La UE, una construcción artificial e ideológica
La elección de una von der Leyen 2 que desafía por completo el voto del Europarlamento saca a la luz el peligro que supone la Unión Europea: no un gobierno sino una gobernanza que se aleja de la política basada en el bien común.
Una evaluación completa de las elecciones europeas y de sus complejos resultados requiere que no nos detengamos en la necesaria crítica a la nueva mayoría y a la Comisión von der Leyen 2, sino que ampliemos nuestra mirada a la propia naturaleza de la Unión que se ha puesto aún más al descubierto tras los últimos acontecimientos. Todos los ingredientes de estas últimas elecciones que han dejado estupefactos a muchos europeos, declaran sin sombra de duda que la Unión es una construcción artificial que tal y como está planteada no puede durar mucho o que, como mínimo, producirá graves daños.
La retórica del europeísmo, la complejidad y la pesadez de las normas de procedimiento, la falta de representatividad de los votos nacionales, la influencia de personas y grupos no elegidos, el regreso a la escena europea de individuos que ya han sido rechazados en sus propios países, el desprecio por la falta de unidad cívica previa y constitutiva del momento electoral, la vacuidad de la noción de un bien común europeo, la peligrosa primacía del derecho europeo sobre el derecho nacional, la insidiosa mezcla de lo público y lo privado en la gestión administrativa y no política de la Comisión... Todos ellos son aspectos inquietantes que ha puesto al descubierto la reciente fase electoral.
El hecho de que tengamos un duplicado del gobierno europeo precedente, incluso más a la izquierda de lo que estaba el anterior, mientras que de las elecciones había surgido un evidente deseo de cambio (no suficiente en términos de escaños pero políticamente muy significativo), “desnuda” una vez más la propia naturaleza de la Unión y la muestra como lo que es: un artificio antinatural y una construcción ideológica.
En la Unión Europea no hay gobierno en el sentido político clásico de este término. Hay gobernanza, es decir, una red de actores que se van poniendo de acuerdo sobre las cosas que hay que hacer en una complejidad de relaciones que parece diseñada para desorientar.
Desorientar, en primer lugar, a los electores, incapaces de hacerse una idea clara de la relación de su voto con ese conglomerado de planes entrelazados. Esta gobernanza no sólo incluye actores institucionales, como los Estados miembros en sus articulaciones, o parlamentarios electos, o “expertos” nombrados por los distintos gobiernos, sino también actores privados, agentes que van por libre, técnicos de distintas especialidades, fundaciones y centros de influencia privados, grupos de presión y lobbies.
La Unión Europea no es un sujeto político por derecho propio porque combina el juicio político con el juicio aparentemente neutral de la “competencia”, la “experiencia” o la “técnica”. Se recurre a organismos independientes para que emitan una valoración que se considera objetiva a fin de “escapar” a los resultados electorales. En cualquier momento puede llegar un Draghi cualquiera para “entrar” en el sistema y dar las directrices, o una ramificación del Foro de Davos que presione para que continúe con el Green New Deal (o “Nuevo Acuerdo Verde”, en castellano) como instrumento fundamental de un “reseteo” general de la economía e incluso de la alimentación.
Los electores votan a sus candidatos, pero saben que contarán poco -como confirmó von der Leyen 2- y acabarán desapareciendo en la insignificancia dentro de esta gobernanza entrelazada de intereses públicos y privados. Por eso puede decirse que la Unión no es un sujeto político en el pleno sentido de la palabra, ya que en su gobernanza tienen mucho que decir los actores impolíticos, los llamados expertos o técnicos orientados por una ideología funcionalista y economicista.
Esta configuración de la gobernanza europea no debe verse como un momento de transición hacia una unificación política más clara tras la unificación de los mercados y de la moneda única, ni como algo que ha ocurrido por casualidad, sino como un proyecto deliberado de alejamiento de la política real, la que se basa en el bien común entendido de forma realista.
Aquí nos encontramos con otros elementos preocupantes de la naturaleza de la Unión Europea. Nadie sabe qué es el bien común europeo. Cuando los protagonistas hablan de “nuestra civilización” se refieren a pocas cosas: una libertad sin criterios y sólo bienestar material. Nada trascendente, pero tampoco nada verdaderamente humano. La gobernanza europea no contempla una unidad civil, una amistad cívica basada en valores objetivos. Utiliza conceptos abstractos y vacíos como Estado de Derecho o democracia, que significan todo y nada.
Para dar contenido a esta unidad cívica ausente no sólo no hay un Dios, sino que ni siquiera hay una visión de la persona humana que sea el resultado de una antropología fundamentada de forma realista. Por el contrario, las instituciones europeas adoptan una visión del hombre como algo polisémico y polivalente, como una realidad cambiante dependiente de los cambios sociales y económicos.
El hombre europeo debe desarraigarse y universalizarse, debe tener una naturaleza incierta y fluida, la transnacionalidad europea debe prevalecer sobre las identidades nacionales. La Unión desarrolla una verdadera reeducación y formación de masas con vistas a este tipo humano. Se promueven dimensiones post-identitarias y masificadoras en apoyo de un hombre europeo que no existe sino como abstracción construida, y todo esto se llama “europeísmo”. Ursula von der Leyen ha dicho que quería defender esta Europa del extremismo, entendiendo por “esta Europa” precisamente este europeísmo ideológico que también trata los momentos electorales como inconvenientes, porque el sistema se basa en otra cosa.