La guerra invisible: ocho años de conflicto en Donbass
La guerra en Ucrania no estalló el 24 de febrero de 2022, sino el 20 de febrero de 2014. Primero la anexión de Crimea, luego la insurrección de los separatistas prorrusos en Donbass provocó un conflicto con miles de víctimas y casi dos millones de prófugos. Un repaso a estos ocho años es fundamental para entender por qué se combate ahora.
La guerra en Ucrania no estalló el 24 de febrero de 2022, sino el 20 de febrero de 2014, cuando la guarnición rusa de la base de Sebastopol abandonó los cuarteles y entró en territorio ucraniano en Crimea. La posterior ocupación de la península, reclamada por Rusia y su anexión, nunca reconocida por la comunidad internacional, dio paso a un proceso de insurrección y contrainsurgencia en las regiones Sur y Este, originando la guerra del Donbass. Se ha hablado muy poco en Europa de este conflicto de “baja intensidad” que ha causado hasta 16 mil muertos, según las peores estimaciones y casi dos millones de prófugos. Pero es esencial comprender el espíritu con el que combaten los dos bandos en conflicto.
Todo parte de las interpretaciones opuestas del levantamiento de Maidan (21 de noviembre de 2013 - 23 de febrero de 2014), que terminó con la huida del presidente prorruso Janukovic. Para los ucranianos fue una “revolución por la dignidad y la independencia”, pero para los rusos y los ruso hablantes de Ucrania fue un “golpe” instigado por Occidente.
El 23 de febrero de 2014, dos días después de la huida de Janukovich de Ucrania, los prorrusos de Sebastopol proclamaron su secesión de Ucrania, nombraron un nuevo “alcalde del pueblo”, Alexei Chalij, y pidieron la intervención armada de Rusia. El 27 de febrero, soldados rusos sin insignias (inicialmente fueron considerados separatistas locales, pero el propio Putin admitió más tarde que eran tropas regulares) ocuparon todos los puntos claves de Crimea. El 16 de marzo, se realizó un referéndum organizado por las nuevas autoridades y sin la presencia de ningún observador internacional reconocido. El 95,3% votó por la separación (una mayoría “búlgara”), allanando el camino para la posterior anexión de Crimea a Rusia, aún no reconocida por la comunidad internacional.
Después de Crimea, la insurrección anti-Kiev también se extendió a otras ciudades del Sur y del Este. Entre el 6 y el 7 de abril de 2014, las milicias locales llevaron a cabo graves disturbios, como la ocupación de oficinas municipales y regionales por parte de milicias armadas. Uno de los líderes militares de la insurgencia de Donbass, Igor Girkin, era un ciudadano ruso y ex miembro de los servicios secretos de Moscú. Numerosos miembros de las fuerzas separatistas de Crimea también fueron identificados entre los insurgentes. La insurrección del Este, por lo tanto, fue apoyada por los rusos y por eso la narrativa oficial ucraniana habla de una “invasión” más que de una insurrección espontánea. La contrarrevolución, en su conjunto, fracasó en seis de las ocho regiones en las que estalló. Solo Donetsk y Lugansk quedaron en manos de los separatistas que, el 11 de mayo de 2014, proclamaron la independencia tras otro referéndum llevado a cabo por las autoridades separatistas sin la presencia de observadores internacionales reconocidos. Simultáneamente, al inicio de las hostilidades en el Donbass, en Odessa, el 2 de mayo se produjo la última tragedia del conflicto civil, con la insurrección de los prorrusos que acabó con la muerte de 48 militantes en el incendio de la Casa de los Sindicatos. Los rusos atribuyen la culpa a las autoridades ucranianas acusándolas de “masacre”, pero éstas hablan en cambio de un “accidente”. La masacre de Odessa, sin embargo, es un tema que aún inflama los corazones de los rusos, no solo en Donbass.
En la primera fase de la Guerra de Donbass, que culminó entre junio y agosto de 2014, el ejército ucraniano y los batallones de voluntarios que lo acompañaban tomaron el relevo paulatinamente, recuperando el puerto de Mariupol, las ciudades de Sloviansk, Kramatorsk y Debaltseve; llegando hasta las afueras de Shakhtarsk, en la carretera que une Donetsk con Lugansk. El 17 de julio, la guerra pareció volverse internacional cuando el vuelo regular MH-17 de Malaysian Airlines, con 298 pasajeros a bordo, fue derribado. Moscú acusó inmediatamente a Ucrania del asesinato, los ucranianos y algunas agencias de inteligencia occidentales demostraron, sin embargo, que el misil Buk con el que destruyó el Boeing había partido de un territorio controlado por los separatistas. Una investigación internacional preliminar realizada por el Equipo Conjunto de Investigación en 2016 llegó a la misma conclusión.
