Santa Isabel de Portugal por Ermes Dovico

FRAGMENTOS DEL EVANGELIO

La verdadera acogida

El que practicó la misericordia con él. (Lc 10,37)

En esto se levantó un maestro de la ley y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?». Él respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo». Él le dijo: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?». Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo». (Lc 10,25-37)


El samaritano se comporta con una generosidad desconocida a los dos judíos devotos que lo han precedido. Si las devociones están consideradas más importantes que amar al prójimo, estas se convierten en un agravante en el Juicio de Dios. Es interesante observar que el samaritano paga de su bolsillo los gastos para ayudar al necesitado. No utiliza dinero público, como hacen los hipócritas que solo saben llenarse la boca de palabras bonitas. Intentemos recordar esta parabola cuando vayamos a ser buenos samaritanos, a fin de no caer en una caridad inútil para la vida eterna.