Lección sobre el martirio
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino. (Lc 4,30)
Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino. (Lc 4,24-30)
Hasta el momento en el que llegó su hora, Jesús escapaba de sus adversarios que, inspirados por Satanás, querían asesinarlo tirándole desde un precipicio. El Señor, milagrosamente, se va “tranquilamente” pasando en medio de la muchedumbre enfurecida. Esto nos enseña que no siempre estamos llamados al martirio; es más, es justo intentar siempre salvar nuestra vida. Pero cuando no hay alternativas que permiten salvar, además de la vida, nuestra fe, entonces es el momento de ofrecer la vida por Cristo. Los mártires ofrecieron su propia vida, no porque tenían fuerza o valentía. He aquí por qué, ante la posibilidad de ser asesinados por permanecer fieles a Jesús, sentimos no tener la fuerza suficiente. En realidad tampoco los mártires la tenían, pero confiaron en su Maestro y Señor, y fue Él quien les dio la fuerza para afrontar el martirio. Solo así se puede aceptar todo por el Señor y, especialmente, aceptarlo con amor, seguros de que nuestro sufrimiento no será en vano, como nos demuestra Jesús cuando acepta su cruz.