los jóvenes: «Si no hacen de ellos “hombres de oración”, habrán perdido el tiempo». ¿Qué era la oración para Escrivá?
En primer lugar, para él rezar significaba aprender a tener una relación directa y sincera con Dios; pero también significaba dedicar, cada día, una parte importante del tiempo personal. En este sentido, San Josemaría fue para nosotros un excelente entrenador de la oración, sabiendo que lo que importa no es tanto el esfuerzo humano, sino la ayuda del mismo Dios. Hay una frase que refleja bien la idea de Escrivá sobre la oración y dice así: “pararse frente al Tabernáculo es como estar frente al sol: incluso si uno se distrae, se broncea”. O también decía: “cuando te sientas como un perrito al pie de la Cruz, sin siquiera pensarlo, quédate quieto y haz compañía a Jesús. Él será feliz”. Esto significa que la oración no sólo debe evaluarse para la satisfacción personal, sino precisamente por el hecho de ofrecerse a Dios y a su gracia. Cuando conocí a Josemaría, me sorprendió su relación continua con Dios: con los ángeles, con San José, con María, con Jesús, con el Espíritu Santo, entre otros... día y noche. Bueno, esta relación se generaba precisamente en la oración y en los sacramentos.

Lo primero de lo que habla en el libro es del amor: Escrivá era un “hombre enamorado”, pero de sí mismo, cuando lo conoce, dice que se siente atropellado por un amor...
Cuando lo conocí tenía cincuenta y nueve años, su afecto me golpeó de inmediato. Este fue mi primer trastorno interno: pensaba que ser cristiano significaba formar parte de un sistema de pensamiento, pero no. De él aprendí que un cristiano es alguien que sabe amar. Siempre decía que Jesús había dado una insignia a sus discípulos: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Jn 13, 35). Por lo tanto, comentó que los cristianos no se reconocen a sí mismos porque son sobrios, educados, castos, cultos... sino por cómo se aman, porque aman cómo ama Jesús. Está claro que la doctrina, el catecismo, la teología son necesarios, pero son una ayuda para amar más, para amar mejor. Y san Josemaría fue el primero en dar el ejemplo: veía almas en todas partes, personas a las que amar. Se dedicó a todos como si no tuviera nada más que hacer y abrumó a todos con un afecto sorprendente y apasionante. Era imposible tener una relación formal con él, rompía todos los patrones y llegaba directo al corazón. Se podía ver que su corazón estaba enamorado...

¿Qué se veía?
El amor no se puede describir, pero había signos. Por ejemplo, nos enseñó a orar a menudo con canciones de amor, aquellas que se refieren explícitamente a Dios, pero también aquellas laicas.

Usted en un cierto momento dice: “Todos veíamos que él era un santo”. ¿Por qué?
Por su entusiasmo y por su familiaridad con Dios. Él hablaba de Jesús, de María, de los santos... como si los conociera personalmente. Nos enseñó a tratar a Dios como un padre, nos hizo descubrir realmente el significado de ese “Abba” de Jesús en Getsemaní. A través de la relación con él, nosotros también hemos descubierto la paternidad de Dios, de hecho, sobre su tumba está escrito: “el padre”, tal como nos encantaba llamarlo.

Una última pregunta. Junto a un santo, está siempre María y Escrivá, aquí no es la excepción. ¿Cómo fue su relación con la Madre de Dios?
Una oración lo resume todo: “A Jesús se va y se regresa, siempre por María”.