La segunda fase comenzó en agosto, cuando los ucranianos, en algunas secciones del frente al Sur, alcanzaron nuevamente la frontera con Rusia. En este punto, la continuación de la historia sigue siendo un tema de debate. Oficialmente, desde mediados de agosto, los rusos envían ayuda humanitaria a los separatistas en largos convoyes de camiones. Tras recibir esta ayuda, sin embargo, los separatistas resultaron estar mucho más entrenados y armados, tanto como para retomar la ofensiva y expulsar al ejército regular ucraniano, tanto de la frontera como de los puntos salientes más avanzados cercanos a las capitales de los dos Oblasts. Los ucranianos, en esta fase, denuncian haber sido alcanzados en varias ocasiones por la artillería rusa que disparaba directamente desde territorio ruso. La contraofensiva de los separatistas fue denunciada por Kiev como una invasión rusa disfrazada. Y como prueba de la participación directa de Moscú, el ejército registró numerosos casos de armas pesadas (lanzacohetes y tanques) pertenecientes al arsenal ruso.
La situación se estabilizó en septiembre, con la reconquista de alrededor del 50% del territorio de las provincias de Lugansk y Donetsk. La batalla real finalizó el 5 de septiembre con los acuerdos de Minsk, con la mediación de la OSCE y la participación directa de Alemania y Francia. Entre los 12 puntos del acuerdo figuraba el reconocimiento de la integridad territorial de Ucrania a cambio de un estatuto especial para Lugansk y Donetsk, sujeto a la retirada de tropas más allá de una zona de seguridad, todo vigilado por observadores de la Osce. El acuerdo se vino abajo en noviembre, cuando los separatistas, fortalecidos aún más, lanzaron un nuevo ataque.
En esta última fase del conflicto, entre septiembre de 2014 y febrero de 2015, los separatistas sitiaron a los habituales ucranianos en el aeropuerto Sergei Prokofiev de Donetsk y apuntaron a la reconquista de Debaltseve, para allanar su saliente y asegurar las dos capitales de Donbass. El aeropuerto cayó en manos separatistas (y rusas) el 21 de enero de 2015, después de casi cuatro meses de asedio. En la primera semana de febrero, los separatistas también recuperaron Debaltseve, poniendo fin a esta fase de la contraofensiva. El 11 de febrero se alcanzaron los segundos acuerdos de Minsk (Minsk 2), que proponían el mismo formato.
Los meses entre abril de 2014 y febrero de 2015 dejaron cicatrices imborrables y crearon mitos. Una guerra librada por milicias irregulares en un período de decadencia del ejército regular es un entorno seguro para criminales. Los rusos denunciaron los bombardeos indiscriminados, así como las masacres del Batallón Azov, formado por voluntarios de extrema derecha, no solo por ucranianos. Los ucranianos denunciaron la tortura y el asesinato de prisioneros por parte de los separatistas, el descubrimiento de fosas comunes llenas de cuerpos de civiles masacrados, los crímenes cometidos por voluntarios chechenos y rusos. La guerra también creó mitos guerreros, como la resistencia del aeropuerto de Donetsk, defendida por “cyborgs” ucranianos, que sigue siendo un ejemplo para los militares ucranianos que luchan contra los rusos.
Terminada la batalla, sin embargo, la guerra nunca acabó. Ucrania nunca aceptó la reforma constitucional que hubiera garantizado un estatus especial para las dos nuevas autoproclamadas repúblicas, porque los separatistas nunca se retiraron y los rusos nunca admitieron la presencia de sus tropas sobre el terreno. Después del 11 de febrero, el conflicto quedó “congelado”: no hubo operaciones militares, pero sí acciones esporádicas con armas pequeñas. En algunos casos, incluso entró en acción la artillería, pero jamás se alcanzó la violencia del conflicto de 2014-15. Las repúblicas de Donetsk y Lugansk, gobernadas por separatistas, se han convertido en agujeros negros en la historia de Europa, como los casos análogos de Transnistria, Abjasia y Osetia, repúblicas reconocidas únicamente por Rusia.
El costo humano de esta guerra invisible es inmenso. Los ucranianos declararon 4.641 muertos entre sus propios soldados, los separatistas declararon 5.772 muertos entre sus milicianos. Murieron 3.393 civiles según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Los refugiados de Donbass que huyeron a Rusia ascienden a 800.000. Los desplazados internos en Ucrania alrededor de 1 millón. Fuentes rusas hablan de decenas de miles de víctimas civiles y ahora, como justificación de la invasión de Ucrania, hablan de “genocidio” en Donbass. Sin embargo, no está claro por qué Rusia, que es miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas desde hace ocho años, nunca acusó al gobierno ucraniano de genocidio y no pidió, como mínimo, abrir una investigación o enviar una fuerza de paz.